Los tullidos mentales

Los tullidos mentales

Los expertos generalistas están de “capa caída”. A medida que se desacreditan “las humanidades” y sacralizan las ciencias naturales, disminuye el interés por las “cuestiones generales”.

El éxito de la ciencia aplicada nos ha puesto en manos de especialistas. Ocurre en todos los campos del conocimiento. Acudimos a los consultorios de cardiólogos, urólogos, oftalmólogos, tan pronto sentimos algún cambio en el ritmo cardiaco, la coloración de la orina o la visión cercana. Sin duda, hacemos bien en consultar con esos especialistas. Las “especialidades” son saberes, cada vez más profundos, sobre porciones de la realidad cada vez más pequeñas. En los últimos años han surgido “subespecialidades” dentro de las especialidades.

En la medicina estas divisiones del trabajo profesional son evidentes; pero también existen en “el orden doméstico” o, mejor dicho, en el de los electrodomésticos. Hay especialistas en reparar lavadoras; quienes componen esas máquinas no arreglan televisores, ni refrigeradores. Cada aparato requiere de un especialista que lo mantenga en funcionamiento. No es preciso decir nada sobre las diversas piezas de los equipos de computación: monitores, teclados, impresoras, etc. Y lo mismo sucede con automóviles, aviones, embarcaciones. El resultado final es que nos avergonzamos de nuestras multiplicadas “ignorancias específicas”. En cada caso, necesitamos de un lazarillo que nos conduzca sin tropezar por los laberintos de la tecnología.

Desdichadamente, los saberes históricos, filosóficos, lingüísticos, literarios o artísticos, no compensan la orfandad que produce la falta del conocimiento científico. Los hombres “versados en humanidades” son hoy una especie acosada por “depredadores” de todas clases; sobreviven precariamente “en territorio habitado por infieles”. La carencia de destrezas técnicas “revela” una minusvalía social denigrante. El desprecio colectivo por los “planteamientos abstractos” ha llegado a afectar la autoestima de muchos académicos, escritores, pensadores. Entre “ingenieros de sistemas” son considerados poco menos que tullidos mentales.

Una vez se me ocurrió decir que pronto habría “médicos uñólogos” que objetarían el ejercicio profesional de las manicuristas. Estos médicos podrían crear unidades para el tratamiento del meñique o el pulgar; así tendríamos “meñicólogos” y “pulgarólogos”. Su saber seria profundo, aunque reducido a un sólo dedo. Claro está que son dos dedos esenciales: uno sirve para hurgarse la nariz; el otro para empuñar el hacha o expresar satisfacción. (5/18/2014).

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