Los viejos volverán a la pubertad

Los viejos volverán a la pubertad

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
El mundo de hoy es, como siempre ha sido, un mundo lleno de problemas complejos. Cada época ve esas «complejidades» con una óptica particular. Los hombres miran el mundo a través de sus prejuicios – en primer lugar -, desde su educación o antecedentes y también a partir de las técnicas «socialmente disponibles». La gente resuelve sus problemas y disminuye sus angustias mediante diversos artificios.

Los obreros cansados, lo mismo que los ejecutivos y funcionarios con stress, acuden a las tabernas y disuelven en alcohol algunas frustraciones y temores. Durante siglos ha ocurrido así. Las únicas variaciones importantes han sido la decoración de las tabernas y su forma de iluminarlas. Ahora predomina el plástico, los colores chillones y, por supuesto, todas las lámparas son eléctricas.

Samuel Beckett, el famoso escritor irlandés, escribió muchas páginas acerca de personajes viejos, lisiados o achacosos, desencantados y languidecientes. Pensaba que ni el mundo subjetivo ni el mundo objetivo podían «sostenerse ante la decrepitud». Preocupaba a Beckett que el hombre malgastara la tercera parte de su vida en dormir. Es obvio que todos los días, en miles de bares del mundo entero, muchísimas personas malbaratan la existencia frente a un vaso de whisky. Tal vez ciertos artistas irlandeses encuentren que dormir es una actividad mucho más perversa que beber whisky. El conocido cantante argentino Palito Ortega dictaminó que «de vez en cuando viene bien dormir». Después de haber hecho esta declaración poética, Palito Ortega estudió «ciencias políticas» y se presento como candidato a un cargo electivo en su país. Aburrido de la bohemia, pero no de las artes escénicas, prefirió entrar en la política y dedicarse concienzudamente a gastar su propio tiempo y el de sus electores. La pregunta: ¿En qué debe «invertirse» el tiempo de la vida?, es una pregunta filosófica desmesurada. Los autores de canciones románticas de mediados del siglo XX estimaban que «el tiempo mejor gastado» era «el gastado en querer». Por supuesto, en querer a las mujeres si se trataba de hombres: y de querer a los hombres si de mujeres se hablaba. Esa viejísima canción recomendaba a una dama: «sentadita en tu ventana, deja las horas correr… que el tiempo mejor gastado es el gastado en querer». En la hora actual no es seguro que existan asuntos amorosos, ni sexuales, exclusivos de hombres o de mujeres, a no ser los preservativos o los sostenes.

La decrepitud, la manera de emplear el tiempo y la de afrontar los problemas, son los tres temas que saltan a la vista en las líneas precedentes. Sean filósofos, poetas, dramaturgos o cantantes, van a parar a la misma cosa: Quieren saber si la vida tiene algún sentido o carece de el; y, además, si en verdad es posible averiguarlo. Para James Joyce lo único razonable era «llorar a mandíbula batiente». Pero tanto Joyce como Beckett son escritores apreciados por exiguas minorías. Sus razonamientos y opiniones difícilmente llegarán a generalizarse. Y las frases y dichos de los cantantes pops, por más boga y difusión que alcancen, nunca llegan a tener «prestigio académico», aceptación universal sin reparos. Entre unos y otros la vida colectiva impone modelos, modos, estilos, que no son ni populares ni cultos, ni espontáneos, ni reflexivos. Simplemente existen, se hacen vigentes y quedan firmemente asentados en la convivencia.

Muchos jóvenes de la época actual parecen querer decir a los viejos: la existencia es para ser dilapidada; hay que vivir «a toda maquina», con la mayor intensidad que nos permitan la economía de la familia y nuestra propia energía animal. He dicho en otra parte que han proliferado los «jóvenes marchitos». Unos mozos sin esperanzas, sin ilusiones ni ideales. Algunos de esos jóvenes son duchos en experimentos con alcohol, drogas y otros artificios «psicotrópicos». A los veinte años, muchos de ellos han visto o practicado más aberraciones sexuales que el marqués de Sade. Constituyen una «tragedia ecológica», puesto que sus actitudes significan la extinción prematura del «recurso natural» más valioso: la juventud. Fueron jóvenes marchitos quienes participaron en el asesinato del niño Llenas, un suceso horrible que conmovió a la sociedad dominicana y dio lugar a un proceso extensamente publicitado. Es característico de los jóvenes marchitos desdeñar las tareas llamadas altruistas, dirigidas al servicio de otras personas, en beneficio de gentes que no pertenecen a nuestra clase social o no son nuestros amigos. Los jóvenes marchitos son «centrípetos». No suelen expresar solidaridad con grupos afines, familiares, gremiales, de clase. El egoísmo hedonista les va privando lentamente del sentido de la percepción integral del otro. El otro es visto como objeto utilitario, no como persona humana. La vida puede, por tanto, ser empleada en disfrutar, depredar, vagar o consumir. No es necesario llegar a la vejez, pues esta representa la inutilidad física y económica; de lo que se sigue que no es correcto respetarla u honrarla, como se hacía en la antigüedad. Vejez es fealdad y acabamiento. Y en lo que concierne a los problemas conflictivos del mundo lo más razonable es torearlos, evadirlos, escamotearlos. Es mejor que se acaben los problemas, ellos solos, y no que nos destripemos nosotros luchando con los problemas. La elección de los jóvenes marchitos no es dudosa: que se acabe el mundo y mueran los otros… mientras nosotros gozamos. ¡Para restaurar el equilibrio ecológico será necesario que los viejos vuelvan a la pubertad!

henriquezcaolo@hotmail.com

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