Las salas de emergencias de los centros de salud dominicanos son testigos de la frecuencia con que llegan casos de niños a dichos lugares, generalmente conducidos por sus padres, quienes alegan caídas accidentales de dichos menores. Los estudios radiográficos evidencian múltiples fracturas antiguas y recientes de costillas, aunadas a luxaciones de miembros superiores y contusiones en la espalda y áreas glúteas. No es raro encontrar laceraciones en labios y lengua, señales de arañazos y mordeduras, así como hemorragias oculares. Si los médicos que examinan a estos infantes en las urgencias no mantienen en su arsenal diagnóstico el síndrome del niño maltratado, entonces tendremos una falsa tasa baja de incidencia de la entidad pediátrica. Se requiere de un alto índice de sospecha para detectar estos abusos físicos a una edad tan vulnerable. Cuando los traumas son en la cabeza, el niño puede debutar con un cuadro de convulsiones, somnolencia, irritabilidad, vómitos, u otros signos de hipertensión intracraneal.
Es común que los padres o tutores sean adolescentes, o que la víctima sea el producto de un embarazo no deseado. En ocasiones el enfermo ha estado bajo los cuidados de alguien que padece trastornos emocionales, o que posee un limitado umbral de tolerancia al llanto, queja o demandas propios de este periodo del desarrollo humano. Es importante hacer el diagnóstico temprano de la dolencia ya que el castigo corporal tiende a convertirse en una conducta hostil reiterativa y cada vez de mayor gravedad.
Como fenómeno cultural, algunos sectores de nuestra población mantienen la retrógrada creencia de que la denominada “pela casera” es un ingrediente normal para una buena crianza. Ese mal hábito se pasa de generación a generación, por lo que hay que combatirlo mediante la educación. El Instituto Nacional de Patología Forense recibe periódicamente casos fatales de niños y niños salvajemente golpeados en el seno hogareño.
Menos frecuente, sin que menoscabe la importancia es el tema de los abusos sexuales en niñas, por parte de adultos con serias aberraciones, quienes se aprovechan de la poca defensa y resistencia que oponen las agraviadas. Hemos visto situaciones en que una madre conoce de la violación de su hija por un padrastro, hecho que la primera oculta supuestamente con la intención de preservar la relación de pareja. Desgraciadamente es solo cuando hay un desenlace trágico que viene tardíamente a denunciarse el delito. Este tipo de acto criminal es mucho más común de lo que la gente se imagina. Favorece la impunidad el hecho de que en el seno familiar prefieren callar a exponerse al escándalo público que se genera. El uso de alcohol y drogas en quienes comparten las responsabilidades del hogar es un factor que aumenta la probabilidad del abuso sexual. Vemos a valientes mujeres querellarse ante el Ministerio Público, para días después solicitar el retiro de la denuncia. Desafortunadamente, nos enteramos de la querella previa cuando el cadáver de la niña yace en la mesa de autopsia.
El síndrome del niño maltratado y el abuso sexual infantil son un reto pendiente en la agenda sanitaria del país. El tema debe ser objeto de un extenso y profundo debate público, a fin de que surjan viables propuestas de solución definitiva a tan grave mal.