Luis Rafael Sánchez: más
sabroso que la sabrosura

Luis Rafael Sánchez: más<BR>sabroso que la sabrosura

POR MIGUEL MENA
Un hilo que atrapa, como  si fuera de ahí sólo hubiese la soledad del planeta más lejano: así funciona la escritura de Luis Rafael Sánchez (Puerto Rico, 1936). Ir de «La guaracha del Macho Camacho» (1976) a «La importancia de llamarse Daniel Santos» (1988), pasando por «Quíntuples» (en casi épica representación con Carlota Carretero), es como levantar un gran castillo de arena y tener luego ganas de quedarse en algunos de sus laberintos.

Sánchez es un exprimidor del castellano-caribeño. Sánchez noquea. Sánchez mete de cabeza en su barco a Rabelais, a Quevedo, y ni siquiera el refunfuñón de Baudelaire puede resistirse.

«Indiscreciones de un perro gringo» (2007) es su última producción narrativa. La historia parece simple: se trata de las andanzas del perro Buddy Clinton, la mascota de la familia presidencial norteamericana, quien después de agotar una intensa y perruna vida, se diluye en la más consabida inopia que perro alguno haya podido experimentar. ¡Pero cuidado con la historia y su aparente realidad! Tras la aparente contabilidad de personajes de la historia y la política –clásica y contemporánea, ante todo norteamericanas-, se esconde un ajuste de cuentas en torno a los principios del placer, el poder y su moral.

Buddy Clinton es más un  transformer que un perro. Es una máquina que condensa energía, saberes, por lo tanto, poder. En su animalidad –de la que Sánchez destaca lo dulce y humanamente bestial-, hay apariencias de moraleja a la manera del Siglo DE Oro culterano. ¡Pero cuidado, es otro gancho de Sánchez!

Sánchez, sí, el ganchudo, el que nos hace caer de nuestros tacos, quien nos hace creer que estamos delante de un perro y no enfrente de una de nuestras neuronas convertidas en cuatro patas y cola.

Buddy Clinton se enfrenta a la historia y los saberes, desde la creación del mundo y el arca de Noé hasta la política de cortinilla y encajes del melodrama de la pobre señorita Lewinsky y el Bill insistiendo en hablar por teléfono, ¡cosa más grande chico! Buddy traza su perrunidad frente a los gatos clásicos desde los griegos hasta el clásico de Baudelaire. Desde sus bajos mundos, Buddy vive y sobrevive en la mundialidad de las vanidades y el entremés de pacotilla que serán todos los presidentes de esta bolita líquida y con pegotes de tierra que es la Tierra. Para Buddy, el ritornello Lewinsky-Clinton no es más que un ruido de televisión que sirve para ocultar otras historias internas.

«Indiscreciones de un  perro gringo» es un gran ajuste de cuentas con el Imperio, con el que está del otro lado del charco y con el que llevamos a cuesta. A la manera de un Calderón insular, Sánchez concluye: «Sea el Primer Perro de la Nación Esencial del Universo, sea el perro flaco a quien todo se le vuelve pulgas.

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