Por Jonathan Wheatley
En São Paulo
El presidente Luis Inacio Lula da Silva, de Brasil se preparaba para otro mes de campaña ayer lunes, después de verse obligado a una sorpresiva segunda ronda contra el centrista Geraldo Alckmin. Lula da Silva, quien no logró la mayoría completa en las elecciones presidenciales del domingo, estaba en reuniones a puerta cerrada ayer lunes, pero se dice que informó a sus ayudantes  que uno de los errores que había cometido había sido negarse a participar en un debate televisado dos días antes de la votación.

El presidente enfrenta un torneo de dos vías con el señor Alckmin del PSDB, quien ganó un porcentaje sorprendentemente alto de 41.6 de los votos válidos, muy por encima de sus resultados en las encuestas, contra el 48.6% de Lula da Silva.

El lunes, el presidente dejó que Tarso Genro, un ministro y ayudante cercano, para que comentara sobre el resultado, y al mediodía de ayer todavía no se había presentado él en persona.

“Está actuando como si se sintiera afectado y un demócrata no debe demostrar su molestia por la decisión de los electores”, dijo Miriam Leitão, una comentarista de política y economía.

Más dañino que el silencio de Lula da Silva en los días previos a la votación fue un intento fallido de los manejadores de la campaña y líderes del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) de ensuciar a un candidato de oposición, José Serra, del PSDB, quien logró una victoria fácil en la carrera por la gobernación del estado de São Paulo. 

Además de por el presidente y los gobernadores, los brasileños votaron el domingo por los representantes en la legislatura federal y estatal.

La campaña sucia frustrada trajo de vuelta la corrupción y la ética de nuevo al centro de la contienda electoral. La administración de Lula había sido golpeada por una serie de escándalos por corrupción durante los últimos 18 meses, que en determinado punto amenazaron con derribar el gobierno.

La mayoría de los votantes eligió concentrarse en la baja inflación y la relativa estabilidad económica de los últimos cuatro años. Las políticas económicas del presidente Lula da Silva -muchas de las cuales heredó de la administración anterior, del PSDB- han sido particularmente beneficiosas para los pobres que componen la masa de los electores brasileños.

También los pobres se han beneficiado con la cuadruplicación del gasto en programas de transferencia de ingresos que han llegado a cerca de 12 millones de familias, o 44 millones de personas.

Pero mientras que esas políticas generaron un respaldo fuerte para el presidente en el norte y el nordeste, menos desarrollados, fueron opacadas en el resto del país por la campaña sucia, y el recuerdo de la corrupción extendida en el gobierno de Lula.

 “Se ha producido un aumento en el nivel de indignación moral entre los votantes”, dijo Walder de Goes, un politólogo en Brasilia. “Eso es algo que ayudará a la campaña de Alckmin. El campo de Lula se ha desbaratado”.

El señor Alckmin, quien empezó su campaña rechazando hacer comentarios sobre la corrupción, y concentrándose por el contrario en las propuestas para el crecimiento, empezó a cuestionar con intensidad el historial del gobierno en asuntos éticos en los días finales de la campaña.

Antes se había concentrado en la incapacidad del gobierno de poner en marcha las reformas difíciles necesarias para generar dinero para inversiones en los impulsores principales del crecimiento, pero esto no logró producir resonancia entre los electores.

La cuestión ahora es si el señor Alckmin podrá atraer electores suficientes de Lula da Silva para asegurarse una mayoría el 29 de octubre, y si la menguante popularidad del presidente ya tocó fondo, o todavía queda espacio para seguir cayendo.

“La gente dice que una segunda vuelta es una elección nueva”, dijo Ricardo Ismael, un politólogo en Río de Janeiro.

“Se parece más a un juego de fútbol que va a tiempo extra. Y lo que importa es cómo jugaste en los últimos minutos del tiempo normal”.

VERSION IVAN PEREZ CARRION