Maleficios políticos antillanos

Maleficios políticos antillanos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Se ha dicho que en la República Dominicana se disuelven los circos, se disgregan las compañías operáticas, se pelean los miembros de los conjuntos musicales, sean orquestas, tríos o duetos. He oído hablar de un famoso circo que había visitado cuarenta ciudades, en varios continentes, siempre con buen éxito de taquilla. Al llegar a la República Dominicana, poco después de instalar la carpa principal, el promotor del circo se enamoró perdidamente de una mulata cibaeña de nalgas frondosas. Los trapecistas y maromeros le pidieron que no se quedara en una isla llena de políticos revoltosos; los payasos – jóvenes y viejos – le rogaron que no abandonara el circo con el que había ganado tanto dinero, en Europa y en América. Hubo ruegos de la «mujer peluda», de dos enanos amantes, de un domador de fieras. No valió nada; el dueño del circo les pagó a todos y los despidió en el muelle de Santo Domingo. Tomo la firme decisión de quedarse con su mulata y con un oso pardo que sabía echar a andar un organillo.

Según parece, un año mas tarde, la mulata abandonó al promotor del circo para irse a la línea noroeste con un camionero gordo que bebía mucho y bailaba bien. Antes de la fuga, la mulata encantadora metió en su cartera todos los ahorros del empresario circense. El hombre permaneció en el país en compañía del oso musicante. Me han contado que terminó paseando por los pueblos con el animal encadenado. El oso enarbolaba un cántaro con asa para recoger monedas del público, mientras su patrón daba cuerda al organillo. Una persona de avanzada edad me aseguró que dos compañías de teatro se disolvieron en Santo Domingo a comienzos del siglo XX. Afirmaba que el actor principal de una de ellas se estableció en San Pedro de Macorís; también me dijo que un barítono italiano «desertó» en Puerto Plata, embrujado por el «cálido clima del Atlántico» y por una graciosa muchacha de Altamira.

Otro caso importante fue el de un trío de guitarristas que cantaba canciones de amor. Habían recorrido doce países de América y cosechado grandes aplausos y apreciable cantidad de dólares. Repentinamente, uno de los guitarristas -que también era compositor- confesó dramáticamente a sus compañeros: no quiero viajar más; me quedo aquí con una novia nueva que ya «aprendió de memoria» las letras de todas mis composiciones románticas. Algunas de estas historias han dado origen a «mitos llorosos» del folklore local: compositores muertos en duelos con maridos celosos; tenores que perdieron la voz por cantar «a la intemperie en horas previas al amanecer». Ciertas personas supersticiosas explican que estas deserciones, disoluciones, desintegraciones o separaciones, solo ocurren cuando los artistas concluyen la gira numero trece. La mala suerte se apodera entonces de los extranjeros de manera sorpresiva y contundente. Añaden que «se trata de una regla».

En el orden político la cosa es igual. El gobernador Ovando, el gran constructor de la ciudad colonial, fue sometido a juicio e interrogado por la malversación de fondos cometida por un protegido suyo de apellido Santa Cruz. El proceso fue incoado un día trece. El almirante Penn y el general Venables tuvieron mala suerte únicamente en Santo Domingo. Estos militares, que encabezaron la expedición inglesa de 1655, empezaron a reñir mucho antes de desembarcar; lo hicieron en el lugar inadecuado, en horas inoportunas, con resultado fatal. Se vieron obligados a huir y «hacerse a la mar». Entonces conquistaron Jamaica; por eso allí se habla inglés y aquí se sigue hablando en español. De estos sucesos azarosos se conservan algunos curiosos malentendidos: a la Bahía de la Manteca, sitio donde mataban puercos, ahora se le llama Montego Bay; la localidad de Jamaica que los españoles llamaron Los chorrillos, los ingleses le llaman hoy Ocho Ríos. Esta isla fue el teatro de la primera reacción política y social ante la Revolución Francesa: la sublevación de los esclavos en Haití. La flota de guerra de Napoleón Bonaparte, dueño ya de Europa, sufrió aquí una derrota vergonzosa en 1802, lo cual le obligó a vender la Lousiana, un año después, al Presidente norteamericano Thomas Jefferson. El imperio francés salió bastante vapuleado de Haití y de la isla de La Tortuga. Manuel Arturo Peña Batlle, en su conocidísimo libro La isla de La Tortuga, explica que los piratas refugiados en dicha isla interrumpían las líneas de comunicación del imperio español con sus colonias de América. La decadencia de ese imperio colosal comenzó en aguas caribeñas en el siglo XVII. En estas mismas aguas perdió España las colonias de Cuba y Puerto Rico en 1898. La crisis mundial creada por el emplazamiento de cohetes rusos en la isla de Cuba pudo resolverse, durante la Guerra Fría, gracias al buen juicio que mostraron tanto el Premier Kruschev como el Presidente Kennedy. Ojalá que los problemas políticos que en la actualidad confronta el Primer Ministro haitiano, Gerard Latortue, no tengan consecuencias penosas: que se caiga la carpa central del circo electoral, que pierda la voz el tenor George W. Bush, que dos grandes imperios queden humillados y desconcertados, que las tropas de la ONU salgan corriendo perseguidas por el espíritu de un oso organillero, que Kofi Annan sea dominado por un ensalmo de Papa Legbá.

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