Lotería política

Lotería política

En nuestro artículo precedente, planteábamos la cuestión de por qué Juan Bosch rechazó el principio mismo de participar en nuevas elecciones bajo el Triunvirato en tanto que sí acepta acudir a los comicios de 1966 organizados con tropas extranjeras en nuestro país. Hicimos alusión a la explicación dada retrospectivamente por algunos seguidores del Profesor, a saber, que Bosch decidió participar en los comicios del 66 a fin de obtener la salida de los norteamericanos lo más rápidamente posible; de lo contrario, añaden esos seguidores, la intervención extranjera hubiera durado aún más.

Afirmamos entonces que Bosch hubiera perfectamente podido lograr el mismo propósito, es decir, no retardar la salida de tropas norteamericanas, sin necesidad de legitimar con su participación en las elecciones la victoria de Balaguer.

Más aún, no existen pruebas o testimonios concluyentes que muestren que Bosch tuviese prisa por ver partir las tropas de la FIP. Antes al contrario, el libro de Bernardo Vega como los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966 (pp.241-2) hace alusión a un informe confidencial de la CIA de la época, «desclasificado» (es decir, hecho público) sólo décadas más tarde, que relata una conversación sostenida por Bosch con una «fuente» de la CIA semanas antes de los comicios de aquel año. Según el informe confidencial, el Profesor había expresado que no había decidido aún como tratar el tema de la salida de la FIP. En la reseña que en el libro se hace del informe, éste añade: «Aunque (Bosch) admitía que podía lograr votos atacando a la FIP, también sabía que la necesitaría después de las elecciones para evitar su derrocamiento por parte de los militares dominicanos».

Independientemente de cuán veraz pudo haber sido el relato en cuestión, el mismo de compagina en todo caso con un hecho incuestionable: durante la campaña electoral de 1966, el Profesor se mostró más bien comedido en términos de críticas a la presencia de la FIP, lo que, dicho sea de paso, podría haber sido la causa de que, el día de las elecciones, la ancestral y bien conocida fibra nacionalista y patriótica del pueblo dominicano no hizo de Bosch el vencedor.

Por todas las razones arriba señaladas, es menester buscar otros móviles (en vez del deseo de ver partir rápidamente las tropas de la FIP) para explicar la decisión de Bosch de tomar parte en aquella contienda electoral.

Existe a este respecto una explicación que posee la ventaja de ser coherente y plausible a la vez. Veamos cuál. Durante el Triunvirato, había sectores de las fuerzas armadas que conspiraban a favor de Bosch a fin de reestablecer el orden constitucional salido de las urnas en diciembre de 1962 (lo que condujo finalmente al estallido militar de abril del 65). Si el contragolpe hubiese tenido éxito, Bosch hubiera regresado al Palacio Nacional sin tener que ganar nuevas elecciones (y por ende sin correr el riesgo de perderlas). Después de la intervención norteamericana, sin embargo, la perspectiva de un nuevo alzamiento militar en su nombre se había esfumado al menos en el corto y mediano plazo, por lo que sólo le quedaba, como medio de vislumbrar el retorno al poder, apostar cual una lotería a favor de las elecciones del 66. De ahí que haya rehusado participar en las elecciones del Triunvirato mientras que sí aceptó concurrir a las organizadas bajo la presencia de tropas norteamericanas.

Aquella no fue la única ocasión en que el Profesor adoptaría una posición que pudiera calificarse de precipitada con el fin de alcanzar el poder. Lo hizo también en 1990 cuando, invocando un fraude en contra suya en los comicios de ese año, despachó a sus emisarios del PLD a Washington con el propósito de buscar el apoyo activo, entre otros, del Congreso norteamericano en contra del fraude denunciado. Dejemos de lado (pues lo trataremos en artículos ulteriores) el hecho de que Bosch toma de esa forma una iniciativa no muy diferente de la que en 1978 el mismo Bosch le criticó a su rival el PRD, al que reprochó ponerse «de acuerdo en los Estados Unidos con sus amigos liberales de Washington» para que éstos ayudasen a hacer respetar el veredicto de las urnas de aquel año (ver artículo del Listín Diario del 2 de mayo de 1981 intitulado «Bosch critica acción Carter»).

Lo importante para el caso que nos ocupa reside en el hecho de que las gestiones realizadas por el Profesor en 1990 con miras a obtener el apoyo de congresistas norteamericanos tenían una probabilidad de éxito casi nula, o por mejor decir, igual a cero. El gobierno norteamericano estaba entonces en manos de la derecha reaganiana representada por George Bush padre. En esas condiciones, por más apoyo que Bosch hubiese obtenido de parte de miembros del Partido Demócrata (que controlaba en ese año el Congreso de Estados Unidos), el gobierno norteamericano, que no era el de Carter de 1978, habría difícilmente aceptado ayudar eficazmente a la toma del poder del autor de las tesis del «pentagonismo» y de la «dictadura con respaldo popular».

No menos importante: los liberales del Partido Demócrata del Congreso norteamericano tenían otras batallas que librar en vez de la de ponerse a defender a un líder político, Bosch, que había acusado unos años atrás a una de las figuras más célebres y respetadas de aquel partido, el presidente Kennedy, de ser «un hombre irresponsable» que «no tenía concepto de la dignidad de lo que es un jefe de Estado ni de lo que es un país» (ver artículo del Listín Diario «Bosch culpa EU caída de su régimen», 27 de septiembre de 1976).

Sin entrar aquí a debatir sobre cuán fundada fue esa opinión del Profesor, de lo que no puede caber duda es de que, después de aquellas declaraciones suyas, lo más que él hubiera racionalmente podido esperar era un apoyo de fachada, sin entusiasmo, de parte de uno que otro congresista liberal de ese país. Prueba de lo que digo es el carácter infructuoso de la gestión emprendida por sus emisarios en esa ocasión.

Queda por tanto en pie una sola explicación posible con respecto a sus gestiones de 1990 en la capital estadounidense: la de la apuesta aventurada. Y si el Profesor adoptó en aquella ocasión ese tipo de comportamiento no lejano de la especulación bursátil o de los juegos de azar, haciendo caso omiso de la correlación de fuerzas que existía en Washington en aquel momento, entonces resulta totalmente plausible la tesis de que fue igualmente el deseo de probar suerte lo que le movió a concurrir a los comicios del 66 a pesar de no haber salido de su casa durante toda la campaña electoral.

Existe una razón adicional, complementaria, que pudo haber impulsado a Bosch a tomar parte en las elecciones de 1966. De haberse abstenido, el malestar político y social que se hubiera creado en el país, con un gobierno de Balaguer sin la legitimidad que le confirió la presencia de Bosch en aquellos comicios, habría exigido un tipo de lucha aguerrida que quizás Bosch no estaba en capacidad o disposición de dirigir. Muchos de sus partidarios hubieran podido ver en Francis Caamaño o cualquier otro líder militar constitucionalista de la época, por ejemplo, alguien con la pugnacidad requerida para dirigir la lucha férrea en contra de Balaguer que hubieran reclamado aquellas circunstancias. Dicho de otro modo, Bosch hubiera tenido en ese caso que ceder a otro tipo de personaje el pendón de la contestación.

Y es por eso, por la confluencia de las dos razones arriba mencionadas, por lo que Bosch optó por probar suerte y apostar al triunfo de su candidatura en aquellas elecciones que resultaron finalmente adversas para él y su partido, teniendo como consecuencia la entronización por largo tiempo de Balaguer en el poder.

Como habíamos prometido, en el próximo artículo pasaremos a evaluar la estrategia propuesta por la vieja guardia del PSP para salir del Triunvirato, y lo haremos a la luz de las enseñanzas que, a nivel mundial, el siglo recién terminado nos legó.

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