Los verdaderos nudos a desatar

Los verdaderos nudos a desatar

La persistencia en un desenfrenado proyecto reeleccionista ha motivado que en diversos círculos y sectores de las esferas económicas, políticas y sociales se exprese el temor de que el presidente de la república, sus seguidores dentro de su partido y sus beneficiarios en otras instituciones del estado intenten mantenerse el gobierno violentando los mecanismos institucionales para la alternancia en el poder.

Es legítima esa preocupación, pero no creo que estén dadas las condiciones para esa aventura, preocupa lo que puedan hacer quién o quienes sucedan esta administración.

La incontinencia y el tremendismo verbal del presidente, el recurso a la represión o el atropello verbal contra algunos de sus críticos, el gusto por el uso de militares en funciones que bien le corresponden a civiles, las amenazas de que el «poder es para usarlo», la manera alegre en que algunos jueces de la Junta Central Electoral, allegados a él, tratan temas contenciosos, su recurrente falta a la palabra empeñada, según sus propios compañeros de partido, entre otros elementos, justifican los temores de muchos de que podría intentarse una aventura de poder basado en la fuerza.

Algunos analistas y observadores comprometidos con las mejores causas tipifican como una dictadura ese tipo de gobierno de fuerza, conforme a la experiencia de las diversas formas que esta ha adoptado en algunos países. Aunque es innegable que muchos de los seguidores del residente Mejía podrían acariciar esa descabellada idea, existen factores externos e internos que pueden ser determinante para evitar que esta se materialice.

Esta sociedad puede ser calificada de extremadamente tolerante de los abusos que cometen sus dirigentes, tiende hacia la pasividad y hasta la indolencia, que no reacciona con la debida energía ante hechos escándalos como otras de esta región, pero difícilmente podría encontrarse otra que sea más celosa de su derecho a expresarse libremente y rebelarse contra los regímenes opresivos. Pocas sociedades han sido tan implacable como esta contra quienes se han erigidos en sus verdugos, de ellos, los más notables han terminado ajusticiados.

El gusto por la libertad, el sólido sedimento que han dejado más de cuarenta años sin que la primera magistratura del estado haya sido ocupada por un uniformado, constituyen son conquistas democráticas que pocos pueblos de la región puedan exhibir. En breve, Existe una cultura de rechazo a las formas de gobiernos negadores de elementos fundamentales de la democracia política, la cual, en el actual contexto de valoración del significado de la democracia para el discurrir de la economía, es de suma importancia.

Pero, quizás más importante que todos esos elementos culturales, es que calificados sectores de poder son concientes de que estamos apenas dos meses y días para que se celebren unas elecciones, las cuales, independiente de lo que puedan hacer quienes se perfilan como seguras ganadoras, constituyen un balón de oxigeno que atenuará la sensación de ahogo en que nos encontramos. Además, en vastos segmentos de la población esas elecciones son esperadas como el fin de su calvario. Violentar o impedir que e materialice esa esperanza constituye una acción de difícil ejecución.

Vivimos la época de las integraciones regionales, no solamente económicas sino políticas. En tal sentido, las dictaduras son un anacronismo tan inútil como intolerable, no sólo para las potencias que impulsan esos procesos, sino por los sectores económicos nacionales, que entienden que el futuro de sus intereses descansa en su participación en los procesos de mundialización que hoy vivimos.

Todo eso hace pensar, que tiene poco viso de materialización la aventura que mentes enfebrecidas por el poder puedan pretender. Por lo tanto, sin que por ello dejemos de estar alertos ante las maquinaciones y bellaquerías que puedan hacer los aventureros para deslucir un torneo electoral que se prevé netamente desfavorable para ellos, no creo que estemos en la antesala de una aventura de fuerza.

Un cambio de gobierno y de presidente, como resultado de las próximas elecciones presidenciales, podrían traer el mínimo de confianza indispensable para detener a breve plazo los factores determinantes de la presente crisis. Eso piensan algunos, e incluso parecería que también lo piensan muchos dirigentes del partido opositor que se perfila como ganador, pero la cosa no es tan simple, las posibilidades de superar e incluso yugular esta crisis depende de cómo enfrente ese gobiernos algunos temas que son cruciales, sobre los cuales ese partido aún no ha dicho nada.

Cerrarle el paso a la reelección es importante, pero lo es más saber si su posible sucesor piensa impulsar un saneamiento de la justicia que permita enfrentar y llevar a los tribunales a determinados personeros del sector financiero que con sus acciones delictivas han llevado la incertidumbre, y la desconfianza a tan importante sector. Si tiene algún plan viable para enfrentar con éxito el futuro del sector energético del país, si va a garantizar el puesto de trabajo a quienes con derecho lo ejercen el sector público o si por el contrario nos ofrecerá el desgarrante y bochornoso espectáculo de lanzar a la calle a decenas de miles de empleados, muchos de ellos formados en costosos programas de formación.

Sería importante saber si el nuevo presidente, va a permitir la acción de la justicia contra los actos de corrupción del presente y de los pasados gobiernos, si va a ser garante de que las autoridades municipales de color partidario diferente al de su partido ejerzan sus mandatos sin presiones, si impulsará un proceso de descentralización, de inversión conjuntamente con las autoridades municipales, en proyectos urbanísticos que mejoren la imagen física y la cohesión social de nuestras ciudades, si definitivamente se terminarán las ejecuciones policiales y si tendremos una política internacional basada en el respeto a la dignidad nacional.

Esa, no otra, es la preocupación a tener sobre nuestro futuro inmediato, las cruzadas políticas o peor aún, las ideológicas, casi siempre son contra fantasmas. Unirse a ellas es seguir la insensatez de ese 37% de la población que según una reciente encuesta, votará por el candidato menos malo, un conservadurismo tan inconducente como ingenuo, forjador de mayorías ficticias y obstaculizador de la construcción de reales alternativas a las crisis políticas.

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