Malacrianzas de automovilistas

Malacrianzas de automovilistas

Manejar vehículos en Santo Domingo pone a cualquiera en riesgo de sufrir un accidente cardiovascular.

Recientemente una señora de edad avanzada se metió en vía contraria y estuvo a punto de chocar con su yipeta mi modesto minicarro.

Me disponía a señalarle su error a la dama, pero esta voceó,  con cara guachimán en horas de madrugada:

-Carajo, aprenda a manejar a su derecha, porque si usted no valora su vida, los demás sí lo hacemos.

Con el regaño, las venas se le marcaron claramente a la burguesa en el arrugado pescuezo.

-Señora- repliqué- esta calle es de una vía, que es la que llevo, y la que está en falta es usted.

-Ah, sí, pero usted debió coger su derecha, para evitar chocar con alguien que, como yo, sufra una confusión, pues ningún ser humano es infalible- dijo, metiendo de inmediato reversa al yipetón.

Un motociclista, transitando en vía contraria, y conduciendo con una mano, porque en la otra sostenía un pollo vivo, golpeó con el puño de su vehículo uno de los espejos retrovisores de mi automóvil.

Le lancé algunas palabrotas al osado conductor del artefacto de dos ruedas, quien, afectado por un súbito acceso de risa, no tardó en responder.

-No joda la pista, que mucho hago conduciendo como si fuera mocho- gritó, y estuvo a punto de caer con un pollo posiblemente destinado a un sancocho, para acompañar una bebentina de ron.

Metido en un entaponamiento bajo un ardiente solazo de la una de la tarde en la avenida 27 de Febrero, sentí de repente que habían chocado mi vehículo por el lado derecho.

Al mirar, reparé en que el golpe se lo habían propinado al espejo retrovisor, porque cambió de posición ligeramente.

El conductor del vehículo que impactó el mío me lanzó una cortada de ojos, y me gritó que hacía rato que me estaba haciendo señas de que lo dejara adelantarse porque llevaba prisa.

Al manifestarle que no había escuchado ningún bocinazo, respondió con cara enfurruñada que tenía esa pieza de su viejo automóvil dañada.

Me apeé del carro y noté que el espejo colisionado solamente mostraba trazos de pintura del otro vehículo.

Su conductor aprovechó esta pausa para ocupar un lugar delante de mí, y para quejarse de mi descuido con el chofer del transporte urbano que le quedó al lado, lo que me provocó un monólogo con malas palabras.

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