Luis O. Brea Franco o las utilidades del pensar

Luis O. Brea Franco o las utilidades del pensar

 POR JUAN FREDDY ARMANDO
¿Para qué sirven los filósofos? ¿Qué sentido tiene investigar sobre la esencia del ser, el origen y destino del hombre, habiendo tantas urgencias inmediatas? ¿Para qué hurgar acerca del bien y el mal?¿Qué ganamos con saber lo que pensaron unos viejos barbudos que conocemos sólo a través de sus sobrias estatuas de ojos ciegos y sus pesados libros de tapa dura?

Parece un contrasentido plantearse estas interrogantes, sin embargo mucha gente simple se las hace. Y algo peor: hay profesionales de la economía, ingenieros, abogados, médicos, sociólogos, tecnócratas, que deciden el futuro de nuestros pueblos, a los que estas preguntas ni siquiera les pasan en vuelo rasante sobre sus cabezas. Desprecian la maravilla del pensar, la belleza del pensar, el valor del pensar.

Pues lo consideran inútil, tal como consideran inútil el arte, pues no se sobrecogen ante una sinfonía de Beethoven ni se subliman ante un poema de Byron ni se estremecen ante un cuadro de Goya. Tal vez porque ven estas obras como intangibles juegos, como si los números y figuras y cuadros con los que ellos trabajan no fuesen también intentos intangibles de acercarse a la intocable realidad, que además fueron creados en ese juego indispensable del filósofo.

Pero si de algo ha de servir para definir la esencia de este manojo de reflexiones de Luis O. Brea Franco es precisamente como demostración de que el filósofo realiza un trabajo harto útil a la sociedad, valioso para plantearse, definir y resolver problemas nodales de la existencia humana.

Por ello, sería tan útil tanto para el dominicano sencillo así como para los profesionales especialistas en las distintas áreas del saber, abrevar en las aguas ricas de este libro de Luis O. Brea Franco.

La diversidad temática es la primera virtud que resalta en estos escritos.

En sus pasos como caballero andante del pensamiento, montado en su rocín de teclas y verbo al ristre, en el rol de antiguo y nuevo soñador platónico de que se realice la idea del bien en la sociedad dominicana, este gran pensador –para mí el más culto y preclaro de cuantos publican actualmente sus reflexiones en el país- recorre una multitud de temas que atañen a cada uno de nosotros los que habitamos este promontorio de tierra emergida que es la isla de Santo Domingo, y especialmente la República Dominicana, sin olvidarse de la aldea global a la que pertenece. La política lo baña con sus pasiones sin impedirle ver claramente a justos y pecadores en este valle de lágrimas y flores que es nuestra época.

Consigue esto usando los lentes de distintos colores que la historia del pensar nos ha brindado para que no reinventemos el mundo a cada instante, sino que sepamos que ya ha sido mirado, y que podemos remirarlo desde esos distintos cristales: desde Nietzsche, Kant, Aristóteles, Hegel, hasta los pensadores más actuales como Heidegger, Sartre, Derrida, Lacán, Negri, son cuidadosamente estudiados por el escalpelo de Brea Franco, en su relación con la ética, con la estética, con los problemas sempiternos del hombre, que algunas veces nos lucen como exclusivos de estos tiempos, cuando en realidad recorren –siempre de nuevo- el devenir de la historia humana.

“Quien toca este libro, toca a un hombre”, ha dicho Walt Whitman para referirse a sus “Hojas de hierba”. Y “Quien toca este libro, toca al hombre”, podría decirse del de Luis Brea Franco, porque el autor hace una verdadera disección de los problemas mediatos e inmediatos del ser humano nacional, sin desmedro del universal, en la que, a la manera del antiguo arúspice egipcio, abre y hurga en sus órganos para encontrar en ellos las enfermedades del presente social dominicano y sus proyecciones al futuro. Es muchas veces duro en sus análisis, pero sin perder la esperanza. O quizás no es duro.

Dura es la realidad que hemos vivido en nuestra arrítmica, irregular y contradictoria historia, en la que hemos dado tumbos como un ciego dentro de un cuarto oscuro, buscando puertas de salida hacia el progreso.

Los problemas de la vida cotidiana del hombre moderno envuelto y revuelto en la red de los medios de comunicación con su sarta de información sin formación, de información con deformación, son una preocupación vital en los escritos de nuestro autor. La polución, el genoma humano, el calentamiento global, la biodiverdidad, la muerte lenta pero sistemática de la capa de ozono que nos protege de los rayos solares ultravioletas, el despliegue de poder de una sola potencia intentando abrazar al mundo con sus tentáculos, la lucha de civilizaciones, el riesgo nuclear y otros temas actuales no escapan del laboratorio de ese analista pertinaz e inteligente, apasionado y frío que es nuestro filósofo. Y es que Luis O. Brea Franco es un hijo legítimo del siglo que vivimos, al que analiza sin dejarse atrapar por sus trampas y minas. En su diagnóstico no hay tema fundamental de nuestro tiempo que no sea visto con sus ojos inquisidores. Ojos que, cual dios Jano, miran como eternos vigilantes, el futuro y el pasado, desde el vivo crisol del presente.

Siempre ha de hacer el buen esculapio, el buen galeno, el buen hijo de Hipócrates, nuestro pensador estudia la enfermedad y visualiza la medicina, ve el mal y su remedio, ofrece el diagnóstico y su receta.

Propone siempre soluciones. Cumple perfectamente con el aforismo empresarial de que: “Si no viene con una solución, usted es parte del problema”. Luis O. Brea Franco es parte de la solución de nuestros males –los sempiternos y los del momento-.

No deja interrogantes vacías, como un mago o brujo antiguo –que así se llamaba otrora a los sabios- para cada problema tiene una botella, para cada mal, para cada astilla, su pastilla.

Por eso, esta colección de ensayos breves -algunas veces no tan breves- está profundamente imbricada en su época sin dejar de ser eterna, tiene su raíz en el presente y sus flores en el mañana, pues si pienso en el hombre del siglo XXII, lo veo leyendo estos textos como suyos, porque los temas que andan en ellos están arraigados, como el arte, ¿y quién ha dicho que pensar y exponer el pensamiento no es un arte?, en lo eterno, lo perenne, sin dejar de ser radicalmente dueño del ahora y el aquí.

A nuestro filósofo le interesa la eternidad, la perenne actualidad de sus expresiones, de su reflexionar, pero, eso sí, sin subir y encerrarse en la Torre de Marfil de que hablaba Rubén Darío, sin evadir los candentes y acuciantes problema del momento, como son: los del patrimonio subacuático, el dominio cultural estadounidense sobre el mundo, con el porcentaje de distribución de películas, videos y otros materiales, la fatídica administración del último gobierno perredeísta, la violencia que nos acecha en calles y resquicios y hasta en los hogares, la discriminación, el hambre, las dificultades de la educación en nuestros países laten en los acuciosos dedos que digitan el pensamiento de Luis O. Brea Franco, como filósofo que reflexiona y soluciona.

Eso sí, sin olvidarse de los clásicos y siempre vigentes temas del quehacer filosófico, de los grandes problemas que preocuparon a Parménides y a Zenón de Elea, a Santo Tomás y a Leonardo Da Vinci o a Protágoras y Gorgias, a Dante o Petrarca. Por eso, he ahí su viaje por la idea del movimiento, por la categoría de libertad, por el concepto del ser como núcleo y conjunto universal, por la posibilidad de percibir o no la verdad que negaron los agnósticos como Russell y Bergson o dificultaban pesimistas como Kierkegaard y Berkeley.

El autor ha referido el título y contenido de su trabajo a dos maneras de ver la cultura.

La primera articula desde el punto de vista del espejo de Babel, desde el de su visión sobre los problemas que acucian la sociedad actual.

Porque la torre de Babel fue un hecho cultural, una tradición fantástica, mitológica del pueblo hebreo de la que la humanidad se ha apropiado. Y cuando Luis Brea vuelve a ella, lo hace de una manera excelente, porque no vuelve a la torre sino a su espejo, no a ella sino a su imagen.

Se refiere a su visión como sueño de perfección del hombre al querer llegar al cielo, en una escala infinita que busca alcanzar las cimas de la plenitud, el paraíso del ser, el dorado que añoraron los conquistadores, las minas de oro del rey Salomón, en una palabra.

También es muestra de la multiplicación de lenguajes y formas necesarios para entendernos con un universo cuya principal característica es la diversidad en que vivimos hoy en nuestra Babel informatica: de culturas, de costumbres, de visiones del mundo, de sueños mezclados como los metales al crisol del fuego social y personal.

La segunda manera de enfocar lo cultural queda vista en el subtítulo. Si hay un tema que inquieta a nuestro pensador, es el cultural, tanto enfocado en su sentido lato de ser todo lo que hace el humano como respuesta a las necesidades y retos de la vida, como desde el punto de vista estricto de la cultura identificada como manifestación creativa, artística, innovadora y recreadora del mundo elevado a la perfección de la fantasía, que es el arte en su rica gama sintetizadora de las aspiraciones del hombre y la mujer de todos los tiempos.

Porque Luis O. Brea Franco no es sólo estudioso observador del tema cultural, sino que es también actor, puesto que este libro mismo y su quehacer como catedrático y sus noches de reflexión, son muestra de sus actividades culturales. Y no se queda ahí. El autor ha sido incluso protagonista del diseño de políticas culturales desde el poder, de modo que, como diría Martí, conoce el monstruo porque ha vivido en sus entrañas.

Y sabe que uno de los caminos para salir del subdesarrollo es la  cultura como bandera de identidad de nuestros pueblos, como estandarte que eleve la imagen y la autoconciencia de nuestras naciones, visualizadas en el mundo sólo a través de hechos y situaciones que las denigran; la cultura es, además, bien de mercado en un mundo donde el desarrollo de la industria cultural es uno de los dominios fundamentales que requieren desarrollar nuestros pueblos no sólo para fortalecer su identidad y mantener en alto los valores de su historia y de su arte, sino sobre todo como armas de negocio en el concierto de las naciones.

Muestra, reitero, nuestro autor, que el pensar no es una peregrina forma solitaria de perder el tiempo analizando la inmortalidad del cangrejo sino un arma útil, indispensable en las manos mentales del lector y la lectora modernos, como lámpara de Diógenes para poder andar en esta todavía oscura y confusa, para los más, Sociedad del Conocimiento en que tenemos que aprender a vivir.

A este respecto, este libro nos permite comprender que la cultura no tiene sólo un valor simbólico o de solaz en la vida del humano, sino que también tiene valor utilitario como respuesta a nuestros grandes problemas y necesidades económicas.

Quiero destacar que los dominicanos podemos mostrar este libro: “El espejo de Babel”, como un ejemplo de que el oficio de pensar es altamente útil como instrumento indispensable para el ser humano enfrentar sus urgencias en los diversos campos de la vida.

También muestra que la filosofía ha echado sólidas raíces en la  República Dominicana. Que nuestra cultura también da sus  excelentes frutos, como lo es el autor mismo, en su vida concreta  como pensador y activo interlocutor en el público debate con miras a vislumbrar caminos y cambios factibles para consolidar en nuestro país una sociedad moderna.

Orgullosos hemos de estar de tener a un pensador de su estatura, un analista de su prosapia, un estudioso de su alta formación y agudeza y un escritor de tan elegante manejo del discurso… Eso es Luis Oscar Brea Franco.

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