Los últimos no deben ser de los primeros

Los últimos no deben ser de los primeros

Horacio

No floto en abundancia. Todo lo contrario. Pero me preocupa sobre manera aparecer en falta a causa de la deuda externa que los estudiosos de la economía  calculan  distribuyéndola hacia los sucesivos humanos existentes  para que sea cada dominicano (en cuyo total de individuos que respiran aparezco aunque no quiera) la coloque en sus cuentas por pagar fragmentada… y a mí no me gustan los pasivos sobre todo si pasan de los cinco mil dólares per cápita como parece ser por su ritmo de crecimiento bajo coloración morada.

Esa manera de hacer aparecer a uno  como corresponsable de la fiebre gastadora de un trío de malos gobiernos me resulta odiosa y me haría capaz de hipotecar  haberes para saldar lo que me toca aunque cabe una idea mejor antes de acrecentar los débitos de mi lado para salvar la patria por el otro.

Propongo una redistribución de responsabilidades para sufragar los malos pasos recién sufridos  entre seres de esta media isla. Que lo de «per cápita» solo tiene que ver  con las  cabezas y lo que más importa en este asunto es el tamaño de los patrimonios acrecentados y no el de los encéfalos.

Que no me vengan ahora a decir que me tocan facturas porque ya existe una vía de circunvalación cuando a mí nunca me ha interesado juntar el Norte con el Este y el Sur por  carretera alguna y nunca he viajado en la cola de un camión como los que están llamados a circular por las afueras de esta ciudad.

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Dólares americanos. Fuente externa

 Ya, aunque poco sirva para cubrir los interminables, leoninos y gigantescos costos de una obra concesionada,  dejo media billetera en los peajes cada vez que voy y vengo de Samaná. Deberían fijarse categorías  en el prorrateo  de obligaciones hipotéticas  para que cada quien entienda que el país está en un hoyo pero que todos sus inocentes habitantes tienen que ayudar a sacarlo. Se habla de personajes que llegaron al poder en chancletas para luego disponer de lujosas villas cerca de Bonao. Yo, las que esporádicamente calzo desde hace diez años, no las podría cambiar ni por un recibo de compraventa.

 Cuando se habla de  pertenecer a una  lista de pagadores de estropicios pretéritos, los primeros lugares han de estar reservados a los individuos en función de las tajadas adeudadas que hicieron obesas sus cuentas bancarias gracias a la holgura traída del exterior; que el crecimiento de la economía que pregonaban desde sus jerarquías llegó primero a ellos sin que se supiera qué tan lejos pasó después al resto de los miembros de esta nación.

Los bonos soberanos han traído  cosas que uno solo puede ver de lejos: el consumismo improductivo que agolpa gente en busca de  artículos importados incluyendo al coronavirus que es también de origen foráneo aunque de adquisición gratuita y de poca influencia en el desequilibrio de la balanza de pagos al que tanto debemos las apariencias del progreso con límites geográficos.

 Las familias más jodidas, cercanas a ríos, cañadas, precipicios y morando en cinturones de miseria cuyos integrantes congestionan hospitales descalabrados, podrían descifrar el PBI de otra manera: P de parásitos en la barriga. I de inseguridad social y B de barrabasadas pero solo en referencia a las que, cometidas desde arriba, les impiden salir de la pobreza. A mí, y solo por eso, quisiera que me borraran para siempre de cualquier artificiosa enumeración de deudores. Y que se sepa: el crecimiento me resulta curiosamente visible también en el vientre de una secretaria gubernamental ascendida hace seis meses a «querida» bien instalada y mejor pagada.

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