Los triunfales retornos

Los triunfales retornos

Conforme quedó posteriormente comprobado, los integrantes del Consejo de Estado, que en el mes de marzo del 1962 decretaron el exilio del doctor Joaquín Balaguer, luego de fracasarles el propósito de juzgarle como cómplice intelectual de los asesinatos cometidos por Ramfis Trujillo en la Hacienda María, ignoraban lo que los antiguos daban en llamar, «el vendaval de la historia».

Estimaron, en forma errónea, que eliminando políticamente a quien calificaban como el continuador del trujillismo sin Trujillo, le liquidaban de manera definitiva como opción para los avatares del futuro nacional.

En su ostracismo neoyorquino, el doctor Balaguer diría luego, que la destrujillización del país tenía que significar un cambio de actitud, un viraje fundamental, en la filosofía y en la moral de los futuros gobiernos. «Lo que el país necesita para destrujillizarse -subrayó el exiliado ex-Presidente de la República- no es que se cambien los empleados públicos, ni que se prohíba pronunciar el nombre de Trujillo, sino que cambie la ética de los servidores de la Administración Pública. Lo que se requiere, en una palabra, no es un cambio de nombres, sino un cambio en los hombres».

En lo que consideraron que era su misión capital, esto es, «destrujillizar» el país, los miembros del Consejo de Estado se centraron en lo secundario, marginándose de lo principal. No tomaron en consideración, que el «trujillismo» fué el producto de ciertas condiciones económicas y sociales, que determinaron de manera inevitable, la instauración de un régimen unipersonal. Y que fue, a virtud de esas condiciones, que a trujillo le fué dable violar todos los derechos y desconocer los intereses de todas las clases sociales y económicas del país. No se percataron, de que Trujillo fue ajusticiado, pero que con su desaparición física, no se exterminaría el régimen que él creó durante un tercio del siglo XX, a su imagen y semejanza.

Los consejeros de Estado del 1962, pudieron ampliar sus decisiones retaliadoras hasta otros connotados colaboradores de la dictadura. Pero si concentraron contra el doctor Balaguer, todos los odios acumulados durante los 31 años del unipersonalismo, fue porque entre ellos, unos devinieron en trujillistas arrepentidos, y otros carecían de un peso político específico. Y, que, por otra parte, el doctor Balaguer era, el único de los colaboradores de Trujillo, que no tenía cuentas pendientes que saldar.

Las torpezas políticas cometidas por los consejeros, corregidas y aumentadas por sus sucesores, pavimentaron la vía por la que, tras tres años de exilio, el doctor Balaguer regresase al país, con el designio de vencer a sus enemigos ignorándoles, o peor aún, relegándoles a la posición de acólitos, sin voz y sin voto, en las decisiones de su gobierno.

Político de raza, como era, el doctor Balaguer, no ignoraba, que la actividad política es una realidad cambiante, que se presenta a cada momento, y que en consecuencia, hay que actuar conforme a esa cambiante realidad. Sabía así mismo, que en el ejercicio del Poder, lo que vale primordialmente es hacerse respetar, aunque no se le ame. Y esto no le preocupó nunca, premiando y castigando según las circunstancias del momento.

El arbitrario exilio del 1962, fue la génesis del «mito Balaguer». Un mito que en el transcurso del tiempo, se fue enriqueciendo con nuevos valores, y sobre todo, con una mayor credibilidad pública. Gobernó -y hasta diríamos que reinó-, en un permanente ejercicio de equilibrismo- ¿se cae? ¿No se cae? ¿Caerá para no recuperarse? – sustentado por la voluntad popular, que no siempre necesita de loas urnas electorales para manifestarse.

La historia universal registra otros grandes retornos políticos, similares al del doctor Balaguer. En la Francia del siglo XVIII, el Príncipe de Benevento, Carlos Mauricio de Talleyrand, sirvió sucesivamente a gobiernos revolucionarios, a Napoleón Bonaparte, y a Luis XVIII. En la misma Francia, el legendario Raymond Poincared, ejerció la primera magistratura del Estado entre 1913 y el 1918 en 1922 y 1924, y 1926 y 1929.

En nuestra América, el primer Presidente de Venezuela, el general José Antonio Páez, gobernó del 1831 al 1841, y veinte años después, volvió a ser electo. En Chile, el General Carlos Ibáñez fue elegido democráticamente, después de haber ejercido la dictadura, y de caer derrocado por un movimiento popular. En la Argentina, el General Juan Domingo Perón regresó el año 1973, para ganar las elecciones, con un ochenta por ciento de los sufragios electorales, luego de un exilio de dieciocho años ininterrumpidos. Y queda finalmente, como un caso no superado, el del ecuatoriano José María Velazco Ibarra, electo cinco veces Presidente de la República, y en otras tantas oportunidades, desalojado del poder, antes de agotar el período constitucional para el que fue elegido.

Para otros, no fue posible el regreso, porque como lo sentenciase Voltaire, «Lo que nosotros llamamos el azar, tal vez no sea otra cosa, que la causa ignorada de un efecto conocido».

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