Estados Unidos, ReinoUnido y Brasil junto a Rusia son las cuatro naciones que encabezan la relación de más contagios y muertes por el coronavirus, pero el caso del ruso Putin no lo eleva al nivel de las disquisiciones de los tres mosqueteros encumbrados por la mano milagrosa de un Señor desconocido. Trump, Johnson y Bolsonaro son ejemplos excepcionales de gran poder prestidigitador para mostrar culpables lejos de su quehacer irresponsable. En algún momento, inevitablemente, en las tres naciones impondrán la formación de comisiones independientes que analicen cómo llegaron al brutal azote viral que sufren a pesar de la advertencia científica a tiempo, pero sus sabihondos líderes lo ignoraron esperando sortilegios maravillosos que los liberasen del impacto del coronavirus. Al no funcionarles el “abracadabra” milagroso que abriese el “Sésamo” salvador, nada más genial que culpar a otros, ya fuese China, la OMS, los opositores, la prensa u otro cualquiera que les permita pretender ocultar su incompetencia, excepto para manipular, mentir, confundir y reescribir los hechos.
Trump insiste, ignorando a los científicos estadounidenses, que el coronavirus procede de un laboratorio chino y no de animales, posiblemente murciélagos o pangolines. Insiste, aunque el mundo aprecie cómo le crece velozmente la nariz, para tener a China como culpable. El mundo ansía conocer las “abundantes evidencias” con que amenazó el señor Pompeo. Cuando el 22 de enero se conocía un primer contagio, eufórico, el presidente aseguró que “todo estaba bajo control”; después, con más casos, recurrió a dotes médicas y describió el virus “como una gripe” y, varita mágica en mano, determinó que “se irá con el calor” y “para Semana Santa” todo resuelto. Los 15 casos “irían a cero”. Hoy se han agregado seis ceros a los contagios y cinco a las muertes y siguen contando una relación macabra. Entusiasmado por la pequeña reducción de desempleo –ante el inicio de una reapertura imprudente- le llegó el momento de otro vaticinio maravilloso: la economía se comportará como una “V”, rápida caída, rápido despegue, por un sortilegio que siempre le huye, la subsiguiente caída de las bolsas demostró que la economía, más tarde que temprano, actuará en “U”. ¡Vaya desobediencia! Superando 100 mil muertos el mandatario fue a jugar golf para disipar tanto dolor y repentinamente le vino a la mente otra cifra crucial: los 270 votos electorales que necesita para ganar las elecciones. Ante la triple crisis: de salud, económica y social, y sin que brotara de la lámpara el genio que le conceda tres deseos salvadores, el presidente tuvo un sueño que al mezclársele con el de Martin Luther King le resultó una pesadilla pero le permitió avizorar que le preparan un fraude electoral. Ojo. Multiplicando, no panes, sino crisis, ha creado desde ya, convenientemente, un escenario de caos electoral que al arrebatarle la divina victoria al “mejor presidente” del país, brotará de las entrañas del fecundo suelo norteamericano una eventual crisis política al no reconocer la derrota. En 2016 no se comprometió a aceptar un eventual resultado electoral adverso. ¡Vaya mala suerte, ahora los militares comprometiéndose con la Constitución!
Les presentaré otros magos que sus electores acusan de mentirosos.