Lunes y realidad

Lunes y realidad

Lunes de Pascua y resurrección. Fin de la supuesta tregua entre gladiadores electorales. Lunes de suspensión de juerga, de la mancuerna con Baco y Pantagruel, del atragante por excesos sin penitencia. Realidad sin flagelación y fe de plaza pública, sin incienso, viacrucis ni éxtasis. Que todo el señor lo ve, hasta esos alardes de misericordia y arrepentimiento con las cámaras enfrente, como si San Pedro estuviera pendiente de las transmisiones de tv y de las redes sociales que revientan con cruces y procesiones, con ramos al viento y rosarios enredados en manos pecadoras. Lunes con esa resaca de belleza, de tanta montaña hermosa, arena, rivera, limo y silencio. Lunes después de redescubrir espacios urbanos escondidos por la contaminación y el caos, el atasco cotidiano y el abuso de tanta conducción irresponsable dispuesta a ignorar mandatos, aunque exponga vidas, mutile, lesione. Lunes, después de superar un viernes con una ley seca que sorprendía a parroquianos laicos y catecúmenos, a turistas y a viandantes despreocupados. Hoy comienza la faena despiadada. La campaña con todas las armas que el objetivo permite y la estrategia ordena. El discurso pío se guarda, los gestos celestiales cambian. Conviene el rostro adusto que promete y amenaza, como Dios vengador del antiguo testamento. Vuelve esa apuesta al yo que repugna, cerca de la puerilidad y del súper héroe, como si se tratara de recuperar la ciudad gótica, salvarla del malvado Guasón. Vuelve la temporada que, hasta el 15 de mayo, sirve para el exhibicionismo, el despliegue de valores. Familia unida, mascotas, amor por la naturaleza, por el prójimo, sin importar sus imperfecciones y pecados. Bonhomía que estremece, como si las urnas decidieran el camino al paraíso y no al capitolio. Porque ningún gabinete es, ni debe ser seráfico y no se trata de administrar el diezmo sino el erario. Erario tan espléndido que le permite a cierta disidencia vivir hasta que su pitanza deje de ser clandestina y recupere el mando. Porción defendida y cuando alguien devela la dádiva, repiten, con eco: el Estado somos todos y la práctica persiste. La mayoría desconoce las entretelas ladinas del favor estatal. Ignora la visita subrepticia a las oficinas gubernamentales, la espera en la marquesina de funcionarios, la compensación por la amistad provinciana, la búsqueda del padrino para pautar el monto de la asignación. Por eso cobran, proclaman y acusan, sin miedo ni rubor. La canalla son los otros. La vileza está en aquellos que develan y no suscriben la fementida y propalada ética, señal de identidad de “los buenos”. Esos sin máculas, que repudian cualquier opinión diferente a las redactadas en las capillas de la corrección y del mundo mejor. Actitud propia del autoritarismo alternativo, sin cabida para discrepantes, que recuerda el postulado jemer, propiciador del horror en Camboya: El que protesta es un enemigo, el que se opone, un cadáver. Y como este grupo de cívicos cree en la vida, no mata con plomo sino con la descalificación. Aquí no procede preguntar ¿dónde estaba usted, camarada Nikita? En este terruño conviven varias generaciones cuyos devaneos y zigzagueos son más que conocidos. Omitidos, eso sí, cuando conviene al proyecto que defienden. No exhiben carnet de partido pero tienen asiento fijo en la nómina pública, sin importar el color de la administración. Lunes y de nuevo la ruindad, la difusión de crónicas que manipulan hechos, cifras y encienden ánimos. Vuelve la brega infatigable, revestida de una hipocresía que estremece, más por el oportunismo que por la perfidia. De nuevo la recreación de monsergas, más frívolas que contundentes. Restan 47 días para concluir esta campaña, con la infamia como sazón y la persistencia de la violencia, presente en cualquier discusión entre adversarios y también entre pares. Campaña que expone la intolerancia del grupo que clama por debates, con una frivolidad que espanta y es incapaz de aceptar opiniones opuestas a sus dictados de tertulianos. Fin de la magia. Recomienza la jornada electoral.

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