¡Madres, he ahí a sus hijos!

¡Madres, he ahí a sus hijos!

Rafael Acevedo

La sacralización de la madre es asunto bastante generalizado en nuestra cultura.
Su importancia en el equilibrio emocional es crítico para hijos e hijas, aunque desde el Edipo de Freud se le ha puesto mayor atención a la relación madre-hijo. Anteriormente me he referido a la triangulación emocional de la madre, la esposa y “la virgencita”. Una triada sacro-espiritual que suele ser eje del equilibrio emocional de los varones, que cuando se quiebra convierte en ogro asesino al sujeto masculino, cuanto más macho peor.
En casos menos usuales, la quiebra puede producirse cuando el macho varón tiene conflicto con su propia madre. Una agresividad que se maneja desde la infancia con mecanismos de sublimación, especialmente en triángulos familiares de bajos niveles de armonía, mayormente en hogares de padres infuncionales, disfuncionales o ausentes; en los que se robustece la relación idílica (o edípica) entre madre e hijo. La religiosidad popular, particularmente la relación con “la virgencita”, tiende a enaltecer el rol de la madre. La celebración de su día cada último domingo de mayo es, por otra parte, un homenaje que fortalece lo que de respetable, venerable y sagrado viene quedando en nuestra cultura y sociedad. ¡Quién como una madre…!”, nos enseña el himno de Trinidad Moya de Vázquez.
No obstante, después de estas celebraciones del domingo próximo, es urgente e importante preguntarnos a qué se ha estado reduciendo el papel de la madre respecto a sus hijos. Y cuánto fortalecen o debilitan el rol materno los procesos de enajenación cultural o “modernización”.
Según activistas y estudiosos, muchas mamás tienden a propiciar la inculturación machista en sus hijos varones. Se ha estudiado poco el conflicto moral-emocional de una mujer que quiere que su hijo sea un varón triunfador y protector, respetado y admirado por varones y hembras; y, a la vez, buen ciudadano, honesto, trabajador, buen hijo, padre y marido.
En nuestros hostiles ambientes urbanos nunca es fácil mantener en equilibrio esas dos perspectivas valóricas.
Muchas madres fracasan, tanto en mantener un hogar completo y unido, como en criar sus hijos de acuerdo a los mejores valores que la tradición cristiana ha tratado de inculcarnos durante siglos. Y son sus hijos, precisamente, los que llenan los espacios noticiosos sobre corrupción política, depredación, delincuencia y desmanes de toda especie.
Madres dominicanas: Lamentablemente, este país que hoy tenemos ha sido también la obra de mujeres como ustedes, actualmente y de décadas recientes y pasadas. Y lo que nos viene en el futuro será el resultado de las madres de hoy.
Debemos rendir honor y tributo a todas las madres abnegadas, de nuestro país y del mundo. Pero llamemos la atención de todos, porque resulta impostergable que el papel de la madre, en todas sus formas y vertientes, sea estudiado, dilucidado, valorado y, acaso rediseñado y asistido por la sociedad y el Estado.
Porque, con todas las virtudes y los defectos que puedan tener las madres de hoy, ellas siguen siendo el mejor recurso que tienen el presente y el futuro de cualquier país del mundo.

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