Los viajes en yola

Los viajes en yola

Francamente, no sé qué se puede decir sobre los viajes en yola que represente un aporte, una idea novedosa en aras de siquiera reducirlos. Lo único que se me ocurre decir es que cada vez dan la misma o más grima, que producen los mismos o más escalofríos, que el impacto es espeluznante.

No tenemos fuerza moral para pedirle a nadie que desista de salir del país detrás de un sueño, de una esperanza, de una utopía, cuando sus condiciones de vida empeoran drástica y vertiginosamente, y no precisamente como un sacrificio medio voluntario que algún día será recompensado por una mejor calidad de vida.

Ya ni me atrevo a sugerir, como lo hice años atrás, que con la suma de dinero que se paga por esos viajes, suicidas y homicidas a la vez, se puede empezar cualquier negocito, porque desconozco cómo andan las cifras de un lado y del otro, pero además sé que no hay planta eléctrica ni inversor que resista las horas de apagones que la prensa reporta y pocos son los negocios que funcionan sin energía eléctrica.

Si hay algún elemento que pudiera servir para que la gente desista de pagar una fortuna para lanzarse al mar con tantas probabilidades de ir a parar a la fauces de los tiburones es que, aun en el caso de llegar sanos y salvos a la tierra prometida, las fuentes de trabajo son cada vez más escasas en «los países». Y las leyes de migración, cada vez más estrictas. Incluso, hay modalidades para los que llegan, como dicen ellos, «con los pies secos o los pies mojados». Hasta para los cubanos, que tienen un largo camino recorrido en esa dirección, más el recurso del asilo político.

Talvez, un argumento para hacernos reaccionar podría ser el hecho requetesabido y requeteconocido de que esos viajes son un negocio mortal, que producen un dinero loco a quienes no garantizan ni la llegada ni la vida a quienes se embarcan en ellos. No pocos han sido los casos en los que se ha sospechado y una que otra vez hasta se ha comprobado, si bien no se han tomado acciones en consecuencia que los pasajeros han sido abandonados al garete por los organizadores de los viajes.

Cuando vivía en Cabrera y escribía en El Nacional, les conté de los viajeros que salieron de Miches, fueron arrastrados por el mar hasta la altura de Cabrera y algunos de ellos lograron llegar, absolutamente frenéticos, a la playa. Bueno, en Cabrera se hablaba de los viajes en yola con la misma naturalidad que en otro lugar se habla de ir al cine. Una de mis alumnas llegó una tarde a la clase diciendo que acababa de nacer, pues pensaba irse en yola esa madrugada, «algo» la hizo arrepentirse y acababa de enterarse de que todos se habían ahogado.

Años después, trabajando en La Nación, se me envió en avioneta a las Islas Turcas a cubrir un naufragio de no recuerdo cuántos dominicanos igualmente arrastrados desde Nagua, de los cuales, por supuesto, no sobrevivieron todos. Sin embargo, todos los sobrevivientes manifestaron que si fueran obligados a regresar, como en efecto lo fueron, y encarcelados, tan pronto pudieran repetirían la hazaña. Eso fue en 1997.

Y creo que tenemos bastante fresca la historia del viaje más o menos reciente en el que los pasajeros aseguran haber sobrevivido a base de leche materna, lo que aportó un cierto nivel de fama y fortuna a la nodriza. En fin, creo que todos estamos bien informados sobre esta modalidad de emigrar. Lo que nos falta a todos es una idea contundente, irrebatible para frenar a nuestros compatriotas ante tan peligrosa práctica.

Nuestro problema de conciencia a todos los niveles: ciudadanos comunes, poderes del Estado, iglesias, prensa y demás no es nuevo tampoco, y eso lo aprovechan muy bien los organizadores de los viajes y muchísimos otros. Cuando nos vemos desesperados, nos dejamos embaucar. Es todo muy triste.

Creo que no tenemos dudas de que estos viajes son organizados por personas que de alguna manera y por motivos nada santos están fuera del alcance de nuestro peculiar sistema judicial. Ahora que un lector me está exigiendo que regrese al país a tratar de cambiar el gobierno y a evitar las emigraciones, independientemente de lo que piense sobre su exigencia, me pregunto: ¿qué puedo hacer?

No deja de ser gratificante que nos confieran poderes que no tenemos y, en correspondencia, quedamos en espera de que nos proporcionen una idea luminosa, dándoles la seguridad de que la ejecutaremos sin vacilar. Si no quieren insertar la idea, el plan, en la nunca bien ponderada sección de comentarios debajo de los artículos, entonces, envíenla a mis correos cosette@telepolis.com y/o cosettealvarez@yahoo.com O, para que se ahorren tiempo y eventuales disgustos por su manifiesta inconformidad con lo que escribimos, escríbanlas ustedes a modo de artículos o cartas al director con su firma que, si bien no puedo asegurarles que se las publiquen, tampoco creo que un asunto de tal interés sea vetado ni censurado.

De verdad, creo que a la prensa dominicana, como a muchas otras instituciones nacionales, le está haciendo falta «carne fresca». Nuevas caras, nuevas firmas, de todo nuevo. Como siempre ha dicho Antinoe Fiallo, tenemos que renovarnos. Y se me ocurre que con tantos lectores que viven fuera del país, llenos de ideas e ideales, con sus propias experiencias, es mucho lo que pueden aportar a la sociedad que, con toda certeza, puede resultar de una utilidad más amplia, de mayor cobertura y mucho menos oneroso que el envío de las remesas.

Digo, no me interpreten mal. De ninguna manera los estoy invitando a suspender la ayuda a sus familiares, sino a extender esa ayuda a otro plano, partiendo de la seguridad que me han transmitido de que no son inmunes a nuestra causa,a nuestra situación nacional. Tengo que dar por hecho que esa reciente noticia sobre la repatriación de mil trescientos dominicanos en un solo mes (enero de este año, según el noticiero de televisión) más los cadáveres encontrados en playas puertorriqueñas y los desaparecidos en el Canal de la Mona nos ha llenado a todos del mismo dolor, el mismo luto, la misma consternación, la misma frustración, la sensación de impotencia y hasta medio de culpa, por lo que estamos todos por igual llamados, más allá de toda reflexión, a pensar rápidamente en una medida efectiva, dejando de lado, así sea temporalmente, nuestras diferencias, nuestras disparidades de criterio y aferrándonos únicamente a lo que nos urge resolver con unión y solidaridad ciegas. Entonces, nos sentiremos aliviados, probaremos el sabor del deber cumplido y recuperaremos nuestro abandonado derecho a participar activamente en la vida del país, incluyendo la toma de decisiones. Abrazos.

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