Los tíos malvados

Los tíos malvados

No pudo aguantar el oscuro ambiente político que reinaba en el país

Durante los primeros cinco meses transcurridos después de la muerte de su padre, Rafael Leonidas, Ramfis Trujillo estuvo sometido a una permanente tensión.

El Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas no estaba acostumbrado a recibir insultos y muchos menos a escuchar palabras ofensivas.

“A mí no me gusta el desorden…el desorden me perturba…yo no quiero que hagan desórdenes en la calle”, comentó a su asesor, don Emilio Rodríguez Demorizi, después de la tragedia de la calle Espaillat, donde murieron varios jóvenes. El nombre de Trujillo era mancillado por multitudes que recorrían las calles de la ciudad y en los pueblos.

Estas afirmaciones también las expresó el joven militar durante una entrevista con el cónsul norteamericano, Jhon Hill, según narra su cuñado Luis José León Estévez en su libro “Yo, Ramfis Trujillo”.

No era la Unión Cívica Nacional ni los demás partidos de oposición los que causaban mayor angustia y desesperación al jefe máximo de los institutos castrenses. La censura más fuerte venía de su propia familia, y especialmente de su madre, doña María, que no apreciaba su prudencia, ni sus esfuerzos por establecer en el país un clima democrático.

Su madre, sus hermanos Angelita y Radhamés, al igual que sus tíos Héctor y Petán lo consideraban un “traidor, un cobarde, un permisivo”. “Mi madre me llama cada día desde Paris”, le reveló Ramfis al cónsul Hill. “Tu padre siempre pensó que eras un cobarde”, le increpó doña María…“un cobarde que permite que se manche el apellido de los Trujillo, los muertos y los vivos”.

Otras expresiones que la viuda Trujillo endilgaba a su hijo eran: “Eres un cobarde que nada dijiste cuando Balaguer, un simple sirviente, difamaba abiertamente al muerto ante las Naciones Unidas.

Y te quedas sin hacer nada… tú deshonras el apellido familiar”. La censura y la crítica de la familia llegó al extremo cuandolos tíos Héctor y Petán fueron obligados a salir del país con el consentimiento de su sobrino, el jefe de los institutos castrenses.

Pero Ramfis, bajo la asesoría y orientaciones de Rodríguez Demorizi, tenía que demostrarse a sí mismo y demostrarle a su familia que su tolerancia no provenía de la debilidad, sino de un cálculo político superior, que lejos de haber mancillado el apellido familiar, había en realidad salvado la dinastía de su padre.

Pero el joven militar no pudo aguantar el oscuro ambiente político que reinaba en el país. Y en carta que dirigió al presidente Balaguer el 14 de noviembre de 1961, hace 59 años, le anuncia su intención de renunciar como Jefe de Estado Mayor Conjunto.

De inmediato se retiró a su residencia en Boca Chica, donde ahora está el Club Náutico, y allí pasó varios días bebiendo y gozando libre de cargas políticas y de presiones de sus familiares.El 17 de noviembre, el general abandonó el país con destino a París en el yate Angelita, donde llevaba consigo el cadáver de su padre y una apreciable cantidad de dólares. Antes de partir, en su último acto, Ramfis, en una acción macabra, ejecutó personalmente en la hacienda María, de Najayo, San Cristóbal, a los prisioneros involucrados en el asesinato del dictador Rafael Trujillo.

Quizás con el propósito de demostrar a su madre y hermanos que “no era cobarde”, el exgeneral llamó por teléfono a sus dos tíos, que estaban en Jamaica, y les recomendó no perder tiempo en retornar a suelo dominicano. “Vengan seguido”, les dijo. Ambos llegaron al aeropuerto ametralladoras en mano a reclamar la herencia de la familia: el trono de Trujillo. La llegada de los hermanos del dictador asesinado tomó de sorpresa a Balaguer, al cónsul Hill, al igual que a los partidos de oposición.

Atrincherados en la base de San Isidro, controlada por partidarios trujillistas, Héctor y Petán trataron en vano de obtener el sometimiento de Balaguer y atraerse el apoyo de las unidades miliares en el interior del país, especialmente el comando aéreo de Santiago.

El presidente (Balaguer), se entrevistó con el cónsul Hill y le pidió que Estados Unidos presionaran lo más posible para que los tíos se fueran del país en el menor tiempo posible. La noche del 18 de noviembre, en una “inusual declaración” el secretario de Estado Dean Rusk anunció que “en vista de la posibilidad de una desintegración política y de la peligrosa situación, que de ella podía derivarse, el Gobierno de EE.UU. está considerando las ulteriores medidas que podrían derivarse”.

Horas después. un crucero comandado por el almirante John N. Taylor y una escolta de tres destructores, con 1,800 marines, navegaron hacia la costa dominicana, al igual que el portaviones Franklin D. Roosevelt y un grupo de otras naves de guerra que se colocaron en el puerto de Santo Domingo.