Los US$25 millones para el hospital

Los US$25 millones para el hospital

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El presidente Fernández tomó la arriesgada acción política de respaldar financieramente la terminación del majestuoso hospital regional de Santiago, cuya construcción se encontraba paralizada desde hace más de tres años. Han sido notable las críticas que tal decisión presidencial ha provocado, y de cómo se acude en ayuda a un centro de salud privado, mientras los hospitales públicos carecen de todo y se encuentran en lamentable estado de mantenimiento y de operación, con sus médicos realizando huelgas semanales, sin que las autoridades asuman sus responsabilidades de no pagarle a esos servidores los días que dejan de trabajar, cuando reclaman aumentos de sueldos y otros beneficios.

Sin embargo, la decisión presidencial es necesario verla en el contexto de lo que es la salud pública en el país, la cual tiene convertidos a los hospitales en almacenes de enfermos e infelices muriéndose, sin que puedan recibir la atención primaria que todo gobierno está obligado a ofrecer a la población. De ahí la visión del presidente Fernández, de que si existía un grupo de médicos e inversionistas del sector privado interesados en proporcionarle al Cibao un centro de salud de primera con las atenciones suficientes para garantizar la calidad del servicio, lo más lógico es que se recurra a un manejo semiprivado de un centro hospitalario diseñado bajo los más modernos parámetros de salud, asistiéndoles en su terminación.

Además la exitosa operación del hospital general de la Plaza de la Salud habla a las claras de que el sistema de salud dominicano exige una gran revisión en que se elimine esa espada de Damocles que permanentemente los médicos, amparados en su beligerente colegio, sostienen en el cuello de los gobiernos con sus constantes huelgas y exigencias de mejores salarios. No hay dudas que el servicio de la Plaza de la Salud ha sido un alivio enorme para el pésimo servicio de salud estatal, en que por más dinero que se invierta en los hospitales se diluye debido al vandalismo del personal de esos centros y su indolencia generalizada de no cuidar lo que deben ser sus medios de trabajo.

Por eso es que, para el recién inaugurado hospital regional de Azua, donado por el gobierno de Taiwán, se deberá legislar para evitar que el mismo caiga en las garras de los devoradores de recursos médicos. Que ese hospital sirva para asegurar a los enfermos su recuperación y no que sea solo para acelerar el empeoramiento de sus padecimientos y su muerte. Los chinos conocen de la devoradora experiencia dominicana para destruir los centros de salud y parece que en sus planes de asegurar su inversión está vigilar para que todo sea eficiente, de forma que el hospital de Azua sea otro ejemplo del bueno servicio y no que sea algo similar a los demás hospitales del país, donde ni siquiera una aspirina se consigue oportunamente.

La inversión, que ha autorizado el gobierno del presidente Fernández, tiene su costo político pero al final de cuentas será muy positiva para el Cibao ya que por las informaciones que se conocen de la proyectada obra de salud, la misma se convertirá en un icono para la región, y la calidad de los médicos señalados como accionistas del mismo indica que si se logra un sistema de operabilidad similar al hospital general de la Plaza de la Salud, entonces existirían tres piedras angulares para que la salud dominicana comience a transitar por un nuevo sendero de modernidad, responsabilidad y seriedad; así estaríamos convencidos de que los hospitales politizados y anarquizados por los médicos gremialistas tan solo sirven para llevar más rápidamente a la muerte a los pobres que acuden a esos centros, creyendo que saldrán sanos de los mismos y no que van directo para el cementerio. Se alega, y es la opinión socorrida de muchos comentaristas y articulistas, así como de los médicos del CMD, de por qué se prefiere invertir en ese gigantesco hospital y no en proporcionar más recursos a los hospitales públicos; pero ocurre que la experiencia indica que el dinero invertido en los mismos se diluye debido a que el personal los convierte, en menos de lo que canta un gallo, en ruinas; se roban los equipos modernos y las medicinas desaparecen, y no ofrecen ninguna garantía a los pobres que creyeron que se iban a sanar. Por lo tanto ese esquema semiprivado como el de la Plaza de la Salud debe generalizarse en la salud pública, con lo cual parece que se le daría continuidad en ese hospital regional del Cibao y en el regional de Azua bajo la supervisión China, estableciéndose las bases de un moderno sistema de salud.

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