Los últimos y peligrosos apocalípticos

Los últimos y peligrosos apocalípticos

LEONARDO BOFF
Los inquietantes días actuales están provocando una oleada de apocalípticos que van desde los simples cristianos de la Iglesia de los Santos de los Últimos días hasta el Presidente Bush de Estados Unidos. No es para menos. Algunos textos apocalípticos del Nuevo Testamento parecen describir la actualidad: «Oiréis hablar de guerras y rumores de guerras, no os perturbéis porque es necesario que eso suceda; pero todavía no será el fin. Una nación se levantará contra otra y un reino contra otro, y habrá hambre, y epidemias, y terremotos en diferentes lugares, y esto será el principio de los sufrimientos… Después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las estrellas caerán del firmamento y las potencias del cielo se tambalearán» (Mateo 24,4-8.29).

La situación actual parece coincidir con esa situación. Nuestra generación ha creado, por primera vez en la historia humana, los medios para su completa destrucción, por medio de armas químicas, biológicas y nucleares. Los efectos de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki y el accidente de la central nuclear de Tschernobyl nos mostraron los signos terribles de una Tierra completamente devastada e inhabitable para los seres humanos. Lógicamente gran parte del sistema-vida (el 95% es invisible), compuesto de microorganismos, bacterias, hongos y virus, continuaría, casi indiferente a nuestro trágico destino. Nosotros, por el contrario, seríamos eliminados del escenario de la evolución.

Es importante, sin embargo, anotar una diferencia entre los apocalípticos bíblicos y los apocalípticos actuales. Apocalipsis significa «revelación» acerca de los últimos días. La exégesis crítica y ecuménica dejó claro que los textos apocalípticos del Nuevo Testamento no son un reportaje anticipado del fin. Es un género literario y una manera de ver para mostrar que, en el enfrentamiento ineludible entre el bien y el mal, el bien triunfará. Podrán caer estrellas del cielo y convulsionarse las energías cósmicas, que Dios garantizará el buen fin de la historia.

Los apocalípticos actuales se basan en datos empíricos. No se trata, pues, de un modo de decir o de una metáfora, sino de la identificación de factores destructivos capaces de poner fin al ensayo planetario humano. Por eso necesitamos estar atentos, desarrollar mucha sabiduría y amor a la vida y a la Tierra para escapar de esta eventual catástrofe. ¿Tendremos que admitir lo que escribió el economista ecólogo rumano-estadounidense Nicolás Georgescu-Roegen? «Posiblemente el destino humano -dice- sea llevar mas bien una vida corta, fogosa, nerviosa y extravagante que una existencia larga, sin historia y vegetativa. Dejemos que otras especies, como las amebas, que no poseen ninguna ambición espiritual, hereden esta Tierra y continúen bañándose en la plenitud de la luz solar». Nos cuesta aceptar este destino trágico. Preferimos entender el sentido del ser humano como un momento del proceso global a través de cual éste alcanzó la conciencia y la amorización. El ser humano está en transición y no ante una tragedia.

Los apocalípticos fundamentalistas actuales combinan los relatos bíblicos metafóricos con los empíricos y sacan sus conclusiones. Como Reagan, Clinton y Bush, creen en el Armagedón, aquel lugar mítico del enfrentamiento final entre el bien y el mal. Según ellos, Estados Unidos sería el emisario de Dios para representar al bien y hacer la guerra infinita al mal. Los que así piensan pueden poner a la humanidad ante un peligro terrible. ¿Qué nos queda sino rezar?

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