Lula deja como legado un Brasil renovado 

Lula deja como legado un Brasil renovado 

SAO PAULO (AP) — Luego de poner sus inflamados tobillos sobre un desvencijado sofá, Dilma de Lima, de 72 años, reflexiona sobre una vida de pobreza en las favelas y el humilde apartamento construido por el gobierno al que ahora llama hogar.   “La vida nunca ha sido mejor”, dijo Lima con el resoplido característico de la bronquitis. “Todo mi agradecimiento es para Lula, el salvador de los pobres”. 

 Lula, por supuesto, es Luiz Inácio Lula da Silva, el preciado mandatario brasileño y primer presidente surgido de la clase trabajadora que termina su segundo periodo cuadrienal de gobierno el primero de enero, cuando traspasará el poder a la sucesora que él mismo eligió, Dilma Rousseff, una tecnócrata de carrera que ganó las elecciones presidenciales gracias a las tasas de aprobación récord de su mentor.  

Silva, de 65 años, deja un Brasil que dejó de ser una nación malograda para convertirse en una figura con nueva influencia política y económica, programas sociales modelo y que se vanagloria de ser la sede de la Copa Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016.  

Desde que Lula fue elegido presidente por primera vez en el 2002, la clase media creció en 29 millones de personas —más que la población de Texas—, lo que creó un nuevo y poderoso mercado interno de consumo. Otros 20 millones de personas —las mismas que habitan el estado de Nueva York— salieron de la pobreza.

 El país que recibió un rescate récord de 30.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional cuando estaba al borde del colapso económico en el 2002 es ahora acreedor del FMI, con un aporte de 5.000 millones de dólares disponibles para préstamos a otras naciones.  

Otros sólo pueden soñar con tener los logros de Lula: la moneda brasileña se ha apreciado 107% en su paridad con el dólar estadounidense. La desigualdad se ha reducido, ya que el ingreso del 10% más pobre de su población ha crecido seis veces más rápido que el del 10% más rico.

La inflación está bajo control, el desempleo está en un nivel mínimo y el analfabetismo ha disminuido. Para cuando Brasil reciba los Olímpicos, se prevé que sea la quinta economía más grande del mundo, por encima de Italia, Gran Bretaña y Francia.  

Los temores iniciales de que el líder izquierdista y ex dirigente sindical que luchó contra la dictadura de Brasil llevaría al país hacia el socialismo resultaron infundados.

Lula repelió a las facciones más radicales del Partido de los Trabajadores y usó políticas económicas ortodoxas que llevaron al país a un crecimiento sin precedentes.

Bajo el mandato de Lula, la economía de Brasil se expandió, en promedio, dos veces más rápido de lo que lo hizo en las dos décadas previas, a un ritmo de 4% anual.  

Pero el legado de Lula va más allá de las cifras y los hechos. Está en el brillo de los ojos de una habitante de las favelas como Lima, quien se identifica con las raíces de Lula y siente orgullo de que fuera un hombre de las masas pobres quien finalmente haya logrado sacar adelante a Brasil.  

“Por décadas viví en una casucha donde el drenaje se desbordaba cada vez que llovía”, dijo Lima, mientras cuatro niños saltaban en su nuevo apartamento de dos dormitorios en la favela de Paraisópolis. “No tenía ventanas, lo que empeoró mi bronquitis. Ahora mira este.

Tengo piso de concreto, no el drenaje. Ventanas que permiten que el aire fluya… ¿sientes esa brisa? Estoy mejor de salud. Es gracias a Lula”.   Esa devoción es constante a lo largo y ancho de Brasil, y le da a Lula una popularidad sin paralelo.  

De acuerdo con la compañía encuestadora Gallup, el presidente estadounidense Harry Truman tenía una tasa de aprobación similar al 87% de Lula tres semanas después de que los Aliados aceptaron la rendición de la Alemania nazi tras la Segunda Guerra Mundial. Truman dejó la presidencia con 32% de aprobación. George W.

Bush tuvo 90% de aprobación 10 días después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, la tasa más alta registrada por Gallup para un mandatario de Estados Unidos. Sus números cayeron rápidamente y terminó su gobierno con una tasa de 34%.  

El éxito de Lula al interior impulsó su política exterior. Haciendo a un lado la tradición brasileña de tener una diplomacia reservada y sobria, Lula usó su carisma para forjar una amplia gama de sociedades. Asistió a las manifestaciones de Hugo Chávez en Venezuela, menos de dos semanas después de haber invitado a Bush a pescar. El año pasado se vio con el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, a quien recibió con un abrazo de oso. Unos meses después, el ministro del Exterior de Israel lo visitó y le pidió ayuda para contener las ambiciones nucleares de Irán.  

“La personalidad de Lula, su habilidad para comunicarse, lo han ayudado a dejar un país que confía más en sí mismo que cuando asumió su cargo”, dijo Peter Hakim, de Diálogo Interamericano, un centro de análisis político con sede en Washington que ha dado seguimiento a Brasil por 45 años. “Esa confianza no es sólo entre los ricos, no es sólo entre los pobres, es algo que se ha vuelto una cualidad nacional”.  

No siempre fue un camino fácil para Lula.   Su primer año en el poder fue turbulento, pues la economía de Brasil fue sacudida por el temor de los mercados. En el 2005 fue golpeado por un escándalo de compra de votos en el Congreso que obligó a sus principales allegados a renunciar. Aunque nunca fue conectado directamente con el presidente, manchó la reputación del Partido de los Trabajadores.  

Si bien la gira de despedida de Lula por el país ha sido enmarcada por emotivos actos públicos, hay señales de que Brasil está, en cierta forma, listo para dar vuelta a la página de Lula y mostrar que su éxito no depende de él.  

Un documento oficial divulgado este mes en el que se describen los logros de su gobierno —en 2.200 páginas— fue recibido con aplausos, pero también con una dosis de escarnio. Una caricatura editorial en el renombrado periódico brasileño Folha de S. Paulo mostraba a Lula en la cima de una montaña, bañado en luces y sosteniendo su libro sagrado. “Es como la Biblia”, decía. “Pero tiene más milagros”.  

Lula no cumplió todas sus metas, en particular respecto a las muy necesarias reformas fiscal y de seguridad social. El sistema educativo del país aún está rezagado, al igual que su infraestructura, algo que podría entorpecer la realización de la Copa Mundial y los Olímpicos. Un mayor avance económico podría verse amenazado por los embotellamientos en carreteras y vías férreas que transportan materias primas a la costa para su exportación.  

“Su legado tendrá algunos huecos, algunos espacios vacíos donde deja trabajo por hacer”, dijo David Fleischer, politólogo de la Universidad de Brasilia.  

La firme creencia de Lula de que el diálogo es la solución a todos los problemas internacionales también ha sido blanco de críticas, en especial cuando Brasil se ha alejado de Estados Unidos para acercarse a regímenes no democráticos.  

“La posición de Brasil en relación a Irán, no sólo en lo referente a sus derechos humanos, sino también a la cuestión nuclear, es negativa”, expresó Rubens Barbosa, quien fue embajador ante el Reino Unido y Estados Unidos durante el gobierno del predecesor de Lula, Fernando Henrique Cardoso.  

Y aun así, el más acérrimo de los críticos no se atrevería a negar los avances que Lula ha conseguido para que millones de brasileños levantaran la cabeza y elevaran sus aspiraciones.  

Quizá Lula mismo fue quien describió mejor el fenómeno tras ganar la presidencia en su cuarto intento.  

 “Finalmente la esperanza venció al miedo, y la sociedad brasileña decidió que ya era tiempo de seguir nuevos caminos”, declaró en su toma de posesión en el 2003. “No soy el resultado de una elección. Soy el resultado de la historia. Estoy materializando los sueños de generaciones y generaciones que, antes de mí, lo habían intentado y fracasaron”.

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