Lucha contra la delincuencia

Lucha contra la delincuencia

MARIO BAEZ
La palabra seguridad proviene del latín securitas y tiene relación con el cuidado del sí. Durante la edad media, en los pueblos y aldeas que integraban lo que posteriormente serían los estados de Europa, el concepto de seguridad se basaba en la organización de los vecinos frente a las amenazas. Las murallas alrededor de las ciudades simbolizaban la seguridad, la protección se garantizaba a través de la participación de todos los habitantes y la mayoría de los conflictos encontraban solución en el seno de la comunidad.

El advenimiento de la sociedad moderna trajo consigo el nacimiento de las grandes ciudades y con ellas, los mecanismos informales de protección fueron sustituidos por instituciones formales. Las fuerzas de seguridad y los sistemas de administración de justicia y penitenciario pasaron a asumir la responsabilidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos. Sin embargo, una realidad que viene afectando la mayoría de los países de la región es que el estado se ha mostrado incapaz de garantizar la seguridad de amplios sectores de la sociedad.

El peligro se ha instalado dentro de la mayoría de las ciudades del continente y la sensación de inseguridad ha pasado a formar parte integral del subconsciente de los latinoamericanos. Esta situación ha generado un debate en torno a las políticas más efectivas para combatir la delincuencia, en el cual han salido a relucir dos enfoques alternativos: un modelo que enfatiza el control policial, cuyo máximo exponente es la «Política de Tolerancia Cero» instaurada por Rudolph Guiliani al asumir la alcaldía de la ciudad de Nueva York en el año 1994; y un modelo integral que concibe a la violencia delictual como un fenómeno multidimensional. Este último enfoque ha sido implementado en Santiago de Chile con ciertas adaptaciones.

La «Política de Tolerancia Cero» implementada en la ciudad de Nueva York indiscutiblemente tuvo resultados positivos: en 1994, cuando Guiliani asumió la alcaldía de la ciudad se cometían en la misma alrededor de 1,930 homicidios y 430,460 delitos de gravedad. Seis años más tarde, los homicidios se redujeron a casi una tercera parte y a unos 184,000 los delitos calificados como graves. Todo esto en una metrópolis como Nueva York, que llegó a representar el símbolo de la inseguridad de las grandes urbes del mundo y había sido dada por perdida por la mayoría de los alcaldes que lo precedieron.

Conforme a la opinión de William Bratton, Comisionado de la Policía de Nueva York durante el período 1994-1996, los pilares en los cuales descansó la política de «Tolerancia Cero» fueron los siguientes: Una completa reorganización del Departamento de Policía de la ciudad, la cual incluyó, entre otras cosas, la eliminación de sus filas de los policías corruptos; más policías en las calles y menos desempeñando funciones burocráticas; una mayor descentralización y delegación de responsabilidades con efectivos sistemas de rendición de cuentas y una mayor participación de los jefes de los cuarteles barriales en los procesos de planeación y de toma de decisiones. Asimismo, se implementaron medidas drásticas destinadas a reducir la tenencia ilegal de armas de fuego, a eliminar el tráfico de armas, a perseguir y capturar a los prófugos de la justicia y a controlar todo tipo de robos, no sólo deteniendo a los culpables de estos delitos, sino también actuando con firmeza contra los traficantes de artículos robados.

Dos elementos de suma importancia que contribuyeron a la implementación exitosa de «Tolerancia Cero» fueron el Compstat (Comparisson Statistics» o sistema de estadísticas comparativas sobre delitos) y la defensa del concepto de calidad de vida en los barrios. El Compstat comenzó con un formato básico, en el cual todos los cuarteles de policía de la ciudad estaban obligados a volcar las estadísticas sobre delitos y arrestos que se producían en sus demarcaciones.

Estos informes se generaban semanalmente para ser analizados en comparación con otros informes similares y constituían la base de las reuniones semanales que el alcalde Guiliani sostenía con los 76 jefes de distritos policiales de la ciudad para discutir la situación de seguridad en sus respectivas demarcaciones -y en la ciudad en su conjunto- y para formular políticas. Los informes Compstat, los cuales se fueron haciendo cada vez más sofisticados como para permitir la elaboración de mapas de delincuencia de la ciudad y para analizar los patrones de delitos, se constituyeron en un instrumento fundamental para la asignación de los recursos policiales, así como medir los niveles de efectividad de los distintos cuarteles policiales en la lucha contra el delito.

Por otra parte, la adopción del concepto de calidad de vida consistió en actuar de manera firme y decidida contra los pequeños delitos que ocurrían en los barrios y sobre los cuales los policías solían hacer de la vista gorda. Se actuó con firmeza contra los que consumían alcohol en las calles, los que encendían las radios a todo volumen, las prostitutas y pequeños vendedores de drogas, los que escribían graffiti en las paredes y contra todos aquellos que hacían de la vida en los barrios un infierno. Esta acción firme y decidida contra los pequeños crímenes produjo un acercamiento de la policía con los sectores responsables de la comunidad y mejoró significativamente la calidad de vida de los barrios con mayores niveles de violencia (incluyendo Washington Heights donde habitan la mayoría de los inmigrantes dominicanos).

En conclusión la «Política de Tolerancia Cero» permitió recuperar la ciudad para el disfrute de sus ciudadanos, enviándole un mensaje muy claro a los delincuentes que fue resumido por un policía newyorkino de la manera siguiente: las calles y plazas de la ciudad pertenecen ciudadanía y en su nombre las fuerzas policiales las hemos recuperado.

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