Mal de muchos…

Mal de muchos…

CARMEN IMBERT BRUGAL
Ramón Mena Moya, reside en Cartago, Costa Rica, desde el año 1974.
Es el propietario de una de las librerías más importantes de la capital. Distribuidor exclusivo de los títulos publicados por la prestigiosa editorial Hachette.  Se define como “experto en mediocridad” porque hace todo lo que exija el momento. Pintor, fotógrafo, cantante, vendedor,  escritor, editor, agrimensor, botánico, políglota…comenzó a trabajar muy joven, cuando su padre decidió no aceptar la comida de los vecinos. “A partir de mañana aquí no aceptamos humillaciones. Todos vamos a buscar trabajo.”

El progenitor, empleado público durante la tiranía, fue víctima de una de las intrigas propias del régimen y perdió el empleo. La línea aérea Pan American acogió a Ramón y ahí comienza la historia laboral de este hombre que llega a Costa Rica como ejecutivo de una compañía de ventas.

El apuesto sesentón rechaza la nostalgia. Es tan tico como el elote y tan dominicano como la palma. Anfitrión por excelencia, no desperdicia un minuto para atender el reclamo de un compatriota. Editó y publicó con sus recursos “Apuntes para una interpretación de la historia costarricense” libro contentivo de distintos ensayos de Juan Bosch acerca de Costa Rica, incluye una semblanza de José Figueres, la más acertada, según los expertos.

Escribió “Costa Rica, Naturaleza y Aventura” y “República Dominicana, Gente, Naturaleza y Aventura.” Enseñó a su hija las letras de Quisqueya y Por Amor y entonan las canciones con los ojos entornados y la emoción a flor de piel. Pero él no es paradigma de la dominicanidad, el paradigma son los otros. Tampoco la delegación nacional que representó el país, durante siete días, en el contexto de la IX Feria del Libro de Costa Rica, dedicada a República Dominicana.

Y es que la tranquilidad josefina está en peligro. Hordas salvajes la alteran, la profanan. En aquel verdor brumoso y escarpado irrumpe la bulla y los ticos no resisten. Afloran los prejuicios, se incuba la rabia. Cualquier taxista manifiesta, sin ambages, su repudio al grupo de emigrantes indeseables, causante del desasosiego.

Se queja de cuán alto hablan, las feísimas canciones que escuchan, la conducta impropia de esos “morenos” usurpadores de tierra ajena. “Si viera, mi reina, cómo bailan. Son todos morenos. Trajeron la droga a San José. Las mujeres son prostitutas. Las autoridades no hacen nada. Los dejan caminar como si estuvieran en su casa. Algunos hasta tienen taxi, sin la placa, lo pintan de rojo. Son piratas.”

El grupo es variopinto, empero, el dedo acusador señala como responsables del desorden a los dominicanos.

Los paisanos invadieron un espacio urbano comprendido entre la avenida 9 y la calle 4, bautizado como “Tierra Dominicana”.

Ahí, repartidos en callejones, patios, esquinas, cientos de emigrantes sobreviven, delinquiendo. La Policía Municipal decidió aprehender a “esos delincuentes”.

El alcalde de San José prometió recuperar la “Tierra Dominicana” para los ticos. “Ese pedazo de tierra ya no es josefino, de él se apoderaron los foráneos. Hay tantos extranjeros caribeños que no se sabe si se está en Barranquilla, Santo Domingo o Puerto Príncipe…”

La redada coincidió con la presencia en San José de la delegación dominicana presidida por el Secretario de Cultura y por el Director de la Feria del Libro. El ballet folklórico de Santiago, el chef Mike Mercedes, escritores y escritoras, integraban el equipo nacional. El programa cultural, diseñado por la Secretaría de Estado de Cultura y la Dirección General de la Feria del Libro, bastaba para demostrar que dominicanos no son sólo los “chulos”,“bailarinas” y “traficantes de drogas” descritos en los medios de comunicación. Sin embargo, en el país de Figueres, la mayoría de sus habitantes no se enteró de las conferencias, del ciclo de vídeos, de los talleres, las presentaciones de libros, las funciones del ballet folklórico, ofrecidas en el Recinto Ferial de Pedregal.

Ni el discurso de José Rafael Lantigua, ni las demostraciones del folklore quisqueyano, ni las destrezas culinarias de Mike tuvieron difusión similar a la arremetida oficial en “Tierra Dominicana.” Las enjundiosas disquisiciones de Franklyn Gutiérrez, los recitales de León David, la charla de Edwin Espinal Hernández, merecieron la difusión idónea.

La solemnidad de Alejandro Arvelo, la dedicación de Juan Báez a los libros exhibidos, la amabilidad de Amaury, la locuacidad de Pedro Antonio Valdez, el afán de Bárbara, fueron disfrutados por minorías. Sí se comentaba el decomiso de marihuana, crack y armas, el apresamiento de “los morenos” en “Tierra Dominicana.”

Y es que la tranquilidad josefina está amenazada. Los habitantes de la meseta central, definidos por Juan Bosch como altaneros, inhibidos, proclives al aislamiento, educados, amantes de las buenas maneras, se sienten agredidos por la migración caribeña. No pueden compartir el silencio con tanto negro montaraz y cumbanchero.

Así lo expresan, aunque para enmendar la afrenta cambien la perorata xenófoba y racista cuando descubren que los conglomerados nacionales son disímiles. Está el delincuente de esquina, la bailarina prostituida y la historia de aquellos dominicanos admiradores de José Figueres forjados en las escuelas costarricenses de prudencia y astucia política.

Está la amistad y admiración entre Don Juan y Don Pepe. La Antología de poetas dominicanos y costarricenses, incompleta, pero está. Los Institutos regenteadas por dominicanos, el esfuerzo denodado de treinta y cinco personas que durante siete días trataron de mostrar otra cara.

“Qué bonito cantan. Qué hermosas son las dominicanas! Bailan bachata, lindo, lindo.” 

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