Mairení

<p>Mairení</p>

RUBÉN ECHAVARRÍA
En mil novecientos noventidos, a quinientos años exactos del descubrimiento y posterior exterminio de nuestra raza, un joven de nacionalidad española en la ciudad de Córdoba, sobreviviente de una tragedia de autos en la cual mueren sus padres, dona el corazón de una hermana, fallecida también en dicho accidente para salvar la vida, mediante un trasplante cardíaco, a un prestigioso médico dominicano quien llevara por nombre Mairení, el mismo que el de aquel intrépido indio que quinientos años atrás combatiera hasta la muerte a los conquistadores españoles de la época.

Frente a la coincidencia de nombres y de fechas y ante el conmovedor vía crucis padecido por el osado médico dominicano, quien después de tres infartos en apariencia fulminantes que le destrozaran por completo el órgano circulatorio, viajara por el mundo casi sin corazón y solo en busca de su vida hasta encontrarla una mañana de primavera en la clínica Puerta de Hierro, de Madrid.

Diarios nacionales y extranjeros reseñaron facetas de la sorprendente vida del calificado médico que en su juventud y recién graduado, se incorporara al comando Elías Bisonó durante la revolución de abril, en defensa de su patria intervenida.

Sobre el ser humano que días antes de su triste partida, el treinta de diciembre del pasado año, recomendara llevar el día de su sepelio una flor blanca en memoria de la niña, que catorce años antes donara su corazón para que el notable médico dominicano pudiera seguir viviendo, seguir ayudando, seguir curando. Como lo hizo hasta el final de su vida intensa y útil.

Sobre el médico dotado de una fortaleza y capacidad a toda prueba. Porque sólo un hombre muy fuerte y muy capaz pudo haber resistido tanto y por tanto tiempo. Un hombre que pese a su considerable producción económica como profesional de la medicina, trabajara sin parar en su consultorio semanas antes de su muerte y ya casi sin poder sostenerse en pie, para sufragar los cuantiosos gastos de sus incontables viajes de salud en España para su tratamiento como trasplantado durante catorce heroicos años, para comprar sus medicamentos contra los rechazos al corazón que, en ocasiones, le afectaran otros órganos y para satisfacer, dignamente, las necesidades de su honrosa familia.

Sobre el brillante médico, doctor Mairení Echavarría, quien diagnosticara, acertadamente, su propia muerte antes del treintiuno de diciembre. Sobre el hombre probado que nunca tuvo miedo, ni en la vida ni en la muerte, a pesar de todos los obstáculos imaginables, diálisis, trombosis, infartos, entre otros. A pesar de sus dolorosos padecimientos que sobrellevara con una entereza increíble y grandiosa, con sobrado valor y dignidad durante catorce años a pesar de sus múltiples muertes. Porque el doctor Mairení Echavarría no murió una vez, sino muchas. O dicho de otro modo, Mairení no murió, dejó de vivir.

Dejó de vivir cuando no pudo tener ya el control total de su situación como lo había tenido durante toda su vida.

Dejó de vivir una tarde de lluvias o de lágrimas, rodeado de amor y gratitud.

Dejó de vivir, sencillamente, porque ya no le quedaba vida.

El eminente médico y amigo de tanta gente, doctor Darío Mairení Echavarría Hernández, nuestro hermano menor, nuestro querido y entrañable Maire, dejó de vivir aquí mientras hablaba calmadamente en su habitación. Sus palabras finales, sólo fueron: “¡Ya estoy preparado, voy al cielo, voy a Dios!”.

Y nada más.

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