Con sistemática aplicación de poderes absolutos que permiten al Gobierno de Venezuela competir y teledirigir al mismo tiempo el proceso que avanza hacia la justa comicial que culminará a mediados de año, el mundo democrático ya sabe que lo que va a ocurrir allí es una mascarada de resultados predecibles, conculcación del derecho a votar libremente muy propia de las tiranías. Nicolás Maduro convertido en candidato único enfrentado a aspirantes inocuos que garantizan la permanencia del chavismo en el poder y que no tienen la más remota posibilidad de ganarle por ausencia total de una oposición unida rudamente sacada de participación.

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Soberbiamente lo ha dicho el candidato chavista Maduro: en julio habrá elecciones con o sin adversarios del Gobierno por lo que la única opción que le queda es alzarse nuevamente con el poder.

Contra su pretensión de ganar por las buenas o por las malas se elevan ya voces continentales de una nueva y ascendente izquierda democrática que demostró que puede tomase la dirección de Estados de mucho peso específico por libre elección popular como ha ocurrido en Brasil, Colombia y Uruguay (además del Chile de este momento). Sus pueblos demostraron que se puede marchar hacia el socialismo que respeta la dignidad humana con aprobación masiva de votantes; prueba de fuego a la que Maduro ahora teme tras maniobrar antes antidemocráticamente para perpetuarse en la presidencia.