Males sociales salen a flote

Males sociales salen a flote

Siempre causa horror cuando una información periodística nos da cuenta de un secuestro, un asalto a mano armada, un enfrentamiento entre bandas, la violación de un menor, los asesinatos múltiples o los llamados crímenes pasionales. Lo cierto es, que estos hechos siempre nos sobrecogen. Pero en ocasiones estamos ante la presencia de delincuentes habituales con varias fichas en los archivos de la Policía Nacional.

Cuando suceden actos de la naturaleza antes expuesta, podemos inducir nuestra opinión a comprender con cierto dolor y enojo, que la sociedad dominicana ha sido vulnerada, lesionada por individuos cuyos estigmas psicológicos revelan que son criminales natos o están castrados en sus facultades de altruismo y piedad ante sus congéneres o iguales.

Sigue preocupando el problema carcelario, la falta de atención a las condiciones infrahumanas de la mayor parte de las penales del país, cuando en la cárcel de La Victoria un solo baño es usado por más de 300 reclusos que viven -según se sigue denunciando- como ratas.

Lástima que nuestro régimen penitenciario sea tan deficiente, y que las escorias no puedan ser rehabilitadas, ya que las cárceles aquí son recintos vejatorios, túneles de oscuridad y lamentos, cuevas cloacales, sin garantías para la dignidad humana, de hacinamiento cruel, convulso, antes que ser centros reformatorios, sin seguridad interna donde el orden del día son los amotinamientos, y de las cuales pueden desaparecer convictos como un golpe de magia, según el rumor público, para ser mercenarios, matones a sueldos, inescrupulosos, burladores de la paz, homicidas sarcásticos, parricidas, etc., etc., etc., y hacer vida pública por nuestras calles a través de circuitos organizados de intimidación y como agente de los grupos antisociales.

Aparentemente el entorno de la cotidianidad familiar está lleno de fallas conductuales, o bien, prácticas de laisser faire, donde los valores colectivos aceptados y validados por los integrantes del cuerpo social, son inexistentes, lo cual revela su fracaso y la falta de satisfacción espiritual.

Quizás esta situación es atribuible a la influencia externa, al desmoronamiento de la identidad dominicana, a la degradación de los valores, y a una presunción de que éstos son males de todas las sociedades en desarrollo y crecimiento que salen a flote.

Cierto es, que se respira en el ambiente -por diversas razones- una excitación a la agresión, a la desarmonía, y que la abolición del delito es algo imposible. No obstante, tal vez debemos procurar la erradicación de los antivalores que corroen para evitar que se contamine el carácter de los nuevos grupos generacionales que puedan ser atraídos por los males, puesto que la mayoría desea ser salvaguardada ante la crueldad de aquellos que deben ser segregados permanentemente de ella.

No obstante, la sociedad dominicana en momentos difíciles y de calamidad ha dado muestras sinceras de extraordinaria humanidad y sensibilidad, expresando de una manera vivificante sus sentimientos referidos a la solidaridad, un ejemplo reconfortante, ha ocurrido ante la lamentable tragedia de Jimaní que nos enluta a todos los dominicanos por igual.

Sin embargo en medio de todo esto, persiste una resonante hostilidad, ya que día a día no dejamos de ser sorprendidos por la política, por el énfasis que acompaña a las posturas partidistas de sectores que dirigen sus acciones a obstaculizar y festinar el proceso de participación pluralista de instancias comprometidas con la democratización del Estado.

Las «mentes privilegiadas» de la nación han vertido sus análisis sociopolíticos, socioculturales y socioeconómicos para conectar el pasado con el presente inmediato, echando a un lado una dilatada realidad que se perfila hacia la posteridad, remotamente imborrable, de la generación del 30.

La República Dominicana, en términos generales, se puede decir que hoy es «lo que es» porque sus circunstancias históricas y el discurrir de los tiempos, entrelazados con las acciones y hechos de sus ciudadanos, han actuado como variantes psicológicas e ideológicas ante todos los males y desacuerdos entre los grupos de poder.

En primer orden, en el presente, entre ellos, sólo coexisten ataques y querellas, veraces o no. Lo cierto es, que éstas ocupan en el debate público un preponderante lugar de protagonismo.

Lo que se percibe, en el momento actual, de cara a la transición es, una preferibilidad por la tolerancia como opción modesta frente a la actitud del espectro político de ir nivelando culturalmente la democracia.

Al interior de la comunidad nacional se ventilan reñidas críticas y posiciones en torno a casos de importancia para el equilibrio del sistema y sobre situaciones políticas que producen airadas reacciones (v.g. la falta de regulación por el Estado en el sector energético, la merma de las ventas del comercio, la necesidad de subsidios para algunas producciones, el aumento de los impuestos, el déficit presupuestario, y el mal de la eterna impunidad de la corrupción).

No obstante, se perfila en el ambiente un evidente privilegio del status cuando algunas personalidades actúan intensamente en extender su nihilismo para «delinear algunas áreas de cooperación sobre economía, política social y algunos asuntos de Estado».

Ya lo había escrito el sabio Santo Tomás Moro con extrema erudición, tras sus múltiples impresiones sobre la condición humana, en su obra clásica Utopía, hace exactamente 488 años: ¿Qué clase de justicia es la que permite que cualquier noble, banquero, usurero u otro de esos que nada hacen, o lo que hacen no tiene gran valor para la república, lleve vida regalada y espléndida, en la ociosidad o en ocupaciones superfluas, mientras que el obrero, el carretero, el artesano y el campesino han de trabajar tanto y tan asiduamente como jumentos, a pesar de que la labor sea tan útil para sin ella ninguna república duraría más de un año, llevando una vida tan miserable que parece mejor la de los asnos, cuyo trabajo no es tan seguido ni su comida mucho peor, aunque el animal la encuentre más grata y no tema el porvenir?

(…) Después de abusar mientras están en sus mejores años de trabajo, cuando más tarde les pesan los años o una enfermedad privándoles de todo, la república, olvidada de tantas vigilias, de tantos servicios realizados por ellos, les recompensa ingratísima con la más miserable de las muertes. ¿Qué diré los ricos que merman cada día un poco más el salario de los pobres, no sólo con ocultos fraudes, sino con públicas leyes? Así, pues, la injusticia que suponía antes pagar tan mal a los que más merecían de la sociedad, se convierte, por obra de estos malvados, en justicia sancionada con una ley.

Así, cuando miro esos Estados que hoy día florecen por todas partes, no veo en ellos, así Dios me salve, otra cosa que la conspiración de los ricos, que hacen sus negocios so pretexto y en nombre de la república. Imagina e inventan todos los artificios posibles, tanto para retener, sin miedo a perderlos, los bienes adquiridos con malas artes, como para adquirir al menor precio posible las obras y trabajos de los pobres y abusar de ellos como acémilas. Y estas maquinaciones las promulgan como ley los ricos en nombre de la sociedad y, por tanto, también en el de los pobres».

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