M. Darío Contreras – Paralelismos

M. Darío Contreras – Paralelismos

Existen ciertos paralelismos entre la reelección del actual presidente norteamericano, George W. Bush, y la del presidente dominicano, Hipólito Mejía. Mientras el primero enfatiza su lucha contra el terrorismo y posa como el mejor garante de la seguridad ciudadana de su pueblo, y del mundo, el segundo se presenta como la mejor garantía de la gobernabilidad dominicana.

Ambos se encuentran en difíciles situaciones económicas por supuesto, la nuestra es mucho peor por lo que no pueden apelar a los logros económicos, sino más bien anunciar que las cosas están mejorando y que, eventualmente, los ciudadanos podrán disfrutar de los «tiempos buenos». Ambos presidentes están apostando al miedo que todos sentimos ante las incertidumbres y, en este sentido, se han encargado de propagar toda una campaña con la intención de convencer que las alternativas ofrecidas serían una especie de «salto al vacío», pues sus contrincantes, según ellos, son vacilantes y no cuentan con la fuerza de carácter necesaria para enfrentar los retos que debe asumir un presidente en estos momentos de creciente violencia y de rápidos ajustes en la nueva economía global.

Las campañas electoreras de los que actualmente ocupan las primeras magistraturas mencionadas están jugando, y apostando como dijimos, a que la inseguridad ciudadana pueda salir gananciosa sobre la inseguridad económica en que vivimos. Es decir, según el dilema planteado, que como ciudadanos estaríamos dispuestos a sacrificar nuestro actual malestar económico por un posible mundo que ofrezca mayor seguridad a nuestras vidas y propiedades. Estas campañas se basan en el conocido argumento de que lo que más importa al ser humano es su seguridad, por la cual estaría en disposición de sacrificar su libertad de escoger y de prosperar.

En el caso norteamericano, detrás de la campaña de los Republicanos, seguidores del señor Bush, se ciernen negros nubarrones que podrían aguarle la fiesta al actual presidente de ese país. Estos nubarrones son los que cuestionan la credibilidad de la Casa Blanca en su ataque no provocado a Irak, pues no se han descubierto armas de destrucción masiva un año después, ni tampoco está muy clara la actitud del Presidente y de sus asesores ante los informes de inteligencia que apuntaban hacia un ataque inminente por el grupo terrorista Al Quaeda, antes del ataque a su territorio el 11 de septiembre de 1991, que en estos momentos se encuentra bajo la investigación de una comisión independiente. Además, cada día los invasores de Irak pierden vidas frente a una población que, sintiéndose ultrajada, utiliza el terrorismo, por no decir la guerrilla, como un arma de protesta en contra de la ocupación de su territorio.

En el caso dominicano, nuestro 11 de septiembre ocurrió con el desplome del grupo financiero BANINTER, un acontecimiento cuyas raíces abarcan también a dos administraciones anteriores (Joaquín Balaguer y Leonel Fernández). También en este sonado caso, al igual que el 11/9 norteamericano, se encuentran envueltas complicidades que parecen salpicar tanto a la presente administración del PRD como a la del PLD. Dada esta engorrosa situación para nuestros políticos, este caso es apenas sujeto de discusión en la presente campaña electoral para la presidencia de la República. Cada día que pasa el caso BANINTER se complica mucho más, y no dudamos que llegará el día en que todo se haya enredado de tal manera que no habrá forma de establecer las debidas responsabilidades para los efectos de la ley. Nuestro sistema judicial no luce lo suficientemente sólido e independiente como para desenrollar la madeja del BANINTER. Ojalá estar equivocado. Al igual que la falla de los servicios de inteligencia norteamericanos antes del ataque del 11/9, la responsabilidad de las autoridades económicas dominicanas, ante la quiebra del BANINTER, probablemente se zarandeará de tal manera que a cada quién le tocará una porción reducida de una gran «omisión», a la que hoy día se le puede señalar como una gran causante de nuestros presentes apremios económicos.

Por último, la facha de cowboy tejano del Presidente Bush se asemeja a la estampa campechana que irradia el Presidente Mejía, con la diferencia de que el norteamericano es adicto a la comida mexicana, mientras al dominicano le encanta el criollísimo mangú cibaeño, menos picante pero no por eso menos sabroso.

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