Luis O. Cocco Castillo – El que saca, paga

Luis O. Cocco Castillo – El que saca, paga

En nuestra época de adolescente, cuando reunidos en grupo llamábamos un friero o un dulcero con su clásico balai campanita, lo primero que se escuchaba era esa voz en tono admonitorio: El que saca, paga»…

Con esto, el vendedor dejaba bien establecido que cada cual era responsable de sus actos de consumo: El pueblo es siempre juicioso y práctico en sus refranes y costumbres. Estos enmarcan su diario vivir, son como jurisprudencias del derecho común.

Analizando estas llanas simplezas, desprovistas de paternalismo profesional, y del clásico tinglado de retórica técnica, pero espléndidas en lo didáctico, por precisas y concisas en su contenido y espíritu; nos asombramos al ver y escuchar a nuestros eruditos funcionarios públicos pretendiendo convencer al pueblo «de que todos debemos pagar el hueco de Baninter»…

Ni el pueblo ni quien esto escribe nos montamos en esos Yates y helicópteros, ni pudimos participar en esas cadenas de exquisitas orgías: Por esto creo un perfecto abuso cargar al pueblo el peso de ese gigantesco fraude, sobre todo, cuando aun no se han visto palabras o acciones que garanticen que «todo el que saco’ pagara’.

El silencio y complacencia de las autoridades inherentes al tema, debía servir para invertir el fardo de las pruebas, y obligarlos en consecuencia a demostrar su inocencia, so pena, de que sus bienes puedan ser intervenidos, si no pudieren justificarlos.

Luego de un riguroso ejercicio de auditoría, y la ejecución de un ejemplarizador plan de recuperación de los bienes dudosos; si aún después de esto faltaren recursos, sería el primero en encabezar la fila de tributantes voluntarios, para acabar de tapar el hueco de Baninter en su parte financiera.

En cuanto al crimen y sus autores directamente implicados debemos ser prácticas, al estilo del pueblo. Pedir su fusilamiento sería enaltecerlos con un castigo sin dolor y solo reservado para los héroes de guerra vencidos; entonces pues, apelar a Dios sería lo sensato, pero solo para pedirle que los dote de conciencia, de sensibilidad humana, de empatía, de misericordia, de honor, a ver si al adquirir estos dotes ajenos a ellos, y propios de los hombres de bien, comienzan a ver en su justa dimensión el desgarrante abismo en que su avaricia sin ética, arrastro al País y sus ocho millones de seres, que solo hemos sido útiles para censos y elecciones en estos últimos cuarentidos años. ¡El que sacó, que pague!

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