¿Luperón o Michael Jackson?

¿Luperón o Michael Jackson?

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
La verdad es que me causó tremendo asombro que en una zona tan alejada de la influencia musical pop, como Luperón, me encontrara con un monumento a Michael Jackson, la superestrella del pop norteamericano que desde hace un tiempo le ha cogido con cambiarse a cada rato la nariz, ser más blanco que todo caucásico vivo, y entretenerse con los tigueritos ricos que las mamás le envían para que duerma con ellos y los proteja de todo mal, cual ángel de la guarda.

Pero como todo es posible en este mundo regido por la música y las computadoras, no me cupo más que aceptar el hecho. Así que me acerqué a leer la tarja que hay al pie del busto esperando encontrar los agradecimientos y reconocimientos del pueblo de Luperón a Michael Jackson y… ¡cuál no fue mi sorpresa!… La tarja estaba dedicada a los héroes que en 1949 habían desembarcado por esa zona para combatir a la tiranía trujillista.

La cosa me confundió un tanto, así que miré más detenidamente el busto, me acordé que Michael Jackson ya era blanco, y que por lo tanto no encajaba con el color del busto. Entonces caí en la cuenta de que… ¡oh error de errores!… el busto trataba de representar la efigie de Gregorio Luperón, el insigne y máximo héroe de nuestra Guerra de Restauración.

Pero no bien caía en la cuenta de mi error, inmediatamente me asaltaba otra duda: ¿había perdido Gregorio Luperón la nariz en alguna de las batallas de esa guerra por restaurar la dominicanidad? ¿Había padecido el héroe de la terrible lepra que antes era tan común en el país, y que provoca la pérdida de cualquier parte prominente del cuerpo?

Descarté de inmediato la suposición de la lepra, pues por muy feroz que pueda resultar esa enfermedad no es verdad que también le iba a atacar la gorra militar tumbándole la visera. Procedí a consultar a cinco historiadores a través de mi celular para estar seguro de si Gregorio Luperón había perdido la nariz en alguna guerra. No, tampoco ocurrió tal pérdida en los campos de batalla.

Ya estaba yo dispuesto a preguntar entre los vecinos si el busto era de Luperón o de Michael Jackson, cuando mi preclara inteligencia procesó un dato que a cualquiera le hubiera pasado desapercibido, menos a mí, naturalmente: si estábamos en Luperón era que el busto representaba a Luperón (¿se fijan qué inteligencia la mía?).

Ahora, ¿dónde está la nariz del héroe? ¿Porqué no se le ha restaurado, siendo él un héroe restaurador? Supongo que debe ser por negligencia de los luperonenses, desprecio a su Historia y menosprecio a su héroe. Pero no debo decirlo públicamente, porque tengo que volver allá a trabajar en la bahía y el manglar, y podrían tomarlo muy a pecho. Mejor me callo.

La laguna de Puerto Caballo

Aunque tiene un letrero que dice que es la Laguna de Puerto Cabello, los moradores de la zona insisten es que se llama Puerto Caballo. Y yo, como no pinto nada por ahí, mucho menos derecho tengo para despintar, y así queda.

Pues sí. La laguna en cuestión está a pocos kilómetros de la salida de Luperón hacia… ¡ah!, la misma carretera esa que da la vuelta por El Castillo y regresa a Luperón. Y se puede ver desde la misma carretera. Es decir, que no hay que llenarse de cadillos o saltar empalizadas para llegar hasta ella. Incluso creo que hasta se puede tomar un baño en sus aguas sin temor a las sanguijuelas… aunque creo que ya no hay tampoco por esa zona después que la invasión de las biajacas.

Vi escondiéndose entre la vegetación de la laguna un pato multicolor y luego vi otro más grande más al centro de la laguna. Un par de gallaretas cruzó volando y otras aves se dejaban oír sin dejarse ver. Todo eso me dijo que esta laguna era un lugar para contemplar, para extasiarse en su contemplación y la de sus habitantes.

La laguna de Puerto Caballo es toda una oferta ecoturística. Ahora, por favor, no dejen que ningún vivazo criollo o extranjero venga y adquiera todo el entorno para construir un maldito «resort» para su provecho personal, porque ya estamos hartos de eso, de la privatización de todo lo que en este país signifique belleza para alquilarla al turismo, que en su mayor parte se ha convertido en un nuevo tipo de esclavismo. Es decir, ostentadoras construcciones (como en Haití cuando era colonia francesa) mientras la esclavitud condenaba a cada trabajador a siete años de vida útil.

Una carretera para nunca partir

Desde Luperón sale una carretera hacia el Este que kilómetros luego tuerce hacia el Sur, unos kilómetros más tuerce hacia el Oeste, y lueguito lueguito tuerce hacia el Norte, para volver de nuevo a Luperón.

Está diseñada especialmente para aquellas personas que deciden irse de Luperón, pero por si acaso se arrepienten, sólo tienen que continuar por esa carretera hasta que llegan a Luperón de nuevo, así no sienten que han traicionado sus decisiones y convicciones, quedando convencidos de que cualquier camino que tomen para irse de Luperón éste le llevará de nuevo a su pueblo, algo así como una Roma en el Caribe, a donde llevan todos los caminos.

Pero aparte de lo filosófico de este asunto, a lo largo de esta carretera hay elementos que resultan sumamente interesantes, lo que probablemente ha influenciado bastante a los luperonenses que habrán intentado marcharse de su lar nativo, aunque otros lo han logrado, no sé si ayudados por algún conjuro mágico y el rescate del ombligo sembrado en algún lugar por la comadrona que al mundo les ayudó a llegar.

De todas maneras, y ahora que Luperón es mirado como una Meca de la inversión turística -por el asunto aquel de destutanar todo el manglar de la bahía para transformarlo en un solo embarcadero- no estaría demás incluir dentro de los atractivos turísticos opcionales la carretera en cuestión. Quién sabe si por eso de poder tomar una decisión y cambiarla sin traicionarse pueda venir cantidad de gente a transitarla. Algo así como una terapia para indecisos crónicos.

El Belga

No lo conocí, pues ni entré, porque como no me interesa hablar francés ni holandés, y como tampoco conozco a Carmen, a Francis o a Junior, pues juzgué que no tenía nada que buscar allí dentro.

Me explico. Este letrero está en la carretera esa «para nunca partir» de la que ya les hablé. Y como ven, solamente dice «El Belga, se habla francés, se habla holandés, Carmen, Francis, Junior».

Podría interpretarse que lo que se ofrece ahí dentro es hablar. Hablar en francés o hablar en holandés; y conocer a Carmen, a Francis o a Junior, yo no sé para qué.

Quizás es un restaurante, pero no lo dice. Quizás es una discoteca, pero ni lo dice ni escuché música. Talvez es un centro de comunicación, pero no vi ninguna antena ni iconos informáticos o telefónicos. Puede que sea un bar, pero no vi anuncios de Presidente, Brugal o Pepsi-Cola. También pudiera ser un centro de información turística, pero no lo dice. Solamente informa que ahí hay un nacional de Bélgica que habla francés y holandés, posiblemente acompañado de un coro compuesto por Carmen, Francis y Junior.

Se me ocurre que quizás sea un centro de enseñanza de cultura dominicana para europeos regenteado por un belga: Carmen enseña merengue; Francis muestra cómo se hacen mangú, moro, guanimos y arepas; y Junior… Junior… eh, les enseña el paisaje o a montar en burro.

Hasta yo estoy intrigado ahora. Tengo que volver. Ya les traeré noticia del belga y el trío que le acompaña.

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