Los yanquis: el único recurso

Los yanquis: el único recurso

JOSÉ MANUEL GUZMÁN IBARRA
Los Estados Unidos han intervenido directamente nuestro país tres veces. La primera fue una mera cuestión aduanal.

La segunda, dentro del marco de la política de la Doctrina Monroe, una especie de ensayo que nos dejó el sistema Torrens, algunas carreteras, sangre y las semillas de una feroz dictadura. La tercera, en el emblemático 1965, dentro del marco de la Guerra Fría, nos dejó básicamente un trauma social. En ningún caso la colectividad dominicana les aplaudió su gesto, y a pesar de que siempre hay alabarderos, la reacción general fue una digna reafirmación de nuestra independencia.

Eso no quita que nuestras relaciones diplomáticas con los Estados Unidos están sometidas a varios factores infranqueables. El primero, Estados Unidos es una superpotencia y nosotros no. El segundo, la situación geográfica: ni tan lejos que nos salvemos ni tan cerca que nos teman. El tercero, la migración dominicana hacia ese país nos une de forma irremediable. El cuarto: es el socio comercial más importante, con capacidad para transferir adelantos tecnológicos en todas las áreas.

A pesar de la importancia de estas relaciones hemos sido timoratos, en lo formal y en lo informal, en definir nuestros intereses con claridad. Este es el quinto y más preocupante factor presente en las relaciones con esa superpotencia, pues eso ha provocado todas las intervenciones y pérdida de soberanía sean estas directas o indirectas.

Un ejemplo de qué tan desenfocado pueden estar los grupos políticos es el reciente debate alrededor de la donación hecha por el gobierno norteamericano para la construcción del Museo de la Resistencia. Grupúsculos refugiados en el atavismo dedican su oposición a la ayuda económica, antes que centrar su “rebeldía” a la realidad de que una importante empresa de telecomunicaciones busca esquilmar al fisco dominicano por más de $500 millones de dólares.

Otro ejemplo, deplorable y vergonzoso, y este en el sentido formal, lo fue el envío de tropas dominicanas a Irak de parte de la administración de Hipólito Mejía. Muchos nos opusimos de forma militante, tanto a la interpretación norteamericana del tema del terrorismo, como a la oportunista visión de nuestro gobierno, que rompió la única medalla diplomática que podía esgrimirse como tradición: el principio de la no intervención.

Bien visto, parece que el pensamiento político dominicano se mueve entre dos extremos: el servilismo indigno o el enfrentamiento. Ni uno ni otro sirve a nuestros intereses a la hora de desarrollar un necesario diálogo con los Estados Unidos.

Los intereses de un Estado no se fundamentan en el odio o en el amor. No son una cuestión coyuntural. No se circunscriben solamente al intercambio comercial. No se fundamentan en veleidades. Los intereses del Estado tienen que estar sustentados en lo posible, lo irremediable y lo deseable. Esa tensión entre esos tres pilares va dando coherencia a las relaciones bilaterales.

Me pregunto, cuando veo tanto gasto de neuronas y de tinta:

¿sobre qué base establecerían los anti-yankis, de ser gobierno, sus relaciones con los Estados Unidos? ¿Tendrían una retórica de confrontación como si hubiera una frontera que pudiéramos llenar de inmigrantes? ¿Nuestra fuerza está en que estamos a 90 millas? ¿Somos su tercer o cuarto suplidor de petróleo?

Me parece que la posición frente a los yankis, para muchos, no es su último, sino su único recurso. Unos porque no saben hacer dinero sino de forma rentista y tutelada. Otros porque sus ideas nacionalistas o de izquierda son tan huecas como sus vidas. El yanqui es para los dos la única salvación.

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