¡Maldije!

¡Maldije!

Tengo a mis manos y a mi vista dos juguetes, no para los ojos, sino para otros menesteres. Son dos poemas breves, populares, de clara y oportuna expresividad, de incluyente picardía y sabrosas, además.
Uno es de Rafael de León, español, poeta y letrista de muchas piezas de aires españoles como: No te mires en el río, Ojos verdes, Rocío, Y sin embargo te quiero, La Zarzamora, Dime que me quieres, La Salvaora etc.
Transcribo de inmediato su juguete intitulado Lluvia:
Llovía tanto, tanto, tanto, /que de tu casa a mi casa, /sólo dos pasos, no se podía cruzar.
Estaba frío el asfalto, /había yelo en el aire, /nieve en la noche cerrada. /Entonces, te dije: /Tendrás que quedarte aquí, mi vida, /conmigo, en mi cuarto. / ¿Quieres? ¿Quieres? /Y no quisiste. ¡Ay, qué lástima!
Llovía tanto, tanto, tanto. / ¡Ay, cómo llovía!
Rafael de León es el autor de un poema, muy popular: Penas y alegrías en el amor. Tradujo al español buena parte de los éxitos de Charles Aznavour.
El otro juguete se intitula Maldije. Es la de responsabilidad de Facundo Cabral, cantautor argentino, gran filósofo de la vida y forjador de travesuras. Murió trágicamente-por equivocación- en la ciudad de Guatemala en el año 2011.
Facundo nos dejó dicho: “Nacemos para encontrarnos (la vida es el arte del encuentro), encontrarnos para confirmar que la Humanidad es una sola familia […] somos hijos del amor, por lo tanto, nacemos para la felicidad.
El poema escogido Facundo lo tituló Maldije /y reza de la siguiente manera:
Maldije la tormenta que te asustaba. /Maldije la lluvia que te mojaba el vestido. /Y maldije la brisa que alborotó tu pelo.
Hoy tocaste a mi puerta /y bendije la tormenta que te trajo. /Y bendije la lluvia cuando te sacaste el vestido mojado. / Y bendije la brisa cuando apagó la lámpara…
¡Bendije!
Pensaba yo que el verbo /maldecir/ no sonaba apropiado allí. Me resultaba fuerte para ciertas creaciones líricas. Pero cuando hube escuchado la segunda parte del presunto desenfado de Facundo Cabral, entendí el valor del manejo literario al cual recurrió el desaparecido autor de Pobrecito mi Patrón y de No soy de aquí ni soy de allá, pieza ésta portadora de aquella preciosa metáfora que resalta: “Y ser feliz es mi color de identidad”, dicho con gran acierto por el malogrado autor de tantas inspiraciones.
Hay dos propósitos dentro de idéntica finalidad individual, es decir entre los dos breves poemas. Uno de los propósitos se cumple. El otro, se diluye.
Quizás por eso el artista no olvidó aconsejarnos: “Ama a los pobres sin amargura y a los ricos sin soberbia, son sabios que saben que toda circunstancia es momentánea, que el hombre es mucho más que cualquier circunstancia”.
Razón que me inclina a izar la divisa del “bendije” por encima del empleo de “maldije”.

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