Los tres elementos

Los tres elementos

JOSÉ LOIS MALKUN
Hay tres elementos que desgastan a los gobiernos. Y sucede aquí como en otras partes del mundo. El primero, se refiere a las contradicciones y conflictos. El segundo a la corrupción. Y el último, a la desconfianza.

En cuando a las contradicciones, es común que estas se manifiesten con más fuerza a partir de la mitad del período gubernamental. Los funcionarios más elocuentes tratan de darle una explicación racional y lógica a todos los desaciertos de las políticas públicas. Se oyen las opiniones más absurdas que uno se pueda imaginar para justificar los muy frecuentes disparates del Gobierno. Pero a su vez otros funcionarios, ya muy aferrados a sus cargos y con deseos de hacerse sentir, difieren de las opiniones de sus colegas dándole así un nuevo giro a la discusión.

Por su parte, algunos funcionarios comienzan a tantear a la opinión pública en torno a los temas más sensitivos del momento y sobre los cuales tienen dos años sin decidir nada.

Uno dice que eliminara el subsidio a tal producto, pero otro lo niega y desmiente al funcionario que dijo eso. Uno plantea una solución determinada para un gran problema nacional, pero otro lo cuestiona y hasta ridiculiza esa opinión. Y estas contradicciones comienzan a profundizarse y a generar conflictos a lo interno del Gobierno.

Para completar el cuadro clínico de este primer elemento, voceros del partido en el poder le llaman la atención a los funcionarios para que no hagan públicas sus contradicciones y mucho menos demostrar que no saben lo que hacen ni a dónde quieren llegar.

Así mismo, los potenciales aspirantes a heredar el liderazgo del partido en el poder, que implica de por si una opción presidencialista, empiezan a ubicar a sus simpatizantes en puestos claves de la administración publica y a joder a los que no son de su confianza, creándole situaciones embarazosas. Y poco a poco, en el seno del Gobierno, se va formando un remolino de cabildeos, chantajes y conflictos, que dejan al país como un barco a la deriva. Desde ese momento, todas las prioridades del Gobierno cambian y sus decisiones se reducen a como mantenerse en el poder. Los retos y desafíos se quedan como temas para las cumbres.

Por su parte, la opinión pública solo se entera marginalmente de la gravedad y profundidad de estos conflictos.

Y cuando el Gobierno influye fuertemente en el ámbito mediático, estos problemas se minimizan o se sacan rápidamente de los medios de prensa.

Todo esto sucede, porque después de disfrutar por dos años las mieles del poder y dormirse en los laureles del triunfalismo, los gobiernos comienzan a demostrar que no tienen idea de hacia dónde dirigir los destinos del país.

Además, se dan cuenta muy tarde que las grandes decisiones tienen un alto costo político y nadie quiere cargar con ese muerto cuando hay posibilidad de perpetuarse en el poder.

Ante estas señales de desgaste se inicia la segunda fase: La corrupción. Ciertos funcionarios comienzan a buscar lo suyo porque se les puede hacer tarde. Otros empiezan a preparar las bases financieras para lo que viene, asegurando con ellos los recursos que se necesitan para una buena campaña como para su propio bienestar.

Entonces aparecen, como sacada de la manga, iniciativas absurdas e ilegales donde está en juego el uso de los recursos públicos, pero que sorpresivamente ya están en ejecución. Otros promueven proyectos onerosos que consiguen por arte de magia la aprobación del Congreso. Abundan los que comienzan a realizar compras extrañas de bienes y servicios o remodelaciones de oficina y compra de equipos donde no media ningún tipo de concurso público. Y no se quedan atrás las asignaciones de obras millonarias de grado a grado donde la repartidera se generaliza. También se expande y se masifica el tráfico de influencia, que se cobra caro. En fin, después de los primeros dos años, que se perdieron en falsas promesas, expectativas frustradas y espectáculos de persecución contra antiguos funcionarios, termina el romanticismo y comienza entonces la garata con puño.

Es a partir de este momento que muchos relucientes miembros de la empresa privada se sirven con la cuchara grande.

Por eso, la corrupción publica y privada, medida en términos monetarios, ocurre en un 80% durante los dos últimos años de Gobierno.

De aquí pasamos al tercer elemento: La desconfianza. Los dos elementos anteriores van drenando la confianza del público en el Gobierno. El desgaste comienza a manifestase en todos los ámbitos del poder, lo que a su vez intensifica las contradicciones y la corrupción lo que profundiza aún más la desconfianza. Es como un círculo vicioso.

En la medida en que se acerca el período electoral para elegir un nuevo Presidente, el desencanto se acentúa. El descontento se generaliza. La gente se desespera y sólo quiere que llegue el 16 de mayo para sacar del poder a los que no cumplieron sus promesas. Y es bajo este escenario que se masifica el voto de rechazo. Por eso, muchos líderes políticos creen que pueden llegar a ser presidentes sin tener méritos propios. Solo basta el fracaso de los que están arriba. Así de simple es nuestra historia y la de muchos países en el resto del mundo.

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