Mal de muchos

Mal de muchos

Guido Gómez Mazara

La responsabilidad, incómoda pero innegable, recae sobre los hombros del sistema de partidos. Desde hace tiempo, la política aquí dejó de ser debate de ideas para convertirse en juego de intereses personales. La fuerza de los recursos, inicialmente imperceptible, fue convirtiéndose en gasolina de un ejército de aspirantes y titulares con cuentas opacas y biografías retocadas mediáticamente, convencidos de que la impunidad puede maquillarlo todo.

El dinero fácil, casi siempre de naturaleza indefendible, encontró múltiples vías de inserción en la arena política. Por desgracia, los exponentes de la papeletocracia invierten los valores básicos de la competencia, dándole un carácter indispensable al “dar y compensarlos”.

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Agravan el dislocamiento de valores que perciben el aplauso cómplice de autoridades institucionales, sin detenerse a pensar la afectación provocada en la marca partido. Y la deriva organizacional está a la vista de todos, en lo inmediato, expresando un abstencionismo bárbaro que sirve de caldo de cultivo al surgimiento de outsiders.

En ese tablero de intereses, lo importante es encontrar al inversionista, fuente de solidaridad en tiempos de infortunio opositor, pero factura pendiente una vez en el poder. Cumplirle y/o exhibirlo traslada el índice descalificador, básicamente cuando la imputación tiene un origen penal desde los Estados Unidos. Y cuando llega ese momento, el “mal de muchos, consuelo de tontos” es adoptado como escudo defensivo.

Sin argumentos reales, llegan las excusas. Y con ellas, la sinuosa presunción de inocencia: jurídicamente válida, sí, pero insuficiente para generar cegueras colectivas ante los excesos económicos que fueron la fuente de inculpación.

Lo cierto es que la lógica clientelar dejó sin aliento a pensadores, intelectuales y académicos. Ya no se suda buscando votos, ahora lo normal anda asociado al bolsillo. Así se mide la calidad del producto político: en sobre y retornos, fuentes de descrédito y frustración para ciudadanos que se sienten, con razón, merecedores de algo mejor.

No nos engañemos: las impugnaciones están a la vista de todos, y lo único que explica ciertos excedentes económicos es su origen degradado. Los imputados procesalmente rumbo a norte revuelto y brutal, siempre fueron pieza de escarnio. Todos lo sospechaban, ahora nadie lo duda.

Pensémoslo bien, el ciudadano intuye y conoce al detalle las redes de protección. Cerrar los ojos y estimular las amargas cuotas de complicidad nos condena para siempre. ¿Qué pasa que no nos estamos dando cuenta?

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