Luchas sociales en tiempos del Quinn joven

Luchas sociales en tiempos del Quinn joven

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN S.J.
La muerte del P. Quinn nos hace recordar a cuantos lo conocimos su simpatía, temple y  constancia en  casi medio siglo de promoción del campesinado y de la comunidad de Ocoa.

     Como homenaje a su memoria trataré de reconstruir el marco social dentro del cual fue  de hecho actor importante en las luchas campesinas dominicanas al modo inglés de New Castle importante ciudad minera y astillera en la que nació poco tiempo antes de que sus padres emigrasen a Canadá.

     Los habitantes de la zona curtidos por el duro trabajo en las minas y en los astilleros  adquirieron la tenacidad y la prosa del oficio unida a una profunda comprensión de la pobreza, del dolor y de la precariedad humanas. Tan irlandeses como ingleses cuando discuten cosas serias tienden  a desconfiar de utopías (a pesar de Tomas More), a exhibir un dejo de irónico escepticismo y a reclamar como argumentos hechos no discursos. Gente cordial, humanas y amantes del “mater of factness”.

     Al P. Quinn con esa dotación genética y social lo conocí y traté por ocho años en el ambiente idealista y revolucionario de los sesenta y principios de los setenta. El país, a un lustro de la muerte de Trujillo y recién terminada la guerra civil, era un hervidero social en busca de otros caminos menos sangrientos que condujesen a una sociedad más equitativa.

     La Iglesia dominicana, obispos, sacerdotes y laicos, participó en aquel tiempo (1963-1974) con dedicación admirable en la construcción de una nueva y mejor sociedad en varios campos: estudiantiles (Juan Bolívar Díaz, Miguel Coco, P. Figueredo, Monseñor Polanco, Monseñor Agripino Núñez y P. Arroyo en la UCMM, P. Arango), medios de comunicación (P. Cipriano Cavero y P. López Vigil de Radio Santa María en El Cibao, P. Juan Manuel Pérez en el Seibo, Radios Amistad y Libertad en Santiago, Radio ABC en Santo Domingo), intelectuales (Alfonso Martínez, Leonel Rodríguez Rib, Castaños Espaillat, Monseñores Arnáiz, Polanco y Pepén, P. Robles Toledano, P. Láutico García), sindicales (Henry Molina y la CASC), cooperativismo (PP. Steel, Quinn y Llorente), barriales (PP. Cela, González Buelta, Carlos García-Carrera, Olmo), y sobre todo campesinos (Gabriel del Río, “Guante”, “Mamá Tingó” y “Panyé” de FEDELAC, Monseñor Roque Adames,  Monseñor Juan Antonio Flores, Monseñor Vargas, P. Quinn, P. Juan Roberto Smith, P. Guzmán, P. Gregorio Lanz, P. Bartolomé, P. José Llorente, P. Solís, P. Toñito Abreu, P, Regino Martínez, P. Ramón Dubert…).

     La multitud, ni de lejos están enumerados todos sino algunos que más sobresalieron o con quienes tuve mayor contacto, de actores no quiere decir que todos trabajasen en un “plan”. Todo lo contrario: se formaban grupos afines de tendencias ideológicas diversas aunque de inspiración cristiana que diferían entre sí en diagnósticos y programas. Nunca existió un “Plan” de la Iglesia institucional aunque sí animó a la acción y ofreció criterios.

 De ellos quiero hablar limitándome a las luchas campesinas. Señalo el 1974 como fecha final por dos razones: muy sencilla una, fui trasladado a Gurabo en Santiago para dedicarme a la docencia universitaria con lo cual perdí contacto con muchos de los actores citados, y la otra la puesta en vigor de la famosas “leyes agrarias” de Balaguer que obligaron a nuevas y más pacíficas estrategias.

1. Tendencias diversas de los grupos cristianos de luchas campesinas.

 a)  Un error frecuente entre quienes analizan desde afuera los movimientos sociales cristianos, especialmente los católicos, es presuponer que siempre están jerárquicamente organizados  o al menos ideológicamente controlados.

     Muchas veces esa ha sido una pasable aproximación a la comprensión de grupos de gran influjo en circunstancias históricas extremas en las que la Iglesia era o se sentía agredida por el Estado (guerra civil española, lucha contra el Estado laicista francés, movimientos conservadores del siglo XIX en América Latina; el Zentrum alemán en defensa contra la Kulturkampf de Bismark, contiendas electorales contra el comunismo en la Italia de la segunda postguerra…).

     En casi todos esos casos, sin embargo es posible constatar movimientos cristianos de signo social diverso que no podían ser condenados como anticatólicos  por la Iglesia, aunque  los rechazara por razones pastorales o disciplinares.

      Baste esta introducción para enmarcar la situación de los movimientos católicos campesinos en República Dominicana en el período indicado.

     Me concentraré en algunas características que me llamaron la atención: papel de la motivación explícitamente religiosa, instrumento preferido de acción y meta buscada.

b)    Había, en primer lugar, evidentes diferencias en cuanto atañe a la motivación. Los movimientos sociales católicos optaron por uno de dos caminos: concientización explícita religiosa en la formación de dirigentes y socios (los cursillos de formación comenzaban por una hora de meditación sobre los Evangelios, exponían los principios de la Doctrina Social y concluían con Misa, por supuesto de asistencia libre) o concientización basada en derechos humanos o planteamiento de grandes corrientes ideológicas cristianas o no en el supuesto de que muchos de los participantes recibían formación religiosa en sus parroquias. La distinción no es del todo exclusiva, creencias, criterios y prácticas morales se mezclaban en la realidad, sino tendencial.

       Sí hubo, y revistió gran importancia, una pastoral religiosa en gran parte de las parroquias del país que predicaban la responsabilidad social del cristiano y de las comunidades pero sin desembocar en la adopción de estrategias específicas de lucha social. Esta posición aséptica  en lo que a medios concretos de acción se refiere facilitó un despertar de la conciencia social pero, por supuesto, fue causa de roces -algunos bastante serios- con dirigentes de grupos de acción social. El sentimiento social compartido del clero dominicano se tradujo en Pastorales de la Conferencia y en cartas de denuncia de numerosos grupos de sacerdotes  (en Higuey y La Vega).

c) Más fácil de detectar eran las diferencias sobre el tipo de organizaciones sociales promovidas. Simplificando al extremo y sabiendo que la vida no funciona por comportamientos cerrados se podía hablar de cooperativas, ligas agrarias reivindicativas, ocupaciones de tierras,  promoción social local y apoyo a partidos radicales o no.

    José Llorente influyó notablemente en El Cibao promoviendo cooperativas no sólo por su utilidad económica sino por su capacidad para fomentar la transparencia contable y la confianza en los demás. Sus cursos eran verdaderos laboratorios de comportamiento social solidario. El P. Quinn simpatizaba con este enfoque.

     Las ocupaciones de tierra perseguían básicamente el mismo fin educativo y añadían una actitud de rechazo contra el abuso de poder de terratenientes

     Las ligas agrarias implicaban un cuestionamiento de las estructuras nacionales especialmente en la tenencia de tierra, las prácticas de arrendamiento y el financiamiento agropecuario.

     Bajo el término “promoción” entendíamos la educación para la acción en proyectos comunitarios de todo tipo: construcción de escuelas, salones de reunión, caminos  e iglesias, acueductos, plantas eléctricas, enseñanza de técnicas agrícolas, adquisición de tierras, formación de grupos de lucha reivindicativa regional , etc. Por aquí se inclinaba el temperamento práctico de Luis Quinn.

d) Sin duda la mayor parte de las actividades de los grupos era de hecho local o regional. Sin embargo tengo la impresión de que en buena parte de esos grupos, ciertamente no en todos, se aspiraba a la intervención estructural del Estado para remediar la extrema marginalización de los campesinos. La “solución”  tenía que ser nacional y conflictiva. El Estado había sido secuestrado por grupos de poder fáctico y había que forzarlo a recuperar su independencia.

2. Críticas de Ken Sharpe y Joseph Marchetti.

   Dos simpatéticos investigadores sociales norteamericanos, el hoy Profesor de Antropología en Swothormore College Ken Sharpe y el sociólogo P. Marchetti  del St. Joseph’s College de Philadelphia dedicaron mucho tiempo y creatividad al análisis de los movimientos sociales dominicanos. Sharpe estudió durante  varios años el campesinado de la Sierra Central (Jánico, Las Matas y Santiago): Marchetti  por más de medio año las condiciones de éxito y fracaso  de grupos sociales en la Ocoa del P. Quinn. Ambos publicaron sus observaciones en Estudios Sociales.

a) La crítica de Ken Sharpe.

   Los trabajos de Sharpe muestran todo el detalle que caracteriza al buen antropólogo y el extraordinario olfato de quien busca la lógica política de la acción social. Sus  largos diálogos con Monseñor Adames y con el P. Juan Montalvo, profesor de sociología en la UCMM, le ayudaron a ver las debilidades políticas manifiestas de buena parte de la actividad social católica.

     Ken estaba impresionado por la aceptación por parte de los campesinos del mensaje social predicado en las iglesias que conocía, por el recurso a la argumentación moral y religiosa del mensaje unido a la no consideración del factor “poder”, y por la confianza en que las soluciones vendrían de la voluntad del Presidente.

      La larga tradición de la Iglesia dominicana, era el centro de su hipótesis, de considerar católico a todo ciudadano y su comprensible tendencia a buscar soluciones pacíficas y no controversiales la estaba llevando a confiar en la conversión de quienes aunque pecadores eran en el fondo católicos y a no apreciar las realidades del poder económico y político, ya sin ethos religioso. Aunque el Presidente, los terratenientes y los funcionarios se mostrasen  externamente católicos folklóricos, sus raíces religiosas como dijera Max Weber de su conducta  estaban secas desde hacía tiempo.

    La acción social de la Iglesia podía forzar soluciones aparentes. El Estado, su burocracia, se convertiría en el nuevo poder fáctico que oprimiría al campesinado. El puro poder pragmático no se combate sólo con moral. Se requiere un poder, con moral, para tener a raya al Estado o a sus representantes para lograr un mejor orden social. La Iglesia no se daba cuenta de la nueva situación.

b) La crítica a los grupos sociales de Marchetti.

    Si Ken Sharpe concentró su crítica en el gran objetivo de muchos grupos de campesinos, la intervención  estatal contra las estructuras agrarias existentes, Marchetti analizó las condiciones internas de éxito de organizaciones locales de promoción, especialmente cooperativas. Marchetti, como sociólogo, llegó a sus resultados basándose en hipótesis que se le hacían inteligibles por su observación del funcionamiento de la organización y del liderazgo de los grupos y cuya aprobación o rechazo dependía de  amplias baterías de encuestas muy específicas manejadas con rigor cuantitativo.

    Sus conclusiones cuestionaban el papel de líderes que por sus cualidades o posición eran reelegidos por los socios. Aunque obviamente se trataba   en general de personas sobresalientes en su medio las encuestas mostraron una clara tendencia a aprovechar en beneficio propio (no necesariamente económico) su poder para lograr apoyo a sus intereses y a sus opiniones y para frenar iniciativas diferentes sociales y económicas.

     Marchetti concluyó la falta de dinamismo de esos grupos y la necesidad objetiva de procesos internos revolucionarios  que evitasen la continuidad de los dirigentes y permitiesen una mayor participación de los miembros en la gerencia.

     De hecho la tendencia a la perpetuidad de los dirigentes, común al sindicalismo, al cooperativismo y a los partidos políticos, es una realidad nacional que puede explicarse por la personalidad de los primeros líderes, y por la conveniencia para los dirigentes superiores de mandos medios leales y confiables. En la Iglesia y en instituciones de estructura jerárquica e idearios doctrinarios muy definidos como en los antiguos partidos el peligro aumenta.

    Podemos criticar las tesis de Marchetti alegando contagio con la eterna revolución de Mao. Pero sin duda su estudio indica una de las causas de la poca eficiencia concreta de muchos grupos sociales campesinos de la época y del presente.

3. El camino del P. Quinn.

  Al comienzo de este artículo hablé sobre la tendencia al realismo y la alergia doctrinal del P. Quinn. Hombre de enorme comprensión y de gran necesidad de comunicación oía, preguntaba y proponía sus planes y atendía los de los demás sin descalificarlos doctrinalmente de modo definitivo. Buscaba lo que le parecía realistamente lo mejor para su gente pero conservando su independencia de juicio.

    La extraordinaria dedicación al trabajo físico y promocional de Luis Quinn  y su integridad y frugalidad de vida hicieron posible que se aceptasen dos características de su trabajo censuradas por la mayoría de representantes de otros grupos: solicitar ayuda financiera a instituciones estatales nacionales, empresariales e “imperialistas” para la promoción de su gente  y su inmersión junto con ella en el trabajo físico de sus programas. La imagen de Quinn manejando bulldozers cambiaba en la prensa con fotografías del elegante y austero sacerdote en diálogo con presidentes, empresarios   y embajadores extranjeros.

        Nunca oí críticas a estas “anormalidades”. Todos sabíamos que buscaba sinceramente el  bienestar de sus comunidades. Todos sospechábamos que su espíritu realista y abierto a las necesidades humanas lo habían llevado a la conclusión que para él su posibilidad de contribuir a la causa campesina era ésa. Respetaba a todos y todos acabaron por respetarlo.

4. Después de las leyes agrarias.

   Contra lo que casi todos pensábamos Balaguer llegó a la conclusión de que para lograr cierto clima de paz en el campo dominicano era imprescindible una reforma agraria que modificase seriamente la tenencia de tierras, la más libre organización campesina y la práctica abolición de normas de arrendamiento de aparcería. La lógica de las leyes no era en modo alguno económica -probablemente hizo más mal que bien a la producción agropecuaria- sino social y política.

   Las leyes agrarias pusieron coto, de hecho, a los movimientos sociales reivindicativos de inspiración cristiana de campesinos. Sharpe fue profeta. Tal vez Quinn olfateó el porvenir y se dedicó a lo que podría hacer sin dejar nunca de criticar, además, la injusticia viniese de donde viniese. Fue un hombre serio, cristiano de verdad, trabajador y compasivo que se comprometió con admirable constancia a la promoción integral de Ocoa y sus campos o mejor de sus campesinos.

Publicaciones Relacionadas