M. Darío Contreras – La criticidad: una rara cualidad

M. Darío Contreras – La criticidad: una rara cualidad

Podemos definir la criticidad como la capacidad humana para hacer afirmaciones concientes, tenidas como verdades, con la debida cuenta del sentido real de la totalidad dentro de la cual contextualizamos, y desde la que se pretende transformar los planos de la conciencia.

Es, en pocas palabras, un estadio dentro del cual la subjetividad y la objetividad se encuentran en un equilibrio dialéctico, dando por consecuencia un pensamiento constructivo y balanceado sobre la realidad analizada. Vista así, la criticidad es una cualidad humana que debe ser buscada por todo aquél que se dedique a orientar o a dirigir a otros. Es imprescindible para el ejercicio veraz del periodismo y lo mismo debiera ser para los políticos que se rodean de técnicos e intelectuales como consejeros o funcionarios. Resulta muy frecuente, sin embargo, que las opiniones sopesadas de los que poseen y alquilan sus conocimientos se ven relegadas por consideraciones politiqueras y sus consejos son obviados por lo que detentan el poder.

Hemos participado en numerosos cónclaves en los que profesionales de distintas banderías políticas han estado de acuerdo sobre las principales medidas y remedios para nuestros problemas, pues nuestra realidad ha sido ampliamente estudiada y diagnosticada. Las diferencias han sido más bien de énfasis que de fondo. Esto nos indica que para paliar la presente crisis económica no existe un gran abanico de opciones disponibles. Lo que sí debiéramos distinguir entre los equipos de técnicos que apoyan a los candidatos presidenciales de la presente campaña electoral es su reciedumbre moral para defender sus posiciones, es decir, si poseen la calidad de la criticidad. Sabemos que el verdadero control de la cosa pública está en manos de los políticos y que en adición a sus conocimientos, los técnicos solamente cuentan con su dignidad. Esta dignidad debiera ser suficiente, en el caso de que un profesional se sintiera utilizado y/o vejado por el estamento político, para renunciar de su cargo de ser necesario: algo muy raro en nuestro medio.

Sabemos que nuestras opiniones, aun y cuando sean hechas con base y con la mejor intención y buena fe, siguen siendo opiniones, especialmente cuando las mismas deben ser sopesadas dentro de un contexto político y económico. El que se precia de intelectual o técnico, por encima del calificativo de político, tiene que demandar y recibir respeto por sus ideas, a menos que a cambio de su «obediencia» o sumisión haya decidido enajenar su dignidad a cambio de la seguridad económica. Nuestra historia está repleta de casos como éste, aun en los presentes momentos. La carrera del intelectual, al igual que la del verdadero comunicador social, conlleva una postura que no es necesariamente la de forjar fortunas o acumular poder para manipular a otros. Particularmente, cuando estamos en la presencia de comunicadores o intelectuales que exhiben mucha riqueza, automáticamente cuestionamos su imparcialidad dentro de un mundo tan signado por el poder del dinero. No es que sea imposible reunir riqueza material y el poder de las ideas en una sola persona, pero consideramos que es una combinación difícil de conseguir el aunar ambos factores en forma ética y responsable.

La criticidad y el compromiso ético son aspectos que van de la mano. Perseguir la verdad, desenmascarar sinrazones y exponer la falsedad requieren fuerza de carácter y sólidas convicciones sobre la responsabilidad y el deber. Es natural que los humanos prefiramos oír las cosas que nos gustan o que queremos escuchar. Es la tarea de los que ejercen la profesión de orientadores o consejeros luchar para que la luz de la razón y de la verdad desplace a las tinieblas en que se mueven los más bastardos intereses. Tarea que quizás no ofrezca grandes recompensas económicas, pero sí grandes satisfacciones que nos permiten encontrarle sentido y significado a nuestras existencias. Muchos de los que esgrimen la pluma y el verbo en nuestra sociedad han utilizado su talento para «buscársela» en vez de buscar la verdad, se han adscrito a intereses más por conveniencia que por conciencia. No lo culpamos, pues la criticidad es una rara cualidad humana que ni se compra ni se alquila, se merece.

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