Los valores en medio de la contienda

Los valores en medio de la contienda

Los valores no flotan incontaminados, todo fenómeno valorativo constituye un elemento de la cultura. En tanto objetos o determinaciones espirituales, los valores no son otra cosa que la expresión concentrada de las relaciones sociales.  Otras veces hemos discutido este tema en mis artículos, pero los valores adquieren una pertinencia particular en medio de una contienda, y es por eso que  en el centro mismo de este trajín electoral están los valores.

Por ejemplo, hay una verdadera epidemia de cinismo en la sociedad dominicana. El cinismo es un antivalor, pero si son los “líderes sociales” quienes despliegan este recurso para legitimarse, es claro que de nada vale el discurso moralista en  el aula de un pobre profesor que se desgañita para explicarle a un estudiante lo que es el bien y la verdad. Entre nosotros, el cinismo tiene categoría de un magisterio, el don de un valor social, y cualquier político lo juzga imprescindible para el éxito.

El poder es la caverna adorable que da a los políticos licencia para mentir, y es por eso que un debate electoral  convierte a la sociedad dominicana entera en un gigantesco escenario de violencia y simulación. No hay valores sino es en la interactuación social, y es arrojándolos contra la práctica de sus líderes que las sociedades asumen las dimensiones valorativas de la realidad. Ahora mismo discutimos sobre la corrupción, pero ¿por qué  la corrupción dominicana, siendo un antivalor,  tiene su carta de triunfo asegurada en la práctica? 

Simplemente, porque la relación valorativa consiste en uno de los modos en que la realidad puede ser asimilada, y porque en la vida social opera un conjunto de representaciones, esquemas e ideales que determinan la actividad, la conciencia y la conducta de los individuos que la integran. Los corruptos son  paradigmas exitosos, y los “líderes sociales” los albergan  axiológicamente neutralizados. Nadie los repudia, el medio se los asimila como héroes, y bajo el manto de amparo de la práctica política se cuelan como paradigmas sociales.

¿Cuál es la lectura semiótica de la imagen de Félix Bautista al lado del Presidente Leonel Fernández? ¿Qué esperar de una sociedad en la que la coyuntura política obliga a glorificar a Amable Aristy Castro?  ¿Cómo pedirle a un niño en edad escolar que imite los valores de la honestidad y el sacrificio, si nuestros triunfadores sociales son los pícaros, los marrulleros, los ladrones vulgares?  ¿Cómo tener una idea cabal de la justicia, si la organización de la sociedad degrada en la práctica los valores en que debería sustentarse, y eleva casi al olimpo al poseedor de fortunas obscenas, inconmensurables, extraídas de la corrupción que el activismo político todo ha legitimado históricamente? ¿No es el cinismo una de las destrezas esenciales de nuestros políticos?

Quiero citar un ejemplo recientísimo de cómo lo que esta sociedad está cosechando es una manifestación del cinismo con el que, en rigor, actúan nuestros líderes políticos. Los sectores productivos del campo se han estado quejando de una mafia que actúa desde el palacio  presidencial mismo, importando enormes cantidades de   productos agrícolas, y obteniendo beneficios millonarios quebrando el campo. Hace casi siete años que esa denuncia rueda de un medio de comunicación a otro.

Nuria Piera hizo un reportaje detallado de un funcionario muy próximo al Presidente Fernández que armó una compañía de carpeta, y vendiendo permisos de importación ganó varias decenas millones de pesos. Como en la enorme cantidad de casos de corrupción de su gobierno, el Presidente nunca dijo nada. Ahora, aguijoneado por la campaña, respondió a los periodistas creando una comisión investigadora, presidida, ¡sorpresa! por el ministro de Agricultura, Chío Jiménez,  una de las más notables figuras de la mafia denunciada por los productores agrícolas. 

 ¿No es éste el colmo del cinismo, una bofetada a la razón, una burla despiadada a la esperanza de derrotar al corrupto, de no convertirlo en modelo de realización social?  Alguna gente me llama pesimista, pero ¿cómo  no sublevarse ante la desgracia de ver convertidas tantas infamias en hazañas? ¡Oh, Dios! Lo que habitamos es una dicotomía entre hecho y valor, y quienes nos dirigen se han corrompido hasta los huesos.

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