Machacar hierro frío

Machacar hierro frío

Lo primero es que el hombre de pensamiento trae al nacer destrezas especiales para las abstracciones; una suerte de “vocación” para tratar con objetos ideales: triángulos, círculos, números, conceptos. La “vocación”, sea para la música o el baile, es un prerrequisito para que fructifique cualquier aprendizaje académico. Un violinista nace, se hace y luego, se perfecciona y desarrolla. De ahí procede la máxima -universitaria y popular- según la cual “lo que Dios no da Salamanca no presta”. No pueden crearse filósofos “a la fuerza”. No existen maromeros gordos; todos los trapecistas son delgados y musculosos. La agilidad del bailarín, su sistema nervioso, son tan importantes como el entrenamiento técnico.
Cuando no hay ligereza en el bailarín, sensibilidad en el violinista, capacidad de observación en el escritor, ningún entrenamiento puede rendir frutos jugosos. En el campo de la filosofía es peor, pues en lugar de dar conocimientos profundos, desencadena un eczema: la pedantería. Esa pretensión superficial que resulta del mal uso de una terminología. Originalmente, la filosofía fue un saber “enterizo”, que incluía numerosos aspectos de la vida conexos o imbricados. Lógica, ética, ontología, metafísica, epistemología, son parcelas de una averiguación “global”, que empezó por los cuerpos físicos. A los primeros filósofos les llamaron “fisiologoi”. La mayoría de estos hombres fueron “geómetras”: idearon métodos para medir el mundo.
Primero nos enseñaban la filosofía cronológicamente: la historia de la filosofía; después trataban de transmitirla desde los problemas propios de cada “parcela filosófica”: introducción a la filosofía. Ambas cosas fueron suprimidas del bachillerato a medida que se hizo una moda “devaluar” las humanidades, en beneficio de las ciencias naturales o de las técnicas aplicadas. Finalmente, han caído en la cuenta de que fue una injustificada amputación de las posibilidades de ejercer el intelecto.
El estudio de las humanidades fomentó siempre la libertad académica; y la libertad intelectual llevó a unos atrevimientos que consolidaron las libertades públicas o políticas. Todo ello estimuló la creación artística y literaria. La falta de estos estudios nos hace creer que el ingenioso John Lennon fue un filósofo que cantaba y componía música. Las grandes tetas de su mujer, como lechosas hawaianas, adornan los despachos de muchos filósofos decorativos. ¿Seguiremos machacando en hierro frío?

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