Luces y sombras de América Latina y el Caribe

Luces y sombras de América Latina y el Caribe

Uno de los temas más abordados, tanto dentro de la región como fuera de ella, es el del desarrollo económico de la región, y no estoy pensando en la recién terminada Sexta Cumbre de Las Américas concluida ayer en Cartagena de Indias, porque no le tengo fe ya a ese quórum del cual solo saldrán cosas realmente impactantes y trascendentes cuando cambie realmente la filosofía norteamericana, al parecer ahora con el coro incondicional de Canadá hacia la región.

 Es verdad que hemos atravesado momentos de sombras, que a veces han sido largas noches sin luna. La CEPAL – y respeto mucho a esa institución regional de la que fui integrante – ha hablado de nuestros periodos de “luces y sombras”. Absolutamente cierto, pero una de las principales preocupaciones que identifico ahora es poder determinar si nuestros países serán capaces de hacer que las “luces” arrinconen cada vez más a las “sombras”. Además de la sabiduría que apliquemos en la conducción y administración de nuestras economías para ello es imprescindible que las naciones desarrolladas, que tanto nos deben, nos brinden la cooperación coherente y consecuente  a la que, por demás, se comprometieron hace más de 40 años.

 El consuelo para muchos los lleva a recordar el terremoto económico de 15 grados del decenio de los 80, la “década perdida”; la hecatombe de la deuda externa. La deformación estructural, y política, de la región, en un mundo dominado por relaciones internacionales arbitrarias y desiguales llevaron la deuda externa desde los 20 mil millones en 1970 a 272 mil millones en 1982. Después de políticas de ajuste brutales que nos impusieron en 1990 se había pagado más de 200 mil millones para, en definitiva, terminar el decenio debiendo más de 400 mil millones y deber ahora un millón de millones. En estos momentos no hay mucha preocupación porque nuestras economías han crecido y en general ha habido una mayor estabilidad económica y financiera, pero la realidad y la presión siguen ahí.

 No obstante, en la primera década del siglo XXI las cosas no nos fueron tan mal, logrando reducir la pobreza desde un 44% en el 2002 al 31% en el 2011, aunque esta última proporción representa 177 millones de personas en números reales. El conjunto de países muestra los más altos niveles de desigualdad a nivel mundial entre los que mucho y poco tienen. Para realmente reducir la pobreza hay que disminuir la desigualdad y para ello hay que transformar estructuras nacionales e internacionales.

 Nuestros países deben velar por una correcta explotación y administración de sus recursos naturales; ellos fueron la base del desarrollo de los industrializados, por lo que ahora nos toca aprovecharlos para desarrollar nuestras tecnologías. Recordémosle a los desarrollados que en 1970 se comprometieron a dedicar el 0.75% de su PIB a apoyar el desarrollo y apenas están en un 0.33%. No solo requerimos apoyo financiero sino también el que compartan conocimiento y tecnologías.

Dicen que éste es el decenio de la región; de nosotros depende.

 

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