«A partir de ahora, si me encarcelan me convierto en héroe; si me matan, me transformo en mártir, y si me dejan suelto vuelvo a ser presidente», con estas palabras advertía Luis Inácio Lula Da Silva en 2016 y lo repitió hace unos días al inicio de su peregrinaje hacía la inmortalidad.
Con 72 años el obrero metalúrgico que es el presidente más emblemático de la historia reciente de Brasil no será recordado por el impacto socioeconómico de su mandato (alrededor de 28 millones de personas salieron de la pobreza), ni por sus casi 50 años de carrera activista y política en la que durante 1979 y 80 orquestó la mayor huelga de la industria, en el mismo sindicato que estos días le ha servido de trinchera.
Lula no busca victimizarse pues tanto él como muchos saben que hay elementos ambiguos en todo este proceso, pero, si algo tiene claro es que no es el villano de esta historia, lo que le da el beneficio de la duda en una lucha judicial que ha ido de lo legal a lo ético y de ahí al revanchismo político mediatizado.
En tiempos donde algunos pronostican el fin de las ideologías los hechos apuntan a una nueva dimensión de lucha ideológica, Lula está frente a la consolidación de su huella en la historia del continente y en un escenario (casi) inevitable todo ha sido preparado con esmero: continuar su campaña en medio de la turbulencia; identificar a sus enemigos como enemigos de sus ideas que son las del bienestar y progreso de los pobres; dar la cara a todo como reivindicación de su creencia en la justicia más no en el proceso y acusación en su contra; ir a misa por su esposa fallecida y terminar en el sindicato donde todo empezó.
Estas acciones en si mismas presentan los cimientos para construir el nuevo mito del siglo 21: Lula el mesías encarcelado por los enemigos de los pobres. Una historia conocida, pero lo suficientemente poderosa para conectar con el ánimo de su gente.
George Sorel consideraba el proceso de mitificación política como una organización de imágenes capaces de evocar instintivamente todos los sentimientos, son «ideas al pie de guerra». Lula y su equipo lo saben, y su discurso antes de entregarse fue la pieza para lanzar esas municiones: “Cuando más me atacan más crece mi relación con el pueblo brasileño”; “Ellos no saben que hay miles de Lulas, que mis ideas ya están en el aire y mi corazón va a latir con ustedes”.
Tiene un enemigo identificado, no busca ser el débil, ni el triste: «No basta que piensen que van a hacer que me detenga, yo no pararé porque yo no soy un ser humano, soy una idea, una idea mezclada con la idea de ustedes». Su objetivo es ser inmortal, y sus lágrimas de impotencia han logrado calar en los huesos, el alma de millones de brasileños que hoy bajaron la cabeza ante una aparente derrota en este nuevo estilo de justicia politizada o política judicializada.