Prefiero los perros criollos, los de razas mezcladas aquí, especialmente si los progenitores tenían genes interesantes. Los criollos no son delicados para comer, ni requieren tratamiento especial. Los rasgos de un perro criollo son siempre individuales, personales, se podría decir, ya que algunos canes pueden ser más “humanos” que ciertos individuos de la especie homo sapiens. Cada perro criollo solo se parece a sí mismo, de un mismo parto nunca salen dos cachorros idénticos. Esos perros con pedigrí aburren a la vista; al dueño mismo le es difícil distinguir su propio perro del de los vecinos. Pero no es igual criollo a que viralata: un perro sin dueño, ni costumbres, que por mal comido anda desorientado por el barrio tumbando zafacones para ver qué encuentra. Un viralata es, además, pendenciero, novelero, busca pleitos. Tiene pandilla propia, pero no es leal.
A la hora de buscarse lo suyo no discrimina entre compañeros y extraños. Hanna Arendt consideraría estos canes realengos demasiado ocupados buscándoselas, imposibilitados de sentir afecto por el barrio, por los demás caninos, ni por los humanos. Casualmente, “realengo” no es un título de nobleza, ni significa relación alguna con la realeza. Este apelativo le viene de la vieja costumbre de llamar “camino real” a las carreteras pertenecientes al rey. Realengo vino a ser término despectivo para animales sin dueño, pertenecientes a la calle y al barrio. (Se decía también de ciertas féminas estacionarias en ciertos espacios públicos).
Viralatas o realengos no son animales filósofos, como lo era el perro de Platón, que reconocía a sus amigos y les expresaba alegría al verlos. Un viralata suele ser olvidadizo y desagradecido, siempre ocupado buscándose lo suyo, atento a lo de “dame-lo-mío”.
Pero los perros criollos pueden, a veces, tener grandes virtudes. Rara vez llegan a tener la inteligencia y las destrezas de Lassie, o Rin-Tin-Tin, o la del perro de Radio Corporation of America (RCA), que llegó a ser el logotipo de marca de discos y receptores de radio, capaz de distinguir la voz del amo, debido a la fidelidad del sonido de esos aparatos. Pero el perro criollo tiene una estirpe espiritual a la que todavía tiene derecho: la de los canes o perros de Dios, es decir, los perros del Señor.
De hecho, nuestro nombre de pueblo, nuestro gentilicio, proviene de los domini-canes o dominicos, esos frailes que se dedicaron a defender las cosas del Reino de Dios. De donde Duarte, seguramente, extrajo la idea de ungir esta nación con el lema: Dios, Patria y Libertad.
De modo que no todos aquí son viralatas, ni realengos. Hay muchos domini-canes con vocación de lealtad y de cierto desapego material; de mirar hacia algo más que comida y objetos; y hasta de ver el planeta como su hogar, como diría Hanna Arendt. Y de contemplar lo material sin ansiedad ni excitación, como lo hace Gaston Bachelart en su “Poética del Espacio”. Y de asemejarse al perro de Platón, o mejor: ser perros guardianes del Reino de Dios: Verdaderamente domini-canos. (¡Felices comicios!).