¿Lucha de clases en el presente?

¿Lucha de clases en el presente?

En España una encuesta revela que las gentes les tienen más temor a los políticos que al terrorismo. Los nuestros resultan también muy dañinos, aunque los más toman pocas cosas en serio, no así puestos y prebendas. No es casualidad sino parte de una estrategia rehuir responsabilidades y  ocultar sus verdaderos propósitos.  Se auto-limitan a unos pocos oficios, mientras abundan en manipulaciones, demagogias, abusos de poder y desmanes. Contribuyendo a la sustentación del establecimiento, cómplices de una conspiración de tácticos silencios. Otras veces son ellos  detentadores de poder económico, siempre en complicidad con sectores cuyo mayor pecado no es ser explotadores, narcos o lavadores de dineros  y honras; sino lo poco que se esfuerzan en mejorar las cosas.

Los clase medias, llamados a ser la consciencia de la democracia, hacemos un papel mediocre, lamentable. Con ambigüedad habitual, solamente criticamos cuando ciertos valores que apreciamos, usamos  o consumimos, resultan  amenazados. Comúnmente somos anuentes y genuflexos a cambio de ciertos privilegios.

Los pobres, o son ignorantes o imitan la indolencia de los clase medias.  Actúan atomísticamente porque la exclusión los mantiene atareados buscándoselas.

La lucha de clases ni la inventó Marx ni la trajo Bosch. Existe desde que los hombres optaron por temer y desconfiar, en vez de amar a sus prójimos. Hoy no vemos enfrentamientos de masas, ni conflictos abiertos porque no ha habido mayor desarrollo capitalista industrial,  y por la ausencia en el mundo de hoy de un proyecto ideológico patrocinado por alguna potencia mundial. Pero el conflicto es feroz, sobre el que se expresa en la delincuencia y las vicisitudes de los marginados; y en el desorden institucional y la corrupción. Con vertientes desgarradoras en los episodios de delincuencia de cuello blanco y de ratería callejera.

Presenciamos un gran deterioro axiológico e institucional. La gran violencia emana del diseño mismo de la estructura social, pero también de la iniquidad de nuestros corazones. Un cuadro terrífico que ni los más consecuentes de nuestros políticos los quieren mirar a fondo. Permanecemos como nación, sólo en virtud de algunos patrones conductuales y creencias comunes, pero más porque estamos rodeados de agua por tres lados y de una nación hambrienta, por el otro. Si no fuera por los tiburones y azares del entorno tal vez aquí quedarían pocos. Porque aún los que amamos la gente y el lugar, lo hacemos también porque siempre hay pobres y extranjeros que aportan sudor y lágrimas para nuestro bienestar. Definitivamente, este país no puede seguir cabalgando sobre tantas injusticias y falsedades. También nosotros, los que decimos creerle a Jesucristo,  de estas cosas, tendremos que dar cuenta.

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