Cruzar el umbral era algo mágico. Entrar allí era descubrir un mundo en el que las letras y los números jugaban a enseñar y nos prometían un futuro en el que todo sería maravilloso: era el universo del conocimiento.

Aunque esa magia se fue perdiendo al crecer, nunca olvidaré lo mucho que me emocionaba ir al colegio cuando era pequeña. Los profesores, cual estandarte, parecían Dioses que habían bajado del cielo para enseñarme a ser mejor.  Les respetaba; confiaba en que me decían la verdad. Y, como comprobé después, nunca me engañaron.

Lejos de esa experiencia, muchos niños  podrían descubrir mañana que sólo aprendieron mentiras. Y todo porque sus profesores son incapaces de aprender a enseñar.

El último concurso de oposición que hizo  Educación nos dice que los niños están condenados: de 2,534 profesores que aplicaron, sólo 594 pasaron la prueba (con una puntuación deficiente). Esto implica, tal como recogió Carmen Matos  el día de ayer, que apenas el 23.4%  obtuvo la nota mínima que se requería.

Lo más abrumador del caso es escuchar que algunos de estos docentes, además del título de grado de una universidad reconocida, tienen postgrados y hasta maestrías. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿qué clase de educación ofrecen las universidades? Más terrible aún es saber que Educación tendrá que contratar a estos profesores (que sacaron notas de 50 y 60 puntos), tras un entrenamiento especial, y que ellos educarán a las próximas generaciones de dominicanos. Así, ¿podremos tener una educación de calidad?