Luces y santuarios

Luces y santuarios

ROSARIO ESPINAL
rosares@hotmail.com
Me encanta la luz. El sol resplandeciente que alegra las mañanas, el foco brillante que ilumina una oficina en plenas horas de faena, la pintura clara que embellece una habitación aún en días nublados, el rayo que se cuela entre las paredes de edificios altos, el espectáculo lumínico de las grandes ciudades, el destello de una finca de arroz cubierta de hilachas verdes, el platino luminoso que produce el sol cuando se recuesta del mar al mediodía, la llamita tímida de una vela que acompaña una cena cargada de romance, el velón que ilumina los muertos y los santos, y claro, las coloridas puestas de sol que desde hace años colecciono.

Si pudiera, encendiera luces constantemente para aumentar la claridad del día y la noche. Pero no puedo.

Me proporcionan placer, pero estoy obsesionada con apagarlas. Lo hago en mi casa, en el trabajo, e incluso en lugares que visito. ¡Vaya mal educación!

Confieso que no ha sido fácil conjugar mi placer con el deber. Me compele a apagar luces pensar que malgastamos recursos naturales, que su precio es exorbitante, que mientras unos habitantes de la tierra consumimos mucha energía, otros la reciben a trocitos.

Es difícil en un país como República Dominicana hacer una campaña para promover el ahorro de energía. Hay tantos apagones que la gente vive deseosa de tener luz. Hace tanto calor que manejar o encender un aire acondicionado es mejor opción.

Sucede, como con todo lo que escasea, que cuando se tiene se malgasta en el intento de saciar los deseos insatisfechos.

Pero promover el ahorro de energía es necesario, en sí mismo, y por el efecto conductual que tendría consumir con mejores criterios.

La sociedad dominicana pasó de la represión dictatorial a la libertad, sin que el tránsito se acompañara de una compresión adecuada del significado que tiene la libertad para el desarrollo humano.

Libertad no significa hacer siempre lo que se desea. Es la posibilidad de conocer opciones disponibles, debatirlas, pensarlas y tener la oportunidad de escoger las alternativas que mejor nos parezcan. Siempre con el entendimiento de que toda decisión, aunque parezca libre, estará constreñida por las circunstancias.

Pero restringir voluntariamente la libertad de consumir es muy difícil. Sobre todo, porque las personas con menos recursos tienen grandes necesidades reales y, además, están saturadas de mensajes e imágenes consumistas que muestran cuán bien viven los más pudientes. Se desarrolla así una espiral de expectativas, que muchas veces es difícil de satisfacer con los recursos disponibles, aún por los más ricos.

Por eso hay tanta gente que recurre al ladronismo cuando enfrenta un desfase entre sus expectativas de bienestar y sus posibilidades reales de consumo.

Imagínense, que hasta a Cristo y su Madre, que vivieron en gran modestia hace más de 2000 años, le atribuyen necesidades que no tienen.

Por ejemplo, ¿para qué construir santuarios costosos, como sucederá ahora en Bayaguana, en vez de utilizar el dinero público para dotar esa empobrecida comunidad de servicios escolares y médicos que dignifiquen la población?

Un santuario sencillo, levantado con donaciones de los devotos, tendría mayor valor espiritual, y sobre todo, se ajustaría mejor a la historia real de Cristo y su Madre, no al desvarío barroco que de sus figuras hicieron los monarcas civiles y eclesiales de la Edad Media europea.

La pobreza humana necesita soluciones; es cuestión de subsistencia y justicia. Y es responsabilidad de todos, independientemente del estatus económico, asumir el compromiso de luchar por la justicia, preservar los recursos naturales, y mejorar el acceso a ellos de todas las personas.

Un acto tan sencillo como apagar la luz cuando no se necesite alumbrar es importante. Igual lo es cerrar la llave del agua, caminar cuando no sea necesario manejar, reciclar papel cuando se pueda re-usar, o recalentar en vez de desechar alimentos en buen estado.

Es fácil, y puede sonar hasta trivial, expresar lo aquí planteado. Pero asumirlo voluntariamente como guía de vida es sumamente difícil. De eso puede dar testimonio cualquiera que lo haya intentado.

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