Los vinos americanos

Los vinos americanos

POR CAIUS APICIUS
MADRID (EFE).-
Todavía quedan europeos que, cuando se les mencionan los vinos de América, esbozan un gesto de condescendencia que se convierte en incredulidad cuando quien les habla añade que en el Nuevo Mundo se elaboran vinos verdaderamente magníficos.

No suele tratarse, digámoslo cuanto antes, de personas expertas.

Es cierto que el vino y, sobre todo, la ‘Vitis vinifera’, fueron a América, en principio, a bordo de las naves castellanas, y que fueron los españoles quienes introdujeron la vitivinicultura en el continente, desde California hasta Chile o Argentina.

No lo es menos que los vinos americanos despegaron cuando otros europeos, fundamentalmente italianos, pero también franceses, aportaron sus mejores variedades a la viticultura americana. Pero se trata del principio de una productiva y magnífica historia.

Con el tiempo, América pagó su deuda, si es que la tenía, con el vino europeo. Es también cierto que de América llegó a Europa el mayor enemigo de la vid: la filoxera, que entre finales del siglo XIX y principios del XX arrasó los viñedos del Viejo Continente; pero también llegó de América la solución.

Que no fue otra que importar pies de viñas americanas, inmunes a la acción del nefasto insecto, e injertar sobre esos pies las variedades europeas. Esa técnica salvó los viñedos europeos, de modo que si de América llegó el daño, de ella llegó el remedio. Pero América aportó más cosas.

Los vitivinicultores europeos, los productores de los países tradicionalmente elaboradores de vinos de calidad, estaban demasiado encorsetados por esa misma tradición: cualquier innovación tecnológica se miraba con malos ojos. Mientras, en América –y en otros países, como Australia– se investigaba, sin el lastre de la tradición… y se llegaba a resultados impensables.

La implicación de la Universidad de Davis en la enología californiana trajo consecuencias muy positivas para el vino. Tanto, que en 1976, en una cata ‘mundial’ celebrada en París, fueron dos vinos de California los que se alzaron con el triunfo tanto en blancos como en tintos. Eso dio que pensar en Europa… y no sólo se pensó, sino que se actuó.

Se investigó la vid y, sobre todo, se revolucionó el sistema de elaboración. Se introdujo, entre otras mejoras, la fermentación en tanques de acero inoxidable, no de madera o cemento parafinado, con control de la temperatura. Pese a las críticas de los aferrados al pasado, que llamaban a estos vinos ‘vinos de probeta’, Europa adoptó las técnicas surgidas en América… con magníficos resultados.

Hoy, los vinos americanos, particularmente los californianos y los chilenos, compiten con los europeos en pie de igualdad, y son apreciados por los conocedores en Francia, en Italia o en España, por citar los tres países con más tradición elaboradora de Europa.

Claro que no todo es maravilloso en el vino americano. La verdad es que está abrumadoramente dominado por un corto número de variedades: Chardonnay, en blancos, y Cabernet Sauvignon y Merlot, con algo de Pinot Noir, en tintos. Un panorama que resulta un tanto monótono, por muy buenos que sean, y lo son, esos vinos.

Algo va cambiando la cosa, con plantaciones de las italianas Nebbiolo o Sangiovese, la española Albariño… Curiosamente, estas dos últimas parecen adaptarse muy bien en Virginia, lo que permite esperar que la paleta vinícola americana se siga enriqueciendo con variedades nobles europeas. Eso es bueno.

Pero, de momento, cuando alguien pone cara rara al hablarle de los vinos americanos… un europeo que conozca el tema estará seguro de una cosa: a su interlocutor podrá gustarle el vino, pero no sabe demasiado de él, no es un entendido.

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