“¡Mamá ella es una niña y tiene un bebé! ¿Cómo es una mamá, si es una niña?” Me pregunta Leonor, mi hija de 7 años, que me acompañó a una actividad que realicé con niñas y adolescentes. La realidad es que su rostro reflejaba asombro y desconcierto a la vez, no entendía cómo se podía ser niña y madre al mismo tiempo; más complejo fue para mi tratar de explicarle, las palabras no salían de mi boca, quizás, porque yo misma aún no comprendo.
Escuchamos, una y otra vez, “Las adolescentes embarazadas son una problemática nacional y hay que trabajar en la prevención”, siendo por años un tema de agenda nacional, incómodo de hablar, y más aún, de abordar.
En el año 2018 teníamos la tasa más alta de embarazos en adolescente de los países de América Latina y el Caribe, un 34%, así lo establece el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). ¡Oh sorpresa! para el año 2021 continuamos ocupando, el primer lugar y la posición 26 en el mundo, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
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El estudio “Consecuencias socioeconómicas del embarazo adolescente en la República Dominicana”, elaborado por el UNFPA, nos presenta el impacto económico de este mal, que asciende a RD$3,652 millones de pesos dominicanos, equivalentes al 0.09% del Producto Interno Bruto (PIB). Nos expone que el 20% de la población de mujeres entre los 10 y 19 años están en riesgo de sumarse a las estadística futuras, y por último, la mortalidad materna que se estima es 123 por cada 100 mil casos.
Datos que dan paso a una serie de cuestionamientos: ¿Hemos, en algún momento, reflexionando sobre la situación? ¿Conocemos la realidad en que viven las féminas entre 10-19 años? ¿Qué les ocurre? ¿Qué necesitan? Y me voy mas allá, ¿La propuesta país para la solución está acorde a su realidad?. Entiendo que no ante los resultados estadísticos, deduzco, por lógica simple, que existe un divorcio entre la necesidad y el ofrecimiento.
Las causales son varias ¿Controlables? Algunas si y otras no. En el contexto de los posibles “evitables” se encuentra la iniciación voluntaria en la vida sexual, que cada vez es a menor edad. Cómo nación estamos enfrascados en el tema tabú que «Educación Sexual” es sinónimo de “invitación a tener sexo”, sin ver la realidad biológica del ser humano, en especial en esa edad de cambios hormonales siendo la etapa de la construcción de la identidad del ser.
El principio del fin de los males sociales es y será por excelencia la educación. Formar sobre la sexualidad para conocer, identificar y responder en un mundo sexualizado es la herramienta que permitirá la protección de la niñez y adolescencia como parte de garantizar su bienestar, en una sociedad marcada por la desigualdad y el rápido acceso a la información y desinformación por medios digitales, debe sostenerse, en principio, en la EDUCACIÓN. La creación de contenidos apropiados y distribuidos por los mismos canales que ellas dominan que son las redes sociales de la mano con la escuela.
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En conclusión, un embarazo es el mejor camino para que una adolescente quede atrapada en la pobreza, frustración y la exclusión social, sin contar los riesgos de salud para ella y la criatura; concomitantemente, como nación nos produce una baja económica negativa ante el gasto, la pérdida de oportunidades y lo más penoso, el encalle de la gestante y del lactante, que generan un impacto social negativo, incalculable.
Hay mucho por hacer y se nos hace tarde.