Luis Scheker Ortiz – La representativa y la Ley de Lemas

Luis Scheker Ortiz – La representativa y la Ley de Lemas

Es bastante lo que se ha dicho y comentado sobre la Ley de Lemas. Voces autorizadas y prudentes la han adversado, destacando las inconveniencias y perjuicios que tal pretensión puede acarrearle a la democracia dominicana, a los partidos políticos como sostén de esa democracia y a la tranquilidad y gobernabilidad de la nación, de ella imponerse. Pero las voces sensatas son mal oídas. Sus observaciones interesadamente tergiversadas. Su sana intención, desconocida. Todo en interés de un grupo pequeño, no representativo, pero poderoso que a toda costa pretende y quiere perpetuarse en el poder, aun cuando signifique burlar las disposiciones constitucionales, lo que se haría no por primera vez. Lo mejor que pudiéramos decir, parodiando al refranero popular, es que cuando las hormigas se quieren morir alas le suelen nacer.

En ese orden, irónicamente, lo mejor que pudiera ocurrirle a cierto partido político y penosamente a la Democracia dominicana es que aprobara la Ley de Lemas.

Así se desenmascara definitivamente a los partidos y dirigentes que la sostienen y que dicen actuar en nombre de la democracia representativa. Nos libramos también del tanto daño que en su nombre se le ha hecho a la genuina Democracia. En nuestro país y en otros muchos países de América Morena, donde la representativa le sirve de ropaje.

La democracia ha tenido que cargar con todos sus desaciertos. Con todas sus travesuras.

Desde aquel invento del dos más dos, producto autóctono, versión PRD, hasta esta increíble copia de la Ley de Lemas, uruguaya de nacimiento, que desnaturaliza la legitimidad de la representación constitucional expresada en voto directo, soberano, personal que adorna a la Democracia.

Ley que premia la anarquía institucional de quienes incapaces de poner orden en la casa, de armonizar sus diferencias partidarias por puras apetencias personales, quieren pescar en río revuelto, enlodándolo todo. Ley que lejos de consolidar la esencia de los partidos políticos la desintegra, como instrumento de expresión de las preferencias políticas de sus miembros. Que pervierte y convierte el valor del voto, como manifestación de simpatía o lealtad política, en una marioneta para que de el se sirvan los intereses más mezquinos.

De burlas ya está bueno, pero precisamente de burlas y mentiras está llena la «representativa». De ahí el descrédito de muchas instituciones democráticas, dignas de mejor suerte, donde la actuación de unos pocos trata de rescatarla. Desde la Presidencia de la República cuando desdice su palabra de honor, dada reiteradas veces al soberano, y pone en jaque la salud de la Patria, con su pretendida repostulación. La del Congreso genuflexo y complaciente que reniega su vocación institucional para obedecer consignas grupales contra del sentir de las mayorías. Cuando se aviene a modificar la Constitución de la República para darle paso a la reelección presidencial, haciendo burla del Decreto 410, y de la designada Comisión Especial, integrada por ilustrísimos miembros representativos de los más variados y auténticos sectores nacionales que proponía la revisión integral de la constitución del 94 y la convocatoria de una Constituyente, para morir en el intento y ser desdeñosamente ignorada. Una Constituyente que tarde o pronto, y ojalá no en estado agónico, tendrá que recurrir las fuerzas vivas y organizadas del país para reencauzar nuestro destino, si queremos darle a la Democracia alguna significación verdadera.

Que devuelva a la vilipendiada sociedad civil y a los individuos que la integran, el poder soberano que la representativa la escamotea. Esa representativa que nos impone en pegote de legisladores, de síndicos y regidores, sin vocación de servicio, salidos de unas bases oportunistas que olvidan su responsabilidad moral y sus obligaciones ciudadanas para satisfacer sus particulares ambiciones u obedecer líneas trazadas divorciadas de nuestra realidad y de nuestras prioridades como nación, con pura sujeción y fervor de militancia partidista. Que así como politiza y acomoda la conformación de la Junta Central Electoral desvirtuándola y restándole la debida credibilidad, aprueba alegremente préstamos onerosos que comprometen el futuro económico y la soberanía de la nación, y se asigna fácilmente, como condición a la aprobación del Presupuesto sumas millonarias para quehaceres extraños a su misión, reparto sorteado entre connotados incumbentes y sus célebres ongs.

El pueblo consciente, el de mayor virtud patriótica, habrá de convencerse de que la mentada representativa, como diría el recordado doctor Marcelino Vélez Santana, tal como se comporta y se construye, no satisface ni representa la genuina soberanía de la nación. Que viene siendo un mito peligroso, que la Ley de Lemas pone en evidencia, porque conduce a la anarquía y al escepticismo. A la duda o desconfianza general que genera una práctica viciosa y persistente que malea instituciones nobles que siendo vendidas como expresión de la representación popular de una verdadera democracia, no sirven más que para encubrir, con triste desfachatez sus apetencias inmediatas. Que se han pervertido y desnaturalizado tanto que no llegamos a reconocerlas en su legitimidad.

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