Los vericuetos de la Justicia

Los vericuetos de la Justicia

Quizás uno de los casos más enredados que haya conocido la Justicia dominicana en todos sus años es el del notorio narcotraficante Figueroa Agosto, quien logró atraer a su red no sólo a oficiales militares o policiales sino también a gente que uno nunca habría pensado estaba en esos negocios, desde pobres desconocidas que poseían atributos sexuales apreciables hasta otros que nunca tuvieron claro en qué se metían.

Así funciona el narcotráfico. Alguna gente le sirve insospechadamente. Otros son cómplices entusiastas. Pero unos y otros padecen de nunca ejercer el buen juicio que evita verse en vainas no buscadas. Nunca hubo mejor aplicación al viejo dicho castellano de que la ambición rompe el saco.

Ayer, tras menos de seis horas de lecturas de los documentos pertinentes, el primer tribunal colegiado del Distrito Nacional dictaminó las sentencias de los imputados en el caso Figueroa Agosto.

Sobeida Félix, la buena moza ex bailarina en Suiza que ascendió a amante de Figueroa, fue declarada culpable por lavado de activos y se le impuso una condena de cinco años más el pago de cincuenta salarios mínimos. Tras computársele el tiempo servido, en pocos meses podría irse a Estados Unidos, donde cualquier beneficiario del programa de protección a testigos desaparece bajo nueva identidad provista federalmente.

Al marido de Sobeida, Eddy Brito, lo condenaron por lavado y enriquecimiento ilícito a doce años de cárcel; Mary Peláez recibió 15 años por lavado; el frágil vendedor de relojes Sammy Dauhajre recibió otros 15 años por lavado y enriquecimiento ilícito; Juan José Fernández igual 15 años; Ivanovich Sméster Ginebra igual. Y a Dolphy Peláez, hermana de Mary condenada a 15 años, le exculparon sus epifanías champañosas en compañía de los demás condenados, quedando descargada. Esto en cuanto al aparato de lavado…

Madeleine Bernard, viuda del coronel asesinado y por demás hija de la amante del igualmente asesinado dueño de La Francesa, a cuyo nombre había una villa romanense cuyo dueño lucía ser Figueroa Agosto, recibió una dulce sentencia de cinco años de prisión domiciliaria e impedimento de salida del país. Y le incautaron bienes muebles e inmuebles.

Lo curioso es que ninguno de estos condenados al parecer jamás cargó un kilo de coca, ni recibió un dólar por su pago, ni vendió una onza ni un gramo del polvo blanco. No hace falta leer a Kierkegaard para saber que ¡hay un maco!

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