Los avances de la genética permitirán saber mejor en qué difiere el programa bio-psico-socio-espiritual de mamá, del de papá. Como es sabido, los mamíferos superiores, muestran comportamientos diferenciales que no son atribuibles al aprendizaje social, ni son meramente comportamientos aprendidos de sus congéneres coetáneos.
Mientras papá es el eje de la relación del individuo con el Estado-sociedad, mamá es el eje de la relación del individuo con la familia y con el mundo espiritual. Papá nos provee, representa y defiende material y simbólicamente frente a la sociedad y a los extraños. Ella da cuidado, ternura, amor, y nos vincula afectivamente con la familia, la comunidad y el mundo espiritual.
Mamá sabe perfectamente que ella no puede eludir los requerimientos de su rol, que su papel no es cuestión de mero deber social, producto de una tradición, aprendizaje o condicionamiento de su sociedad; en lo más íntimo de su ser existe un constreñimiento vital, programático, de índole emocional y espiritual, que la obliga, aún en contra de sus preferencias y gustos personales, a cuidar de sus criaturas y a proveerlas de afecto, alimento y seguridad en todo sentido. Por eso hay merecidos reconocimientos a las madres, pero también, demasiado a menudo, idolatría a mamá. Aún los hombres más depravados rinden culto a sus madres, a veces, vicariamente, en la persona de su mujer; y en “la virgencita”, un ídolo culturalmente construido, que suele ser una prolongación, sustitución o complementación de mamá; que concede favores y protege aún a aquellos hijos más corrompidos, dificultando su maduración emocional. Consecuentemente, el equilibrio emocional del varón tiende a apoyarse excesivamente en mamá. Los machotes del folklore latinoamericano dan testimonios en su lenguaje procaz del culto a mamá, y de la dependencia de su equilibrio emocional y espiritual en el concepto culturalmente construido sobre la madre. Los cubanos dicen: “Ese tipo se c_ _ó en su madre”, significando que un individuo ha cometido un acto que indefectiblemente lo destruirá, porque ha quebrado su eje emocional y espiritual, la madre. Es lo que le ocurre al que abusa de su madre. Los mejicanos dicen: “Ese fulano es un ch_ _ _a su madre”, significa que el sujeto es capaz de degradar y violar lo más santo y valioso de su vida. La sacralidad de la madre, en ocasiones, es transferible a su esposa-madre de sus hijos. Y a la virgencita, que es la madre espiritual; y que es, en su sistema de creencias, el sostén y sentido final de lo sagrado, en una trilogía idolátrica, que tiende a ignorar o evadir a un Dios Padre desconocido o acaso cruel. Cualquier conflicto con uno de estos tres seres femeninos crea desequilibrio en la personalidad del individuo. Su mujer, la más propensa a defraudarlo, es la más vulnerable de las tres. Ella suele ser su bien material y afectivo más preciado, pero también, su víctima más frecuente. Este sistema idolátrico se refuerza cuando falta papá, el otro eje, que permita equilibrar el proceso de maduración afectiva, social y espiritual del hijo.