Probablemente, las vivencias más interesantes y desafiantes de los humanos son las que nos obligan a conocer y procurar nuestra propia identidad.
A menudo, el lenguaje no nos ayuda, pues muchas palabras del diario uso, suelen tener significados ambiguos. Algo tan elemental como las palabras mío y tuyo, de las primeras que aprendemos, no acabamos de saber con precisión qué cosa significan. “Mi mamá”, “mi hijo» son dos expresiones que, por ejemplo, tienen significados diferentes para cada ser humano, que varían aun en el curso de nuestros años maduros.
El presidente Milei, de Argentina, explica con sorprendente claridad que la criatura en el vientre materno viene con un ADN distinto y, por tanto, es un ser con derecho propio a la existencia.
Puede leer: Viña de Naboth y los cómplices de Acab
En mi pueblo natal, San Francisco de Macorís, tuvimos admirables ejemplos, médicos respetados y consagrados, como Amadeo Sturla; educadores venerables como Eugenio Cruz. También tuvimos vagabundos y personajes que murieron sin saber ellos mismos quiénes eran.
Es un tema personal y del diario vivir, porque desde muy joven hube de luchar (y todavía ando esquivo) respecto de mi propia identidad. Varias veces pasé de ser de los mejores del curso a uno de los peores; de un varoncito que comulgaba algún domingo, a uno que frecuentaba lugares prohibidos; y de uno correcto y comedido a otro que diariamente peleaba a los puños en la escuela y el barrio.
Siendo estudiante de posgrado en los años 70, en Austin, Texas, se me concedió el honor de contactar, invitar y ser anfitrión del ganador del premio Sorokin de Sociología, Elliot Freidson, por su libro “The Profession of Medicine”; a quien le pregunté si no temía ser víctima de un ataque mortal de asociaciones de médicos o de firmas farmacéuticas de esas que denunciaba en su celebrada obra, a lo que me respondió, tranquilo, que “esas gentes eran tan poderosas que ni siquiera se tomaban la molestia de reaccionar a sus denuncias”.
El compueblano, doctor Nelson Castillo, ha escrito varios celebrados libros sobre la farsa de la vacunación masiva en años recientes; sin embargo, pocas academias y asociaciones profesionales están discutiendo sus denuncias.
Pero si de algo debemos saber los dominicanos, y todo el mundo de hoy, es: “quiénes y de dónde son los farsantes”.
Pero la noticia, si lo fuere, habría de ser, sobre cuándo y dónde perdimos, los dominicanos, los humanos nuestra identidad; o si acaso nunca llegamos a tenerla.
Actualmente, vemos gentes que respetábamos, que, aun siendo ateos, o de ideas muy distintas a los que decíamos ser cristianos, tenían ideales claros, y tan justos como el de que todos los humanos fuéramos iguales ante la ley, en salud, educación y todas las demás condiciones de vida.
Actualmente, resulta sumamente triste ¡preocupante! ver aquellos personajes ser parte de conspiraciones para destruir nuestros valores nacionales, sin ni siquiera proponernos nuevas formas de identidad, empujándonos con violencia propagandística, hacia la disolución de todo lo que conocimos como racional, espiritual o simplemente humano.
¡Estamos obligados a decidir sobre esto!