Machete, carajo

Machete, carajo

MIGUEL AQUINO GARCÍA
A nadie le cabe duda alguna de que el secretario de Relaciones Exteriores Carlos Morales Troncoso, es un hombre culto, además de probo y descendiente de distinguidas familias dominicanas. Pero como humano al fin, a Morales Troncoso le ha sido difícil sustraerse a sí mismo del lenguaje políticamente correcto del poder, de esa gramática absurda que busca la equidistancia a toda costa, incluso al precio de caer en la más infundada de las afirmaciones.

Porque absurdas e infundadas han sido precisamente las más recientes afirmaciones del señor canciller, quien al abordar el ya inevitable tema de la actual invasión del país por nacionales haitianos, simplificó el asunto recordando que el mal se encuentra en posiciones extremas adoptadas por supuestos dominicanos haitianófobos, y por otros supuestamente haitianófilos, y agregó que lo importante era situarse en el medio de ambas posiciones. Esta actitud proveniente de las mismísimas alturas del poder revela una urgencia en evadir la sustancia de la problemática dominico-haitiana, la cual sin duda expondría los serios fallos del Estado dominicano en articular una política coherente con los intereses de la nación dominicana.

Porque señor canciller, no se trata de un problema de haitianofobia de la población dominicana, ya que en su siglo y medio de existencia, es verdad que el pueblo dominicano supo demostrar un heroísmo sin limites para erradicar del país tanto el yugo haitiano como el yugo español (se fija, no juzgamos al enemigo por el color de su piel), sino que ha demostrado un inigualable sentido de hospitalidad y confraternidad con el extranjero que arriba al país en amistad y con buenas intenciones, siendo precisamente la población del vecino Haití la más beneficiada de esa sana hospitalidad. Ningún país del mundo ha sido más receptiva a las necesidades de Haití que la República Dominicana, albergando a nacionales haitianos en nuestro territorio, compartiendo con su población nuestros precarios servicios de salud y educación; así como nuestros escasos puestos de trabajo. Es cierto que la presencia haitiana ha sido estimulada en parte por empleadores de este lado atraídos por mano de obra barata, pero no ha sido costumbre de nuestra población el rechazo a la presencia masiva haitiana por razones étnicas, como lo demuestra la existencia ahora de toda una generación de dominico-haitianos mayormente hijos de ilegales haitianos. La gota que ha rebosado el vaso señor canciller es la proporcionalidad y dimensión de la inmigración ilegal haitiana, que por su obvia numerosidad amenaza no solo el continuo desplazamiento del dominicano de puestos de trabajo en todas las áreas de servicios, sino que por la fuerza de esa numerosa desproporción de haitianos que nadie parece inclinado a detener, corremos el riesgo de perder nuestra identidad nacional, nuestra cultura, religión y costumbres, o sea que corremos el riesgo de desaparecer como nación independiente con intereses propios.

De manera que no procede calificar como haitianofobia la preocupación del país por una inminente desaparición de lo que una ve fue la nación dominicana, forjada a machete limpio por dominicanos visionarios que comprendieron que para existir como nación debíamos disociarnos de Haití en todos los planos, dado que las costumbres, idiomas, religión espiritista y el culto exclusivo a la cultura africana de esa nación, era incompatible con los de la sociedad cristiana y plural dominicana y que por razones de compartir la isla con Haití, nos encontramos en una singular conjetura de sustrato geográfico, socioeconómico y cultural, que pesa continuamente sobre el destino de la nación como una amenazante espada de Damocles y que demanda un estado de alerta permanente.

La presencia de individuos y agencias haitianófilas, por el contrario, empeñadas en acelerar y cementar el proceso de haitianización de la sociedad dominicana es muy real y no justificada, pues se trata de intereses de dominico-haitianos (incrustados hoy en el mismo seno del gobierno), e intereses internacionales también empeñados en la fusión social de ambas naciones. En ese escenario la posición del señor canciller y el Estado dominicano no debe ser situarse equidistante entre los haitianófilos por una parte y la población sensata dominicana por otra, la cual solo aboga y aspira a la supervivencia misma de la nación. La posición del Estado dominicano debe ser la implementación de repatriaciones masivas y el cierre hermético de la frontera, sin echar discursitos de doble couplé y cumpliendo su sagrado deber de defender la soberanía de la nación dominicana. Para ello se requiere algo más que publicar anuncios de «Machete, Carajo» con motivo de las fiestas patrias, se requiere elevarse al pedestal de a los que en su tiempo les tocó empuñar esos machetes, para honrarlos adoptando con firmeza las decisiones justas, correctas y efectivas que demandan los nuevos tiempos, en pro de la supervivencia del Estado dominicano, ¡Pa’ lante, Carajo!

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