Mamá Morena

Mamá Morena

POR MARIVELL CONTRERAS
Hoy es día de la madre. Prefiero la madre a las madres porque me gusta imaginar a las mujeres todas incluidas en ese acto noble de dar vida, amor y formación a sus hijos e hijas. Hoy quiero contarles quien es la mía y por qué estoy tan orgullosa de ser su hija. Morena, como la conocen desde pequeña en su rural Plaza Cacique (paraje de Monte Plata), es una heroína.

Una mujer que parió tres mujeres y tres hombres y los levantó enfrentando la soledad, la pobreza y las limitaciones propias heredadas de su círculo familiar campesino.

Al decir esto me llega a la cabeza una verdad terrible: a ella su papá la sacó de la escuela cuando culminó el tercer curso, porque su papá “no quería vagabunderías en su casa”.

Así empezó a sembrar la tierra, a cargar latas de agua y sacos de víveres y a acompañar a su madre en los dolores que le causaba el marido irresponsable e infiel.

Frustrada, porque a pesar de su inteligencia y disposición, no pudo estudiar convirtió en consigna diaria “ustedes tienen que estudiar para que no pasen el trabajo que yo estoy pasando”.

Mi mami era lavandera. Una que se levantaba a las seis de la mañana a lavar ropa ajena. Esa que encontré retratada en la Oda a la Lavandera escrita por Pablo Neruda: “coronada por la luz de las estrellas, enarbolando el aire, el agua, el jabón vivo, la magnífica espuma, en medio de las sobras y la soledad inmensa de la noche”.

Yo que siempre había pensado con ternura en esas noches largas en las que mami no nos dejaba acostar hasta que ella no terminaba de planchar lo que había lavado en el día, la descubrí de repente hecha poesía.

Nosotros no nos acostamos nunca antes de la medianoche, porque mientras ella le alisaba los filos a los pantalones y almidonaba las camisas de lino de sus clientes, hacíamos cuentos para matar el tiempo e impedir el sueño.

Fue mucho lo que sufrió. Lo que la vimos llorar de impotencia por no tener dinero para lo básico y lo que la vi sonreír cuando tenía con qué. Se pasaba el tiempo ripiando, hirviendo, tendiendo y secando la ropa. Todo eso con una ranchera de fondo o con su propia desgarrada voz –a lo Chavela Vargas- cantando “de piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera…”

Así nos formamos entre lágrimas, risas, mexicanadas y pompas de jabón. Mami se siente feliz de tener un doctor en derecho, un doctor en medicina, un contable, una peluquera, una periodista y una oficinista.

Todos por la reglita, recordando sus lecciones de inmenso amor y compartiendo con ella la certeza de que valió la pena.

Hoy reconozco que si la vida ha sido más benévola con nosotros en la adultez fue porque nos pasamos la infancia con esa madre a la que todos llaman, simplemente “Morena”. La que todavía nos pone la mesa cada día en la casa de siempre “por si acaso llegamos” y por si –como siempre– venimos acompañados.

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